Sostiene Antonio López, ese «Velázquez lírico y manchego», en palabras de Umbral, que la perfección es un sueño del hombre. Lo que parece claro es que la perfección es el gran anhelo de este artista total, obstinado por dar forma a lo inasible, a lo imposible, a la excelencia suprema. Ha buscado con ahínco la perfección en ese desafío que ha sido para él esculpir al Dios creador, a la Encarnación de la Virgen y al Niño Dios para la fachada principal de la Catedral de Burgos. Ha hecho el artista de Tomelloso, que el próximo mes de enero cumplirá 90 años, un esfuerzo titánico en el que se ha volcado como nunca, acaso consciente de estar ejecutando su última gran obra. La escultura siempre ha estado muy presente en la trayectoria de Antonio López desde el origen de su producción, por más que se considere pintor por encima de todo. 

Sin embargo, el artista encontró, sin buscarlo, una suerte de epifanía en la escultura: este arte le proporcionaba la posibilidad de abundar aún más en una de sus grandes obsesiones, sino la principal: la figura humana, exponente y quintaesencia de la realidad. Todas las figuras que han pasado por sus manos, bien exentas, bien en relieve, atesoran algo seminal, casi atávico, desde las que poder explicar, o acercarse al menos, al misterio de la vida. Figuras sencillas, de una desnudez desarmante, que transmiten hondura y espiritualidad. Que transmiten verdad. En esa aparente -¡y qué difícil!- sencillez, palpita ese misterio. Nadie mejor que él, pues, para abordar un encargo como el de la Catedral de Burgos. El camino de carácter escultórico vinculado al bronce que López emprendió hace ya unas décadas, en algunos casos en grandes formatos, han dado siempre como resultado obras de enorme potencia visual y artística.

Hay algo casi místico en la relación de Antonio López con la escultura, algo telúrico que lo emparenta con el origen mismo del arte, con las pinturas de Altamira, con los megalitos de aquellos primeros artistas, tan sobrios e imbricados en la naturaleza. Ahí radica la poética del artista: desde la esencia, desde lo elemental, Antonio López construye obras llamadas a permanecer por su pureza, por un realismo tan verdadero como el reflejo que nos devuelve el espejo. Hombre sencillo, humilde y discreto, desde que recibiera el encargo del Cabildo metropolitano se ha dedicado a trabajar, ajeno a polémicas, evitando incluso ofrecer claves sobre su obra. Prefiere que sean otros quienes lo hagan. 

«Hacía falta un pecado nuevo en la gran pintura y Antonio López se alzó con la hermosa blasfemia del realismo como viña de todas las cosas», escribió Umbral sobre el artista español vivo más importante.  Toda la trayectoria de este creador ha sido avanzar, innovar, dar pasos hacia adelante y dejar una huella indeleble. Nacido en Tomelloso (Ciudad Real) en 1936, inició su formación artística con su tío, el pintor Antonio López Torres, quien le allanó el camino -al observar las innatas dotes del muchacho- para que ingresara con apenas 14 años en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando en Madrid. No defraudó a nadie: en los años siguientes obtuvo premios y reconocimientos que le valieron becas con las que pudo continuar su formación en países como Italia o Grecia, esenciales para cualquier artista totémico y llamado a ingresar con letras de oro en la cima de los grandes artistas contemporáneos.

Concluidos sus estudios, inició una producción intensa, moviéndose entre las corrientes del cubismo y el surrealismo, por más que su obra fuera plenamente figurativa y hubiera en ella una gran variedad de temas, que van desde los bodegones con carácter fantástico, a temas vegetales, retratos cargados de fuerza y expresión o pinturas en las que la ciudad y el paisaje se muestran como fondo de las figuras y naturalezas muertas. A la vez que pintaba, comenzó a trabajar con la escultura, especialmente relieves, aunque también piezas exentas. A lo largo de su carrera ha manifestado aspectos que lo han convertido en un artista único y referencia, como la innovación dentro de un conocimiento perfecto de la técnica. El suyo es un realismo o hiperrealismo de lo inmediato que se asienta en la inspiración de lo cotidiano, de lo que se encuentra en su entorno, y al que dota de una poética singular: sus obras sugieren, se abisman en la psique, en el pensamiento, bien cuando se enfrenta a un paisaje urbano, bien cuando lo hace con una figura o con elementos de la naturaleza.

Antonio López es el artista español más conocido y reconocido internacionalmente. Está presente en los principales museos y galerías de arte en las que sus obras se subastan por hasta más de un millón de euros. Las puertas que acaba de rematar para la Catedral de Burgos han sido su mayor obsesión durante los últimos seis años. Ha sido el último sueño de perfección de un artista total.