Desde hace milenios, los humanos hemos diseñado el mundo a nuestra medida con casas que protegen del frío, ciudades que aceleran el ritmo y calles que ordenan el flujo de cuerpos humanos. Pero algo está cambiando. La convivencia con los animales está entrando en una nueva fase, más consciente y simbiótica. Hoy, el espacio ya no se concibe solo como un refugio humano, sino como un escenario compartido.
La arquitectura, que durante tanto tiempo ha servido para separar lo humano de lo natural, empieza a tender puentes entre especies. No se trata de poner bebederos o camas en un rincón, sino de reimaginar el espacio doméstico como ecosistema compartido, donde las necesidades perceptivas y emocionales de los animales no humanos importan tanto como las nuestras. El resultado de este nuevo movimiento en el diseño no es solo un hogar más pet-friendly, sino un entorno que reconoce que la convivencia es, ante todo, una forma de diálogo.
La casa como ecosistema compartido
Algunos arquitectos ya están explorando cómo materializar esta idea. En PETS & HUMAN – Positive House, del estudio Ruiz Velázquez, la casa se convierte en una topografía viva donde humanos y animales cohabitan desde la diferencia. Las paredes se curvan, los huecos se transforman en pasadizos y los pilares se ensanchan para albergar escondites y recorridos alternos. El resultado no es un diseño ‘para mascotas’, sino que busca ser un lenguaje espacial compartido donde los humanos ven superficies limpias y continuas y los animales, túneles, pasos y escondites.
Esa multiplicidad de escalas convierte el hogar en un territorio donde cada especie explora a su manera. El diseño trata de que la casa deje de ser un centro de control para volverse una extensión del cuerpo colectivo que forman quienes la habitan. Y ese cuerpo, que respira con varios ritmos y percibe con sentidos distintos, obliga a pensar en un diseño que fomente la interacción sin jerarquías y permita al animal participar.
En el extremo opuesto de esta estética fluida, el proyecto Home of Pets, del estudio HDD, propone una arquitectura de alta densidad pensada para convivir con cuarenta gatos en un apartamento compacto. La clave no es el lujo, sino la gestión del bienestar: ventilación, materiales resistentes, zonas de descanso en altura y circulación libre. Todo está diseñado para minimizar el estrés y permitir que los gatos mantengan sus rutinas naturales sin comprometer la habitabilidad humana. Esta coexistencia, pragmática y funcional, demuestra que la empatía puede expresarse también en forma de ingeniería cotidiana.
Ciudades inclusivas
Pero el diálogo entre arquitectura y animales ya no se limita al ámbito doméstico. Las ciudades, cada vez más pobladas por humanos que comparten su vida con animales de compañía, están redescubriendo el potencial de lo público como espacio multiespecie.
En lugares como Hong Kong, los sistemas de transporte (el MTR o los autobuses públicos) empiezan a habilitar vagones donde los animales viajan junto a sus humanos. Parques temáticos como el Ocean Park organizan jornadas en las que los perros pueden acceder con sus familias, y los cafés, bares y restaurantes amplían su definición de hospitalidad para incluir a los animales. No es una moda, sino un síntoma de una transformación cultural hacia el reconocimiento de que la vida urbana debe integrar el bienestar animal en su diseño y en su ética.
Este cambio también alcanza a la planificación urbana. En Canadá, ciudades como Ottawa estudian cómo incorporar la tenencia animal en la normativa de vivienda multifamiliar y en los procesos de urbanismo. Ya no basta con permitir mascotas, ahora hay que pensar en cómo se distribuyen los espacios, cómo se gestionan los olores, el ruido o la seguridad, y qué materiales resisten mejor la convivencia sin sacrificar la estética ni el confort. Se habla incluso de “comunidades pet-inclusivas”, donde los animales dejan de ser un añadido para convertirse en parte de la estructura social y espacial del barrio.
La arquitectura como lenguaje del vínculo
Si el hogar es un ecosistema y la ciudad un escenario de convivencia, la arquitectura se convierte entonces en un lenguaje del vínculo. El diseño deja de ser un conjunto de soluciones materiales para convertirse en una gramática del afecto. En proyectos como Nova Pets Store, del estudio Say Architects, esta idea se lleva al extremo y los espacios comerciales se reinterpretan como lugares de encuentro donde humanos y animales pueden compartir experiencias sensoriales. Las alturas de las mesas, los recorridos visuales, las transiciones entre zonas de servicio y ocio… Todo se ajusta para reducir las asimetrías y fomentar una relación horizontal entre personas y sus animales.
Estas transformaciones, dispersas pero crecientes, apuntan hacia un cambio de paradigma. Diseñar para convivir con animales no debería entenderse como un lujo urbano ni una moda estética, sino como el reconocimiento de que habitamos el mundo con otros seres sintientes, y que nuestras decisiones materiales tienen consecuencias sobre su bienestar.
Exposiciones como Architecture for Dogs, en el ADI Design Museum de Milán, impulsada por Kenya Hara desde 2012, invitan a pensar el diseño desde esa sensibilidad ampliada. No se trata de hacer arquitectura para los animales, sino con ellos.