Jorge Almazán dejó su Alicante natal para estudiar Arquitectura en la Universidad Politécnica de Madrid. Con la carrera terminada, una beca le llevó a Japón con la idea de pasar dos años de aprendizaje en una trayectoria que daba sus primeros pasos. «Llevo diez veces más tiempo del previsto inicialmente», bromea el arquitecto alicantino, que se ha convertido en noticia por Tokio emergente. Diseñar la ciudad espontánea, un libro pensado para estudiantes que publicó hace tres años en inglés y que ahora ha sido traducido al español tras el éxito que ha despertado más allá de las aulas.
El texto habla del dinamismo de una ciudad rodeada de clichés que suma unos 40 millones de habitantes contando su área metropolitana. De su orden, distinto al occidental; de su espontaneidad, en lo humano y en lo arquitectónico. De sus entornos creativos, con el valor de la pequeña escala, de los límites permeables y de su huida de lo permanente. También de una sociedad que vive la calle, donde el espacio público tiene una importancia capital.
Una ciudad que, lejos de esa imagen exótica que transmite, permite aprender de ella aunque sea a una distancia de 15.000 kilómetros, como es el caso de Alicante. Donde el comercio singular (tradicional y moderno pero siempre idiosincrásico) es fundamental (con licencias para negocios rápidas de conseguir) y donde los coches no tienen la presencia predominante en la vía pública de la que gozan en occidente.
Tokio y mucho más
De todo eso habla Jorge Almazán en Tokio emergente. Diseñar la ciudad espontánea, pero una conversación con él, con siete horas de diferencia, da para mucho más. Porque con la perspectiva que dan la distancia y los años fuera de casa, el arquitecto alicantino no se resiste a conversar sobre la que considera su ciudad, Alicante, a la que vuelve siempre que puede. «Este julio, sin ir más lejos, he estado ahí», asegura ya de vuelta a Tokio, donde da clase en la Universidad de Keio. También combina proyectos desde su oficina con la investigación y un laboratorio en el que, junto a estudiantes, impulsa proyectos de impacto social. Eso sin perder contacto con sus raíces. De hecho, colabora con universidades como la de Alicante.
De su ciudad, tras ver mucho mundo, dice que tiene una «estructura excelente». «Caminando por el centro puedes disfrutar de diferentes morfologías, algo típico de las ciudades mediterráneas. Tenemos la medina, en el Casco Antiguo, luego la zona medieval, junto a las expansiones de distintos siglos. Pasear por Alicante es como ver un catálogo de diferentes texturas urbanas que hay que preservar», relata.
También destaca que se trata de una ciudad «caminable, compacta, densa y muy equilibrada en su escala». Es, por tanto, un ejemplo de esa «moda» de las ciudades de 15 minutos, que recuerda que es un objetivo para lugares como Estados Unidos. «Lo que para muchos es un sueño en Alicante es su cotidianidad», apunta Jorge Almazán, quien no pasa por alto una de las imágenes de postal de la capital alicantina: su frente marítimo. «Hace que sea más especial si cabe, al estar tan integrado en la ciudad», apunta el arquitecto, quien sostiene que Alicante es «un laboratorio perfecto para recrear la ciudad mediterránea ideal».
Retos pendientes
También pone deberes a la ciudad y a sus gestores, destacando como retos inaplazables la necesidad de ofrecer vivienda asequible y la gestión del turismo, dos cuestiones que forman parte del actual debate político y social ante la crisis habitacional y una turistificación que ha obligado a poner freno a la proliferación de apartamentos, tanto en bloques residenciales como en turísticos. «El turismo en Alicante es muy importante, pero hay que trabajar en encontrar el equilibrio. Es un reto interesante», sostiene, a la vez que destaca como clave para el futuro de la ciudad la «presencia del comercio» para seguir haciendo «vida de barrio».
Tampoco se olvida de poner el foco en la adaptación de la ciudad al cambio climático. «Hay que integrar más sombras, reduciendo la superficie de asfalto. Eso es otro reto que confirmé la última vez que estuve. Debemos dejar las discusiones ideológicas y potenciar lo que objetivamente funciona», señala Jorge Almazán, que lanza preguntas que podría hacerse cualquier ciudadano, a las que además da respuesta. «¿Si colocamos más árboles se va a estar mejor en la ciudad? Sí. Pues hagámoslo. El frescor y el verdor es agradable para todos. ¿Si se reduce el tráfico se avanza en una ciudad más amable y se favorece al comercio? Pues adelante», añade.
Proclamas al margen
Y ante esos debates, el urbanista pide «actuar sin proclamas ideológicas». Y lo hace dando vital importancia a los datos. «Tenemos muchas herramientas para testear las ideas. Para eso también está el urbanismo táctico», añade el experto, quien se muestra a favor de iniciativas como «probar a cerrar calles durante un tiempo limitado al tráfico, obtener datos y dejar que expertos los estudien con objetividad».
Por todo ello, anima a los gobernantes, con independencia del color político, a «atreverse a probar», como hizo París con la orilla del Sena o Barcelona con las supermanzanas en busca de espacios más amables. Porque, como subraya, en Alicante el caminar está ya interiorizado. Él, siempre que puede, admite que le gusta recorrer Canalejas, la Explanada para perderse en el laberinto del Casco Antiguo de su Alicante, de la que presume de tener una «visión muy positiva».
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