Ha sido preseleccionada para esculpir la fachada de la Gloria y cuenta actualmente con una retrospectiva en La Pedrera. Hablamos con la artista sobre el proyecto, su incorporación a la galería Hauser & Wirth, el diálogo entre arte y arquitectura, así como la lentitud y el tiempo como materia viva
Pocas artistas contemporáneas han logrado redefinir la relación entre la escultura, la arquitectura y la naturaleza con la profundidad y lirismo de Cristina Iglesias (San Sebastián, 1956). Galardonada con el Premio Nacional de Artes Plásticas de España y reconocida internacionalmente, Iglesias ha trascendido el concepto de la tradicional escultura en pedestal para crear entornos inmersivos que invitan al espectador a adentrarse en sus propias meditaciones.
Mediante el uso magistral de materiales como el bronce, el agua, el acero o la resina, y motivos recurrentes como celosías vegetales, laberintos acuáticos o flujos de tierra, sus instalaciones transforman espacios urbanos y naturales en lugares de pausa y reflexión.
Has sido seleccionada para intervenir en la fachada de la Sagrada Familia, coincidiendo con tu monográfica en otro edificio de Gaudí. ¿Cómo vives esta coincidencia?
Es una coincidencia entre proyectos y tiempos. Trabajar en un edificio de Gaudi es una inspiración y una ocasión de construir un diálogo con su arquitectura y mi propia obra. He podido pensar en matices nuevos.
En la monográfica encontramos varios de tus pozos. Tus exploraciones con el agua son quizá algunas de las obras más reconocibles de tu trayectoria. Crean espacios donde el espectador puede detenerse. Has hablado sobre el interés por el “tiempo” como medida y también material de tus obras. ¿Cómo es eso?
El agua es un material que se hace visible, que fluye, se detiene, desaparece y vuelve a aparecer. En cada pozo, en cada superficie refleja o altera el paso del tiempo. La medida del tiempo se convierte en materia: no solo lo percibes, lo atraviesas, lo habitas mientras recorres la obra. Los pozos son obras en las que el ilusionismo de mayor profundidad que la real afecta a la percepción de aquello que miras.
Tu práctica se mueve entre disciplinas: arquitectura, ingeniería, literatura, naturaleza. En tu pieza Corredor Suspendido II, los textos del escritor de ciencia ficción J. G. Ballard no se leen como narrativa, sino que actúan como geometría y sombra. ¿Qué tipo de experiencia puede surgir en quien recorre la pieza?
Creo que el visitante se pierde en el espacio y los textos que tejen las pantallas. Estas dejan de ser palabras y se convierten en paisaje, en sombra, en ritmo. La lectura se transforma en percepción: el cuerpo recorre la obra como quien atraviesa un bosque de ideas y de luz, sin necesidad de seguir una narrativa lineal. El leer el texto forma otra capa más de significado.
¿Cómo aparece la literatura en tu proceso creativo?
La literatura es una inspiración de espacios, de recorridos y de mundos imaginados.
En Camino Vegetal, creado para la casa de Lorca; ¿qué aspectos del homenaje permanecen intactos y cuáles se transforman al integrarse en La Pedrera?
Esa obra surgió para la Huerta de San Vicente, casa-museo de García Lorca, dentro de una exposición de homenaje a él. Para mí, esa memoria permanece, pero es a la vez una obra cuya presencia física, aunque sea en otro contexto, sigue estando unida a la poesía.
¿Cómo se construye ese diálogo entre arte y arquitectura?
Primero escucho el espacio, cómo se mueve la luz, cómo respira. La obra nace de ese diálogo. En este caso, el recorrido elíptico que construyo tiene que ver con la arquitectura de la Pedrera y con mi propia obra. A veces el espacio dicta la forma; otras veces siento que necesita un gesto distinto, una tensión. Siempre es algo nuevo. Ningún espacio es el mismo. Decidir cuándo integrarse y cuándo destacarse es parte de la intuición, del movimiento de la obra con el espacio y de la reflexión.
Y cuando trabajas en un lugar tan cargado de historia y forma, como la planta noble de Gaudí en La Pedrera, ¿qué te interesa revelar o transformar de ese contexto?
Busco revelar lo invisible: los ritmos internos, los vacíos, la luz que atraviesa las superficies. La arquitectura de Gaudí invita a que cada gesto sea consciente del movimiento del visitante, y eso transforma la experiencia, haciendo que cada obra sea un espacio de pausa y descubrimiento. Gaudí me inspira por su radicalidad poética, por su capacidad de convertir la materia en símbolo y en paisaje.
En marzo, el patronato de la Junta Constructora de la Sagrada Familia te preseleccionó, junto con otros dos artistas, para presentar propuestas para la fachada de la Gloria. ¿Podrías avanzar en qué consiste tu propuesta?
Se trata de un proyecto que está todavía en fase de concurso, por lo que no puedo adelantar detalles concretos. Sí puedo decir que lo afronto con mucho respeto, siendo consciente de la dimensión simbólica, arquitectónica y espiritual del lugar. Es, sin duda, un reto apasionante por su escala y por lo que representa.
Intervenir en la Sagrada Familia, un lugar que millones de personas, de distintas culturas y creencias, visitan cada año, ¿condiciona de algún modo tu aproximación al proyecto?
Sin duda, trabajar en un espacio tan cargado de significado y tan abierto al mundo obliga a pensar más allá de uno mismo. Me interesa que la obra pueda ser leída desde distintas sensibilidades, que sea transformada por quien la habita, a partir de una lectura contemporánea del espacio. Creo que el arte tiene esa capacidad de abrir lugares de contemplación, donde cada visitante pueda proyectar su propia mirada.
Has trabajado muchos años con Marian Goodman Gallery ¿Qué te motivó a unirte a la galería suiza Hauser & Wirth?
Todos estos años trabajando con Marian Goodman han sido decisivos en mi trabajo. He sido muy afortunada trabajando con una galería de artistas muy buenos, con los que he colaborado y con los que mantengo una amistad y espero seguir coincidiendo en proyectos y exposiciones. Ahora es un momento distinto y Hauser & Wirth es el lugar perfecto para mí. Me ofrece una gran complicidad y nuevas posibilidades de diálogo internacional y de colaboración.
Y cuando trabajas en un lugar tan cargado de historia y forma, como la planta noble de Gaudí en La Pedrera, ¿qué te interesa revelar o transformar de ese contexto?
Busco revelar lo invisible: los ritmos internos, los vacíos, la luz que atraviesa las superficies. La arquitectura de Gaudí invita a que cada gesto sea consciente del movimiento del visitante, y eso transforma la experiencia, haciendo que cada obra sea un espacio de pausa y descubrimiento. Gaudí me inspira por su radicalidad poética, por su capacidad de convertir la materia en símbolo y en paisaje.
Has representado a España en dos ediciones de la Bienal de Venecia y formado parte de muchas bienales y ferias internacionales. ¿Sientes que la bienal y la feria todavía ofrecen un espacio de experimentación real, o se han convertido en otra cosa?
Todavía hay espacios de experimentación, aunque más limitados. Las bienales son plataformas de comunicación importantes. Las ferias son necesarias para el mercado del arte.
Y frente a ese ritmo global, ¿cómo se sitúa una práctica como la tuya, que exige lentitud, permanencia y atención al lugar?
Mi obra trata temas universales que pueden expresarse en distintos contextos. Obviamente no es lo mismo construir una obra permanente que otra que va a vivir en un lugar por un tiempo. Trato que esa diferencia no afecte a la intención y percepción de ella. La lentitud es una forma de resistencia.
Tras la retrospectiva en La Pedrera, te esperan proyectos en Londres, Nueva York, Suecia o Dinamarca. Y se vislumbra una gran exposición con obra antigua y nueva en París. ¿Hay un hilo conceptual que conecte todas estas piezas o cada una nace de su propio espacio?
Todos los proyectos se enriquecen mutuamente. El lenguaje desarrolla un discurso que recorre toda la obra, creando nuevas experiencias.