Pablo Motos preguntando por la nariz de Lucas a Andy, David Broncano indagando en las cicatrices del amor en Rosalía, Leire Martínez apuntando a los concursantes de OT que en la vida de después de la academia no solo seguirán siendo nominados, incluso también serán despedidos. Bien de salseo.
Todo en la misma noche del lunes en la que nosotros mismos echamos de menos a Javier Ambrossi junto a Javier Calvo en el sketch del descansillo de escalera de La Revuelta. El gag de patio de vecinos empujó a que los rumores se convirtieran en noticia contrastada: ya no están juntos.
Los corazones rotos nos igualan. El desamor es transversal. No distingue estatus, dinero y triunfo. Nos identificamos con los que son dejados, pues todos hemos sentido alguna vez el vértigo de esa soledad.
Ahí crece el problema del mal rendimiento en audiencias de los programas de cotilleo que tanto triunfaron desde los noventa. Fueron dejando de hablar de personas reales, sus conflictos se inflaron hasta pasar del rosa al negro. De hecho, cambiaron la complicidad con el famoso por la hostilidad pagada que nos pone a la defensiva. Los personajes relevantes huyeron. Las celebrities reales dejaron de estar. La audiencia dejó de creer. La verdad se resquebrajó.
Los programas con la risa por delante han cogido astutos el relevo de las cenizas del cuore. “¿Cuánto f*llas? ¿Cuánto dinero tienes en el banco?” Jamás serían contestadas a María Patiño, pero sí respondidas a David Broncano. Con extracto bancario si hace falta. Tampoco Isabel Preysler iría a De Viernes, pero sí a El Hormiguero.
La audiencia sigue enamorándose. Aunque, a diferencia de antaño, no se conforma con cualquiera. No aguanta por aguantar. Parecido sucede con los programas. Elegimos referentes con talento, no famosos de pacotilla. Creamos vínculos comprometidos con los artistas que nos despiertan emociones con su oficio. Rosalía, La Oreja de Van Gogh, Andy y Lucas, Los Javis. Los hemos visto crecer con nosotros, como nosotros. Incluso los hemos visto romper. Los sentimientos cambian, las historias se acaban. Aunque hay algo que, para todos, siempre será para siempre: los ex.