Lynne Ramsay se adentra de nuevo en los territorios más turbios de la psique humana con Die My Love, una adaptación libre de la novela de Ariane Harwicz. Jennifer Lawrence y Robert Pattinson se dejan manejar por la directora británica, que construye un drama de intensidad febril, entre el retrato íntimo, el thriller psicológico y una experiencia sensorial próxima al caos interior que encarna en la protagonista. Ramsay, que firma el guion junto a Enda Walsh y Alice Birch, propone una obra que rehúye la linealidad y se adentra en un estado emocional indomable.

La película se desarrolla en un rincón olvidado del campo estadounidense, donde Grace y su marido han decidido iniciar una vida aparentemente apacible. No sabemos por qué se han trasladado allí. La directora evita las explicaciones explícitas pero ese aislamiento geográfico funciona como un espejo de la creciente desconexión emocional de la protagonista. Grace vive en una contradicción permanente: desea ser libre pero teme la soledad; busca el calor del hogar y fantasea con destruirlo todo. La tranquilidad del campo frente a estallidos de violencia emocional.

La protagonista se mueve como un animal acorralado

Die My Love no es un estudio clínico de la maternidad como un infierno. Ramsay bordó ese tema en Tenemos que hablar de Kevin, donde retrataba muy bien el deber materno frente a un hijo monstruoso. Aquí, la maternidad es solo un detonante que revela la disidencia interna de Grace: su resistencia a desempeñar un rol que la sociedad y el entorno familiar de su marido intentan imponerle. La presencia de la suegra, la extraordinaria Sissy Spacek (ha pasado medios siglo desde Carrie o Malas Tierras) añade una capa inquietante al conflicto, pues encarna una forma de abnegación heredada que la protagonista rechaza de raíz.

Ramsay orienta la película hacia la exploración de un malestar existencial más amplio. Grace no es una «mala madre» en el sentido tradicional; es una figura que se niega a ser asimilada, que desafía las estructuras afectivas y domésticas que la han encerrado. Jennifer Lawrence ofrece una interpretación extrema, visceral. Se arrastra, grita, tiembla, ríe sin motivo aparente y se mueve como un animal acorralado. Hay ecos de su trabajo en Madre!, aunque aquí su energía se vincula menos al simbolismo religioso y más a la pura desobediencia emocional. Robert Pattinson aporta la contención, un contrapeso que sin embargo cataliza el desorden interior de Grace.

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