A Carlos León le gusta emplear desde hace un tiempo el término «postmadurez» para referirse al estado en el que se encuentra, cuando acaso tendría más sentido hablar de ‘en sazón’, que no es otra cosa que el justo punto del sabor que consigue que … tengamos el máximo placer.
Las exposiciones recientes en el Museo Patio Herreriano regalan ese momento oportuno, el ‘kairós’ griego, la ocasión feliz. Ciertamente encontrar en una sala ‘Precipitación’ (1989), de Nacho Criado, me da una clave para poner en diálogo los planteamientos artísticos de Xisco Mensua, Miguel Marina y Carlos León sin perder de vista algunos cuadros espléndidos de Luis Cruz Hernández bajo un título que podría servir para todos: ‘La vida ávida’.
Acaso no sea otra cosa lo que urge a un artista, a saber, el deseo de intensificar nuestras sensaciones, el afán de conocer abriendo nuevos horizontes de sentido, escapando de las represiones, tensando el imaginario de una forma que es, afortunadamente, erótica.
Xisco Mensua (1960-2025), recientemente fallecido, se dedicó obsesivamente a dibujar su mundo de múltiples y lúcidas referencias, componiendo su obra como un apasionante cuaderno de bitácora donde aparecen figuras como Warburg, Walter Benjamin, Nietzsche, Kafka o Beckett. La constelación que expande sus imágenes es la que pasa de lectura a experiencia vital, en una inmersión, como apunta Álvaro de los Ángeles, su comisario, en la frágil condición humana, dando forma a fantasmas que no dejan de asediarnos.
Sin caer en el gigantismo
Por su parte, Miguel Marina (Madrid, 1989), uno de los pintores más dotados de su generación, presenta unos enormes cuadros sin caer en el ‘gigantismo’, demostrando que tiene un estupendo sentido de la composición, con colores de una energía admirable. Acaso en su concepción de la pintura esté aludiendo a ese momento, benjaminianamente ‘aurático’, en el que sentimos el ‘aquí y ahora’, cuando la experiencia corporal no puede ser suplantada por ninguna viralización algorítmica.
(Ni) en pintura.
En las imágenes, de arribaabajo, obra de Miguel Marina; y polípticos de Xisco Mensua
Patio Herreriano
La ‘Suite Dánae’ de Carlos León (Ceuta, 1948) es el resultado de la entrega absoluta del artista a la pintura. Durante este año ha pintado cuadros de gran formato, apasionado con la superficie de madera, dejando con sus manos huellas fluidas y, al tiempo, atravesadas por una sabiduría estética. Este artista –que ha hablado en tantas ocasiones de la pasión que tiene por Grecia y por un libro como ‘Las bodas de Cadmo y Harmonía’, de Roberto Calasso– retoma un mito que ha tenido una importante fortuna en la Historia del Arte, con esa Dánae pintada, entre otros, por Tiziano, Rembrandt, Corregio o Artemisia Gentilleschi.
León declara que este mito, de sobra conocido, «alberga una intensa carga narrativa en la que entra en juego lo más extremado del claroscuro en el que se desarrolla el existir. Los momentos más luminosos del relato, la belleza de Dánae, la cámara de reverberante metal, la fulgurante pasión de Zeus, la lluvia de oro, o la preñez de la prisionera, son confrontados a todo un océano de oscuridad en el que cunde la incertidumbre de un oráculo siniestro, la negrura de un encierro abisal, las penumbras del terror de un padre verdugo… Y todo cuanto a partir de estas secuencias va teniendo lugar en una continuidad sin final».
Pensando en la hermosa suite, un término que también reverbera musicalmente, de Carlos León busqué en ‘Las Metamorfosis’ de Ovidio los pasajes en los que aparece Dánae y me sorprendió que apenas es nombrada en tres versos en tres distintos libros, siendo la referencia más ‘oportuna’ la que está vinculada a la descripción del rey Midas cuando se mencionan «las ondas que se deslizan por sus manos podrían engañar a Dánae».
Lo acuático o, mejor, lo fluido está gozosamente presente en Carlos León y en las figuraciones de Mensua o en las abstracciones nada programáticas de Marina. También los reflejos, las ‘ondas cristalinas’ obsesionaban a Nacho Criado, que buscaba calmar una antigua sed cuando aludió a la «voz que clama en el desierto».
Miramos las obras de arte y, súbitamente, puede que nos devuelvan la mirada o que amplíen los reflejos en dimensiones que no podemos calcular, es decir, en una clave de lo sublime matemático. En uno de los cuadros de la secuencia ‘oscura’ de la revisión que hace León de la existencia enclaustrada de Dánae pareciera que surge un ojo primitivo, o incluso una cabeza de un animal, signo del sacrificio o la exorbitación.
Nuevo ciclo pictórico en Patio Herreriano
Carlos León. ‘Suite Dánae’. Comisario: Javier Hontoria. Hasta el 18 de mayo. Cuatro estrellas.
Miguel Marina. ‘Hasta aquí’. Comisario: J. Hontoria. Hasta el 18 de mayo. Cuatro estrellas.
Xisco Mensua. ‘Estudios, diarios y colecciones’. Comisario: Álvaro de los Ángeles. Hasta el 8 de marzo. Cuatro estrellas.
Museo Patio Herreriano. Valladolid. C/Jorge Guillén, 6
Me dejo llevar por el imaginario acuático hacia Perseo, el nieto homicida del oráculo, aquel que decapitó a la Gorgona con el reflejo de un escudo. Atravesamos el estadio del espejo para acceder al de la sombra, comprendemos que la ‘precipitación’ puede suponer la cristalización de algo mágicamente sazonado.