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En los confines australes del océano Atlántico, una tragedia silenciosa ha teñido de luto las costas de Georgia del Sur. Allí, en una de las mayores concentraciones de vida salvaje del hemisferio sur, la gripe aviar ha desatado una matanza que ni los más pesimistas habían imaginado: casi la mitad de las hembras reproductoras de elefante marino han desaparecido. Un vacío repentino, inexplicable a primera vista, que deja sobre la arena el eco de una devastación que no cesa.

El Servicio Antártico Británico, en colaboración con investigadores internacionales, ha confirmado lo que ya se temían tras meses de conteo con drones y análisis de campo: entre 2022 y 2024, el número de hembras en las tres mayores colonias reproductoras de la isla ha caído un 47%. Más de 50.000 animales, en su mayoría adultos en edad fértil, se han desvanecido del paisaje. Un descenso que no puede achacarse a oscilaciones naturales ni a fenómenos climáticos puntuales. Este impacto es de una magnitud espeluznante.

Isla Pájaro

Todo comenzó con un ave. Un petrel gigante antártico, hallado inmóvil en la isla Pájaro el 16 de septiembre de 2023, fue el presagio. El virus H5N1 había llegado al umbral de la Antártida. Su rastro había comenzado décadas atrás, en una granja china de gansos, y había recorrido medio mundo, mutando, haciéndose más letal, hasta alcanzar los territorios más remotos del planeta

La versión 2.3.4.4b, detectada por primera vez en 2020, se convirtió en una fuerza virulenta sin precedentes. Desde entonces ha exterminado millones de aves y, en su mutación reciente, ha saltado de las aves a los mamíferos.

Microbiota intestinal

La propagación en Georgia del Sur fue tan rápida como devastadora. Los elefantes marinos, que acuden por decenas de miles cada año a las playas para aparearse, ofrecen las condiciones perfectas para la transmisión: cuerpos apretados, contacto constante, y una vulnerabilidad que no había sido puesta a prueba por un patógeno así. 

Los científicos han confirmado, mediante estudios genéticos, que el virus no solo llegó desde las aves, sino que se ha transmitido entre los propios elefantes marinos, a través del aire, de animal a animal.

Consecuencias

Las consecuencias de este brote son doblemente inquietantes. Por un lado, porque afecta a una especie emblemática, que hasta ahora se consideraba estable: el elefante marino del sur (Mirounga leonina), un gigante que puede superar las cuatro toneladas y vivir más de dos décadas. 

Por otro, porque abre la puerta a un escenario epidemiológico que los virólogos temen desde hace años: que un virus altamente patógeno de origen aviar se adapte a los mamíferos. En un entorno tan extremo, donde las condiciones logísticas hacen difícil el monitoreo constante, la falta de cadáveres no indica ausencia de mortalidad. Muchos mueren en el mar, donde nadie los ve.

Este panorama no es exclusivo de Georgia del Sur. En octubre de 2023, la escena fue aún más desgarradora en la península Valdés, en Argentina. Miles de cuerpos de elefantes marinos yacían sin vida en la arena. Allí, el virus mató a más del 95% de las crías en apenas unas semanas. 

El caso de los elefantes marinos actúa como un termómetro de lo que está por venir. Su colapso no es solo un drama naturalista, sino una advertencia escrita con sangre sobre la arena de las playas antárticas.