Ernesto Mastrascusa | EFE

Las condiciones insalubres de vida de la población han provocado una explosión de dengue, chikunguña, oropuche y zika en un contexto en el que no hay ningún tipo de medicamento
14 nov 2025 . Actualizado a las 13:01 h.

Cuba, que durante décadas mostró la sanidad como la joya de su sistema, atraviesa una de las peores crisis sanitarias de su historia. A las carencias acumuladas y al paso del huracán Melissa, que hizo estragos en varias provincias del oriente del país, se suma una emergencia por arbovirosis (enfermedades virales transmitidas principalmente por mosquitos, como el dengue, el chikunguña, el oropouche y el zika), además de distintos virus respiratorios.

La población, agotada y enferma, denuncia lo que las autoridades intentan minimizar: una epidemia que avanza sin control y con resultados trágicos en muchos casos. Los testimonios a pie de calle y en redes sociales la comparan ya con los peores momentos de la pandemia, e indican que no son pocos los fallecidos, entre ellos muchos niños y personas muy jóvenes, aunque no siempre sean los virus la causa que aparece en el certificado de defunción.

La pastora y activista social Elaine Saralegui relata en sus redes su experiencia, tras contagiarse junto a su madre, de 80 años. «La fiebre constante, el dolor de cabeza, la fatiga… te doblegan». Sin agua, sin luz, sin medicinas, sobrevivir se vuelve un lujo, cuenta. «Por más que una se cuide, no hay escapatoria cuando te obligan a vivir en condiciones indignas».

Desde Matanzas, punto de inicio y epicentro de la crisis epidemiológica, y otras provincias como Cienfuegos, Ciego de Ávila o La Habana, han proliferado las denuncias de hospitales abarrotados y cientos de miles de enfermos sin diagnóstico ni tratamiento. Fiebres de más de 40 grados, complicaciones y secuelas que duran meses, son ya parte del día a día, mientras la respuesta oficial se limita a pedir unidad. Las historias reflejan el estado del país: «Un pueblo enfermo, demacrado, sin fuerzas, sin risas, sin esperanzas», sostiene Elaine.





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La intelectual Alina Bárbara López, residente en Matanzas, explica así la situación: «Los últimos cinco años han sido terribles en todo sentido. Estas enfermedades no son esencialmente mortales, pero en un país con altos niveles de desnutrición y estrés, con enfermos crónicos sin medicamentos y hospitales sin recursos, se convierten en una amenaza letal».

«No hay pastillas para el dolor ni para bajar la fiebre, ni termómetros», refiere. Por demás, los antihipertensivos, los diuréticos y los medicamentos para la diabetes desaparecieron hace años. Ahora, las farmacias vacías reparten apenas sobres simbólicos de sales de rehidratación, mientras los servicios funerarios se ven superados por el aumento de muertes. «Se está enterrando gente de noche en los cementerios, como en la pandemia, porque no dan abasto», asegura.

La epidemia se volvió incontrolable por la insalubridad pública, con «las calles llenas de basura, baches con agua estancada, fosas rebosadas y tuberías rotas»”, que se han convertido en criaderos de mosquitos, afirma. Según López, «estamos ante un sistema de salud colapsado, sin insumos ni recursos humanos». El éxodo y las conocidas como misiones gubernamentales han mermado el personal, mientras los que quedan están agotados y sin las condiciones mínimas para trabajar.

A las epidemias se suma una situación social crítica: apagones constantes de más de 24 horas, falta de agua potable y escasez crónica de alimentos, lo que ha creado el caldo de cultivo perfecto para la expansión de los virus y el agravamiento de las consecuencias.

Tras semanas de alarma, finalmente las autoridades se vieron obligadas a reconocer parcialmente la gravedad de la situación. La viceministra del Salud admitió a inicios de noviembre que calcula alrededor de 20 000 infectados con chikunguña en la isla. Pero todos saben que son muchísimos más, con pueblos y ciudades enteras donde ha enfermado la mayor parte de la población. Mientras tanto, las acciones para controlar la epidemia no se notan, y se limitan a pocos intentos por reactivar la recogida de residuos y algo de fumigación contra los insectos.

Las redes sociales se han convertido en el principal canal informativo y de coordinación ciudadana. En ellas se documentan casos, se denuncian muertes, se exige al gobierno transparencia y que declare emergencia nacional, y se organizan canales de ayuda.

En Madrid, la Red de Ayuda para Cuba coordina la recogida y envío de medicamentos desde toda España. «Esta iniciativa, que surgió en los momentos más críticos de la pandemia, ha vuelto a reactivarse ahora ante la gravedad de la situación», asegura Katherine T. Gavilán, una de sus promotoras. «Estamos intentando coordinar diversos esfuerzos, muchas personas han colaborado para hacer llegar a los enfermos medicamentos vitales y para aliviar los síntomas, pero aún es insuficiente».

«Esto no es una ‘situación compleja’, ni un ‘brote’ —dice Alina Bárbara López—, esto se llama epidemia, y no se revertirá pronto, porque las causas siguen intactas. Y la estamos pagando con la vida de nuestro pueblo».


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