Paul Urkijo da en ‘Gaua’ (La noche) una vuelta de tuerca al universo propio que creó en ‘Errementari’ e ‘Irati’. Ahora va más allá, en una película nocturna, en la que introduce akelarres con doscientos figurantes perfectamente coreografiados o criaturas protésicas con animatrónica y una estética preciosista que en ocasiones remite a Goya o Vermeer. La acción se sitúa en la zona de Xareta (Urdax, Zugarramurdi, Sara y Ainhoa) en el siglo XVII. En plena caza de brujas, Kattalin huye de su marido, abandonando el caserío en mitad de la noche.
¿Era el típico niño que dejaba una lucecita de noche por miedo?
No, a mí me atraía la noche. De hecho, me acuerdo en campamentos, de salirme de la tienda de campaña y pasear yo solo por el bosque, a oscuras.
¿Sin miedo?
Sin miedo. Al revés. O igual enfrentándome un poco al miedo. Me gustaba. Era como que me quería encontrar con algo.
En ‘Gaua’ sí que aparecen cosas. ¿La película sería la cara B del mundo de ‘Irati’, esta vez de noche?
Podría ser. Yo creo que Gaueko, el dios de las tinieblas, podría ser otra transformación de Mari. Mari, al final, es la ama lurra, la madre de todos los seres que habitan en la mitología vasca. Es quien premia y quien castiga. El día y la noche. La madre de la luna y del sol. La oscuridad también es hija de Mari, y también puede ser una representación suya. La película es un homenaje a todas esas leyendas vinculadas a la noche, ese universo donde Gaueko es el rey que representa el viento, la oscuridad, el lobo, el bosque oscuro, esos terrores.
¿Cómo traduce todo eso a imágenes? ¿Consigue rodar todo lo que tiene previamente en la cabeza?
La verdad es que en este caso, sí. Hemos tenido muy poco tiempo para rodar, cinco semanas y media. Pero creo que he conseguido condensar todo lo que quería contar. Están prácticamente todos los retazos de cuentos, objetos, leyendas y personajes que quería que estuvieran. Y sobre todo las imágenes que tenía en la cabeza, de los akelarres, los vuelos de las brujas, Gaueko, Inguma… todo ese imaginario.
¿Qué complicación supone rodar de noche?
Queríamos que la oscuridad avanzase por el bosque cuando avanza Gaueko. Para eso, tuvimos que poner una línea de grúas con focos que iban programados y se iban apagando, para que no hiciéramos un fundido en negro a través de postproducción, porque así pierde el volumen. Quería que la sombra se fuera abrazando a los árboles. Para tener profundidad nocturna real si no tienes niebla, no te queda buena atmósfera. Y si te pasas con la niebla, levantas mucho la noche, porque la niebla ilumina. Ahí teníamos que jugar con el trabajo que se pegó Gorka Gómez Andreu, el director de fotografía.
Incluso ha metido un bosque en un plató. ¿Al final sus películas abren nuevos caminos a la hora de producir?
Un 95% de la peli son localizaciones naturales. Cuando ruedas en un bosque real, ese bosque está lleno ya. Aunque no veas a nadie, está lleno de personajes, árboles, musgo, setas… y eso ya le da una vida, un realismo y una textura a la película que es insuperable. Pero hay veces que no puedes, por logística. En Gaua quería hacer un plano secuencia en el que la cámara atravesando un mar de cuerpos, un remolino que terminase en una invocación. Y eso en el bosque, en febrero o marzo, no se puede hacer. Izaskun Urkijo, la directora de arte, creó un plató con 170 árboles y emulamos que estábamos en el bosque . Pero sí que es verdad lo que dices, que a nivel de producción se abren caminos. El género fantástico no se suele hacer mucho en este país, y siempre tenemos que tener mucha inventiva. Siempre hay I + D, es un proceso con riesgo, pero muy estimulante.
¿Como la batalla en el barro de ‘Irati’, que con pocos recursos quedó épica?
Eso es, hay que tenerlo todo muy claro para saber qué recursos tienes y a qué tienes que renunciar. Entre los directores siempre hablamos que el cine es el arte de la renuncia. Hay que tener muy claro desde el principio hasta dónde puedes llegar con el presupuesto que vas a tener. Eso ya lo decían los maestros como Howard Hawks o John Ford.
Irati se convirtió en la película en euskera más vista de la historia, ¿ha habido un salto en medios para el rodaje de ‘Gaua’?
Realmente no, de hecho hemos tenido algo menos de presupuesto, y menos semanas de rodaje. Lo que sí creo que hay es más concreción. Yo, como director, también voy adquiriendo más experiencia y creo que atino más, o por lo menos sé gestionar mejor los recursos y los tiempos. Pero no por tener menos recursos es más pequeña o menos épica.
Elena, dice que el rodaje fue duro, ¿por qué?
Elena Úriz: Para mí llevar unas uñas tan largas fue duro, no me podía ni subir la falda, ni bajar la braga cuando iba al baño y tenía que pedir ayuda. El rodaje fue bonito, fue duro también en una escena de frío, en una herrería en Legazpi que usamos como si fuera una mazmorra. Pero lo llevé muy bien, muy a gusto.
¿Más que con Wes Anderson en el rodaje de ‘Asteroid City’?
Elena Úriz: Ay, por favor, no me lo nombres, déjalo, yo me quedo con Paul Urkijo [risas]. Aquí mucho más a gusto.
Es curioso que un mundo tan local tenga siempre ese apoyo en el Festival de Sitges. ¿Cómo fue el estreno allí?
Elena Úriz: ¡Es que Paul Urkijo en Sitges es mucho! No hay más que verlo aparecer y la gente empieza a gritar. Es muy querido.
Paul Urkijo: Sitges es el festival de género fantástico más importante del mundo. Yo llevo yendo muchos años, también como espectador. Es un festival que ama el cine, van a disfrutar de las películas más que a criticarlas. La acogida fue muy bonita, la gente aplaudió un montón, los comentarios fueron muy cálidos, se acercaba mucha gente a felicitarnos, hubo lágrimas también… fue una gozada.
Otro director con relación especial con Sitges es Guillermo del Toro, que también rueda cuentos góticos como los suyos. ¿Qué haría usted con sus presupuestos?
A Guillermo del Toro le admiro un montón. Agradezco mucho la comparación, es un honor. Evidentemente me gustaría poder acceder a ese tipo de presupuestos. Sería algo completamente nuevo. Seguramente intentaría seguir la misma línea, porque al final seguro que si te dan 50 millones, también te van a parecer pocos y querrás hacer algo todavía más bestia.
¿Cómo se viven estas horas previas al estreno?
Siempre tienes nervios. Para nosotros es importante que la película se vea en cine. No solo porque se ha rodado para verse en grande, con escenas muy épicas -yo intento maravillar al público-, sino porque está vinculado a que podamos seguir haciendo películas en euskera. Si no funciona, luego no apuestan por nuestros proyectos. Eso te genera cierta ansiedad, pero confío en la película.
¿Esa barrera de que una película sea en euskera no está ya superada por el público?
Elena Úriz: Yo creo que nos estamos acostumbrando a lo que nos tendríamos que haber acostumbrado antes, que es a ver películas en versión original, en este caso en euskera. Si sabes leer, ¿qué más te da?
Aquí, además, un euskera antiguo.
Hemos basado el euskera en el de Xareta. Gorka Lazkano es el encargado de darle esa textura antigua, que luego los actores tienen que sufrir un poco, pero que le da una verosimilitud muy bonita.
La película incluye referencias a personajes históricos como el abad de Urdax.
Aparte de lo legendario, tiene muchas referencias a cuentos, personajes, hechizos o rimas que fueron registradas por Barandiarán. También hay elementos, personajes y nombres que son históricos. Entre otros, el Abad de Urdazubi, Fray León de Araníbar. Se dice que fue el que vertió la mentira de la brujería en la zona por intereses personales. Tenía vinculación con el señor de Urtubia de Bayona o de San Juan de Luz, que es quien trajo a Pierre de Lancre por meras cuestiones monetarias. Había gente que estaba generando empresas de astilleros, y a él le estaba haciendo daño.
¿Al final con elementos de todas esas historias hace una sola?
Sí, intento ser muy respetuoso con el contenido histórico y legendario, pero luego, evidentemente, esas piezas las uno como me interesa, rellenando los huecos con mis licencias. También hay muchos homenajes. Por ejemplo, la protagonista se llama Kattalin, y hay otro personaje que se llama Maritxu. En el siglo XV hubo una relación de dos mujeres, de Kattalin Belauntzakoa y Maritxu Oiartzungoa, que fueron juzgadas. Les hago un guiño con los nombres.
¿Hay una intención de rendir homenaje a esas mujeres?
Elena Úriz: Yo creo que sí. Recuerdo que para la película ‘Akelarre’ me leí el libro de Pierre de Lancre y vi la obsesión que tenía por condenar. ¡Qué inventiva tenía¡, ¡cómo utilizaba a los niños para sacar no sé qué! En él vi el reflejo de lo que puede ser la postura inquisitorial de ir a buscar y a ver si la condeno.
¿Hasta qué punto la imagen icónica universal de las brujas bebe de estas mujeres que iban con esos gorros tan peculiares?
Creo que es una mezcla de eso y la imaginería puritana inmigrante de Nueva Inglaterra, porque esos gorros negros con la hebilla son de los puritanos ingleses que fueron allí. La estética del gorro picudo venía de aquí, porque realmente eran parte de la moda de Euskal Herria. Nosotros hemos intentado también aportar estéticamente esos aspectos, con el currazo que se ha pegado Nerea Torrijos, la directora de vestuario. Y no solo eso, sino también la textura, los colores. Estamos acostumbrados a ver películas de género de esa época con vestuario muy poco colorido, grisáceo. En la documentación vemos que vestían con colores súper vibrantes, muy saturados.
Pequeña guía de personajes de la mitología rural vasca que aparecen en la película.
Gaueko: Dios de las tinieblas, invisible y cambiante, podía mostrarse como lobo, lechuza u oveja. La noche era su territorio.
Inguma: Espíritu maligno lleno de rencor, que entraba en los hogares mientras la gente dormía, oprimiendo la respiración de los durmientes y convirtiendo sus sueños en pesadillas o asfixiándolos hasta la muerte. Para protegerse de él se invocaban oraciones y se colocaba (y coloca) el Eguzkilore, en la puerta.
Mateo Txistu: cura obsesionado con la caza que según la leyenda, fue maldecido por abandonar una misa tras una liebre que resultó ser el un ser maléfico.
Akerbeltz: el macho cabrío, al que según los inquisidores le rendían culto las brujas en los Akelarres. Es una deidad astada de carácter lunar, que ocupaba un lugar central en la cosmovisión popular: vinculada a lo salvaje y la fertilidad, guardián de los animales domésticos, capaz de protegerlos y sanar sus males.