En el verano de 1925, Picasso tiene 45 años y es enormemente feliz con su mujer Olga Khokhlova y su hijo Paulo en Juan-les Pins, su primer refugio en la Costa Azul. Y, sin embargo, justo en ese momento su pintura se vuelve desasosegada y turbulenta. “Es un Picasso humano, demasiado humano”, señala parafraseando a Nietzsche (no lo cita, por pudor a parecer pedante) Eugenio Carmona, uno de los mayores especialistas en la obra del malagueño, que ha dedicado veinte años a estudiar ese momento en el que el artista quiere hacer un homenaje a las bellas artes, con su padre encarnado en busto barbudo de yeso, “y el bodegón le estalla en la tela transformándose en una obra profundamente convulsa”.

Carmona se refiere a Estudio con cabeza de yeso, acaso su obra maestra más desconocida, que forma parte de las colecciones del MoMA desde 1975 y antes había sido propiedad de su director, James Johnson Sweeney. Desde Nueva York ha viajado ahora a Málaga y es la estrella absoluta de Picasso Memoria y Deseo -así, sin coma, como si la memoria y el deseo del título fueran en realidad los apellidos del artista-, una exposición fascinante que rescata a Picasso de “las narrativas que lo encierran en el laberinto de su propia intimidad y de sus relaciones personales, como si fuese un tipo que no vivía en el mundo y que no se enteraba de lo que pasaba”, argumenta Carmona.

Eugenio Carmona, junto a

Eugenio Carmona, junto a ‘Estudio con cabeza de yeso’ 

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Muy al contrario, Picasso era consciente de que el mundo estaba cambiando: los no tan felices años 20 fueron en realidad años llenos de paradojas en los que los movimientos emancipadores convivieron con el surgimiento de regímenes totalitarios que acabarían llevando a Europa a una nueva guerra, y cuestionando el arte moderno. “Fueron tiempos difíciles y al mismo tiempo llenos de esperanza, pero sobre todo fueron tiempos en los que la noción del tiempo cambió. Ya no era lineal. El pasado se une a algo que anuncia el futuro y a la propia vivencia del presente. Y como consecuencia de ello el sujeto ya no es monocorde sino múltiple y escindido”, continúa el comisario.

Dali y lorca

A la izquierda, ‘Naturaleza muerta al claro de luna malva’, 126, de Dalí, y en el centro  ‘El beso’, 1927, de Lorca 

Jorge Zapata/Efe

“Cada vez que dibujo un hombre, pienso, sin querer, en mi padre… Para mí, el hombre es ‘don José’ y será así toda mi vida… Llevaba barba… Todos los hombres que dibujo los veo más o menos con sus rasgos”, le confesó Picasso al fotógrafo Brassaï. Efectivamente, el busto de yeso evoca la memoria, la figura paterna, el catedrático de bellas artes, cuya sombra de color gris azulado (el mismo que Carmona ha trasladado a las paredes de la exposición) parece independiente de él. La oreja toca un teatrillo que alude al mismo tiempo a su hijo Paulo, fruto del deseo, de la voluntad de vivir, de la pulsión de vida, y su dedicación de aquel momento en el ballet y el teatro. “A partir de ahí esa dialéctica entre memoria y deseo es la que conducirá toda su obra”, constata Carmona. También el busto formará parte de la misma hasta 1938, cuando por última vez lo pinta transformada en cabeza de toro en el momento en el que el ejército republicano está siendo derrotado en la Batalla del Ebro y pierde toda esperanza.

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Pero Picasso Memoria y Deseo es mucho más que una exhaustiva investigación en torno a un cuadro. El comisario, sabio y audaz, la arropa con un centenar de obras, entre las que destacan la reinterpretación que hizo Dalí de Estudio con cabeza de yeso, en la que transformó el busto en una cabeza cortada e incluyó un autorretrato suyo y un retrato de García Lorca en el que de alguna manera planteaba la relación entre ambos. Y del propio Lorca se exhibe El beso, una maravilla de dibujo en la que el poeta se apropia a su vez de la sombra u de los rostros desdoblados. 

Imagen de la exposición en el Museo Picasso Málaga

Imagen de la exposición en el Museo Picasso Málaga

MPM

En torno al tema de los bustos, ha convocado grandes como Giorgio de Chirico, Magritte, Dora Maar, Man Ray, Brassaï, Cocteau o Claude Cahun, que junto a Marcel Moore realizó un doble autorretrato que ha acabado convirtiéndose en un referente de la identidad transgénero. Han llegado de museos de todo el mundo y, en la muestra patrocinada por la Fundación Unicaja, hay también españoles como Benjamín Palencia o Enrique Climent.

Eugenio Carmona resume la exposición como “la voluntad de vivir como obra de arte”

Le preguntan a Carmona cómo resumiría en una frase la exposición, y como si hubiera previsto la respuesta surge como con un resorte: “La voluntad de vivir como obra de arte”. Es también el Picasso que se da cuenta de que su lugar en el mundo del arte está cambiando. Él, que había visto con enorme dolor cómo Las señoritas de Aviñón, una obra radical, era utilizada por su primer comprador Jacques Doucet para decorar un hueco de escalera, está siendo reivindicado por una generación de creadores mucho más jóvenes que él, los surrealistas. Y,  “en el momento en que en Nueva York le está robando el protagonismo a París, en 1925 recibe la visita de Alfred Barr, el primer director del MoMA, y pasa de ser alguien reconocido en el milieu intelectual para ser alguien querido por coleccionistas millonarios dispuestos a pagar una fortuna”. “Son cosas que normalmente pasan por alto sus biógrafos, que lo reducen a alguien que perseguía muchachas y vivía sin más, pero era un intelectual de una gran envergadura y todo lo registraba en su arte”.