A sus 29 años, Alice tiene lo que muchos consideran un sueño, con un trabajo prestigioso y un sueldo por encima del promedio. Desde septiembre de 2024, es jueza en el Tribunal de Bobigny, en la periferia de París, con un salario neto mensual de 3.400 euros. Sin embargo, lejos de vivir con holgura, se enfrenta a una realidad compartida por miles de jóvenes profesionales en Francia: con ese ingreso, no puede aspirar a comprar una vivienda en París, tal y como cuenta en una entrevista con el medio francés Le Monde.
«Soy una de las personas mejor pagadas de Francia y aun así, nunca podré comprar un piso en esta ciudad», afirma sin rodeos. Su experiencia no es aislada. A pesar del aumento salarial otorgado hace poco a los magistrados, el coste de vida en la capital y la presión inmobiliaria siguen marcando los límites de lo que puede considerarse una «buena vida».
Alice nació en Burdeos en una familia acomodada pero con mentalidad práctica. Sus padres, ambos titulados en escuelas de negocios, le inculcaron la importancia del esfuerzo y del ahorro. Trabajó cada verano para pagarse sus gastos personales.
Tras años de estudios, becas, préstamos y preparación intensiva para ingresar en la Escuela Nacional de la Magistratura (ENM), logró su objetivo tras varios intentos. «Trabajaba siete días a la semana», recuerda. «Y aun así suspendí una vez. Volví a intentarlo y aprobé. Fue un proceso agotador y solitario» Durante ese tiempo, vivió con lo justo, dependiendo en parte de sus padres y de trabajos ocasionales como asistente legal.
La formación en la ENM, aunque remunerada, supuso también un esfuerzo económico importante: tuvo que pagar varios alquileres a la vez por la rotación de prácticas en distintas ciudades. «En Niza tenía que alquilar un piso mientras seguía pagando el de París, donde debía volver semanas después», cuenta al mismo diario francés.
Hoy comparte vivienda con su pareja, un abogado reconvertido en cocinero que atraviesa su propia transición profesional. Ambos pagan 750 euros mensuales por el alquiler, y alternan el resto de los gastos. A pesar del ingreso fijo y de poder ahorrar hasta 1.000 euros al mes en ocasiones, Alice siente que su situación económica es precaria a largo plazo.
«Tenemos una cuenta común, pero está vacía. Nos turnamos para pagar lo que toca», dice. Su único lujo regular: comprarse unos zapatos al mes. También toma clases de baile y mantiene aún un préstamo pendiente por su preparación a la ENM.
Pero lo que más le preocupa no son los gastos del día a día, sino el futuro. La perspectiva de una vivienda propia se desvanece ante la realidad del mercado parisino. «Sin ayuda externa o herencia, es inviable. Y eso que estoy en uno de los empleos más estables del país». Lo dice sin resentimiento, pero con una resignación clara.
«Tenemos una gran responsabilidad como jueces, pero no se valora lo suficiente. El sueldo no está a la altura del compromiso ni de las horas que dedicamos». A eso se suma una tensión familiar sutil: mientras la mayoría de los suyos eligió carreras empresariales, ella optó por una profesión que considera útil, con sentido. Su padre la llama idealista. «Tal vez lo sea», admite, «pero sigo creyendo que el trabajo tiene que tener un propósito», agrega al medio.
Finalmente, según explica la misma, no sueña con lujos y su plan más ambicioso por ahora es celebrar su 30.º cumpleaños con su pareja y sus amigos. «Quiero usar el dinero que tengo para hacer felices a los que quiero».