João Almeida es uno de los ciclistas que más ha progresado estos años
A veces el ciclismo te ofrece días que se quedan grabados no por el resultado, sino por el temblor que provocan.
El Angliru, aquella tarde de niebla cerrada y respiración de herrero, fue exactamente eso: el instante en que João Almeida enseñó que el danés inabordable podía, al menos por un rato, ser tocado.
Mientras UAE desplegaba su artillería —Vine limpiando, Oliveira por delante, el equipo funcionando como un mecanismo suizo—, el portugués hacía lo que siempre hace: ceder un poco, asentarse, y luego crecer montaña arriba como un maremoto lento pero imparable.
Solo Jonas Vingegaard, con ese gesto pétreo de quien sabe que cualquier pestañeo cuesta una grande, resistió el envite.
Pero resistir no es dominar. Y aquel día, por primera vez, Almeida puso a temblar al campeón.
Luego llegó la realidad. La gripe, la fatiga, la última semana de una Vuelta que no perdona.
Y aun así, segundo en Madrid, su mejor resultado en una grande. Casi nada.
El año de Almeida había sido, en números, el de un ciclista mayor: Itzulia, Romandía, Suiza… tres vueltas seguidas, cada una ganada con un registro distinto.
Desde la ofensiva a larga distancia hasta la crono en la que voló para remontar tres minutos.
Un corredor completo, sólido, de esos que ganan por insistencia, por presencia, por una fiabilidad que asusta.
Pero todo esto tiene un matiz, uno muy del ciclismo moderno: Almeida es, quizá, el mejor gregario del mundo, por caché.
Trabaja para Pogacar, convive con Ayuso, del Toro, Yates… un ecosistema de talento que convierte cualquier ambición personal en un “ya veremos”. En otro equipo sería líder absoluto; en UAE, un recurso más de la maquinaria perfecta.
¿Es injusto? ¿Es resignación? No lo sé. Él dice estar cómodo.
Su palmarés crece, su salario también, y las oportunidades aparecen.
Pero uno mira cómo asciende en Suiza, cómo aprieta en el Angliru, cómo remata en Romandía, y no puede evitar preguntarse cuánto más podría hacer sin techo, sin jerarquías, sin tener que mirar atrás.
João Almeida ya no es solo un corredor resistente: es un ganador.
Y aunque aún viva a la sombra del sol esloveno, cada día proyecta una sombra más grande.
El tiempo —y quizá un cambio de horizonte— dirá si estamos ante un eterno lugarteniente… o un campeón esperando su turno.
Imagen: Sprint Cycling Agency


