Es Carlos Alcaraz un personaje de videojuego. Desde que entró en la partida del tenis de élite, allá por 2021, ha superado cada pantalla que se le presenta, adquiriendo por el camino mejores destrezas y armas para afrontar los diferentes niveles. Que le costaba aguantar … un partido de cinco sets entero, ahí estaban enseguida los pulmones, las piernas y el físico para jugar cinco horas y media y con la sensación de que podían ser tres más. Que no conseguía apuntalar su liderazgo en los puntos desde el servicio, ahí están ya los ‘aces’ bajo presión. Que el revés no era definitivo, ya está blindada el ala izquierda haciéndose cada vez más impenetrable. Que falla la consistencia para ser regular, 71 triunfos y solo nueve derrotas, con 10 finales de los once últimos torneos jugados, con 56 victorias y solo cuatro derrotas desde abril. Que se resiste la pista rápida bajo techo, se conquista Róterdam para tachar una cosa por hacer. Que las desconexiones hacen sufrir más de la cuenta, se refuerza la mentalidad para saber que se puede competir y también ganar sin jugar bien.
Ha habido muchas de estas batallas contra los rivales y contra sí mismo. Ha entendido mejor el tenis porque también se ha entendido mejor a sí mismo. O al revés. O todo a la vez. Con este proceso de madurez silenciosa que ha demostrado en cada uno de sus torneos y en lo que pasaba entre ellos. Hubo un Djokovic superior en Australia que dejó frustración, y hubo un Goffin en la primera ronda en Miami que lo dejó hundido. «Me siento jodido», resumía, también más valiente, sincero y comprometido el discurso. Perdió aquella pantalla y dejó de jugar un tiempo. Se dedicó a sí mismo, y a los suyos, su anclaje al Carlitos de siempre, se divirtió y volvió a la partida más entero, seguro, liberado y capaz. Era esa la fórmula, el truco que faltaba para conseguir la misión.
«Ha sido una temporada brillante; he podido disfrutar de grandes momentos: ocho títulos, once finales. Pero le doy más valor a cómo ha sido el crecimiento como jugador. Una persona que sabe lidiar con malos momentos muchísimo mejor», subrayó ayer. Aceptó la presión, la propia y la ajena, y la convirtió en un fortalecimiento de sus señas de identidad: un chaval de 22 años y un profesional de pies a cabeza. Aprendió a aburrirse, a ganar sin que estuviera todo en su sitio, a golpear más efectivo que espectacular, a elegir la serenidad por encima del ‘show’, a obviar las críticas nocivas y a aceptar las que importaban. Añadió destrezas de saque y de revés, y también de subrayar lo bueno sobre lo malo y permitirse un día malo, tan importante para entenderse y crecer. Como ese domingo mágico que tuvo en París, superhéroe ante Sinner, levantando desde el suelo una final antológica. Como ese martes negro en el otro París, ante Norrie, 54 errores de su lado, su peor enemigo. «No sé que ha pasado. Todo han sido malas sensaciones y cabreo. Puede pasar, pero voy a trabajar para que no se repita». Lo hizo. Otra pantalla superada.
En este 2025, ha terminado como número 1, recompensa a once meses de buen trabajo, pero en el nivel final aparecía el último ‘monstruo’, este Sinner de pista rápida bajo techo, 31 triunfos consecutivos, 10 títulos de los 23, dos ATP Finals, 45 turnos de saque sin ‘break’, la confianza, el apoyo del público. Aquí se inclina el murciano porque este Sinner es un rival incómodo y peligrosísimo que se retroalimenta de las fortalezas del español: las añade a su propio arsenal y se revuelve para atacar por otro lado.
Es el límite de este curso para enmarcar, tan frustrante Sinner como necesario. Conscientes de que solo el otro es capaz de forzar el nivel propio para contrarrestar el ajeno. Una antítesis fantástica para que el aburrimiento del circuito no merme la ambición. Se pierde en esta ocasión, como se ganó en las finales de Roma, de París, de Cincinnati, del US Open, por detalles. Hay tantas diferencias de estilo como semejanzas para contrarrestar los argumentos. Así que no hay pena que dure más de lo que dura la recarga de ilusión y de esa sana revancha que se pondrá en el siguiente entrenamiento.
En Turín, Sinner se jugaba la honra que perdió en Roland Garros y defender la categoría que encontró en Wimbledon, defendía el último terreno que aún es suyo, y sale vencedor de la partida. Esta vez, el ‘game over’ es para Alcaraz. Esta vez. Pero no empaña su mejor curso hasta ahora. Con 22 años. Ocho títulos. Dos Grand Slams. Número 1. Primera final en las ATP Finals. Sobre todo, por ese crecimiento como jugador y persona. El equilibrio entre lo que necesita Carlos y lo que quiere Alcaraz. Juntos, a por 2026.