Podemos especular sobre la Fe que le ofrecieron a Maite, la del catolicismo burgués, de apariencias y superficialidades, roto por la confrontación con una realidad a la que también odia. Pero a lo largo de la «cinta» queda expuesto que su ateísmo y su estilo de vida (la promiscuidad) es una revuelta identitariamente consciente. Al rechazar la Fe en forma de odio se define a sí misma en oposición directa a «lo religioso», siendo el odio la energía que la mantiene con vida porque ya no tiene otra cosa. Al igual que su hermano (el padre de Ainara) y al igual que la propia Ainara (como veremos), Maite está vacía.

 Maite es el agente que, en la familia, llena el vacío dejado por la madre fallecida y por el padre desentendido bajo la apariencia de comprensión hacia su hija. En esta situación la tía usurpa el papel de guía moral de la familia —alentada por la abuela— y ofrece a sus miembros, especialmente a Ainara, libertinaje como fuente activa de destrucción. Maite, en realidad, utiliza a los miembros de la familia y concretamente a Ainara, para validar su propia vida vacía y carente de sentido. Es así como el vacío y el sinsentido resultan ser el motor de vida para todos los miembros de la familia. De ahí también que el único recurso que les quedan sean los sentimientos.

Por todo esto, la solución que Maite ofrece a Ainara es una solución diametralmente opuesta a la supuesta vocación de la niña: el libertinaje, la fornicación y la irresponsabilidad. Pero también, el padre ofrece a su hija un camino no muy disímil: la universidad y unos estudios superiores tras lo cual pudiera vislumbrarse una vida materialmente grata, burguesa y nominalmente católica sin apegos, sin convicciones, sin fe, sin razones.

 Maite no sólo es infeliz, sino que quiere que todos lo sean y en ello intenta arrastrar a todos a su propia miseria moral, y parece decir: «si yo soy infeliz, tú también debes serlo». Maite es tóxica, de ahí su aislamiento de todos y que —incluso— el padre de Ainara intente tomar distancias de la tía. Sólo al final el padre y su hija parecen conseguirlo, pero dadas sus inconsistencias sentimentaloides: ¿hasta cuando?

 Ahora veamos dos cuestiones más: por un lado, el escenario en el que se desarrolla este drama de inconsistencias, de vacíos, de sinsentidos; y, por otra parte, Ainara. En esta tragedia se encuentran las profundidades sentimentalistas de los vaivenes y decisiones de la joven.

 La familia tiene una estructura patológica intergeneracional de hipocresía, incoherencias, ausencias y vacíos morales. Lo único en común que tiene sus miembros es el sentimentalismo. Todos se mueven y viven según sus sentimientos en cada momento. Y cuando la familia —intergeneracionalmente entendida— falla, sólo queda la escuela pero, ¿qué escuela tenemos?

 —Retrogrado Autor, de la escuela apenas se dice gran cosa.

 —Pero, amigo Lector, lo poco que se dice, basta.

Es una escuela modernista llamada católica pero que de católica bien poco parece tener. Ante nuestros ojos, se despliega una educación católica liberal, además de mal impartida e hipócritamente vivida: mucho coro, mucho uniforme pero los alumnos aparecen brevemente trazados con patrones similares. La pantalla rezuma una educación que sólo deforma creyentes situándolos en una fe entendida como simple sentimiento, lo que impide el surgimiento de aguerridos católicos militantes. Por el contrario, la «producción humana» de estos centros es la generación de ateos ya agresivamente combativos, ya desilusionados o indiferentes. Sea una u otra cosa sólo hay enorme ignorancia en esos personajes, ¿de qué les ha servido tanto colegio supuestamente católico? Para eso mejor un centro púbico o privado ateo.

Y es que éste que surge en la película es el típico colegio nominalmente católico, pero liberal y modernista. Ejemplos hay varios, posiblemente la mejor escena, la catequesis. Las catequesis (quizá son clases de religión, no queda claro) corren a cargo del único sacerdote que sale en la película. Hay una escena que lo dice todo sobre estas clases. El sacerdote pretende explicar qué es la fe y para ello se lleva a un pequeño grupo de alumnos a la capilla/salón de actos. Allí, desde la misma bancada, monta un teatrillo, perdón: dinamización pedagógica cognitiva-emocional mediante el uso didáctico de herramientas y modelos de dramatización en el aula. Total, la supuesta actividad pedagógica consiste en que un alumno —le tocó a Ainara, cómo no— se venda los ojos y todos le dan ordenes.

Lo que en realidad está haciendo el sacerdote es encapsular la vida profano-sentimental de esos adolescentes dejando sin resolver sus miedos, incertidumbres, perplejidad y favoreciendo la falta de conocimientos intelectuales. Para qué si el verdadero conocimiento viene de la experiencia: Constructivismo y Conductivismo, Educación Progresiva y Aprendizaje Experimental (de Piaget a Bruner pasando por Vygotsky y Dewey). O sea, subjetivismo-relativismo, sentimentalismo, ¿acaso no han surgido multitud de grupos-movimientos (de jóvenes y adultos) supuestamente católicos pero basados en estos parámetros? En estos movimientos, se plantean pruebas y actividades de lo más variopintas y todo enmarcado en coaching live bajo el lema: «no pienses, sólo siente». De catecismo, nada de nada. Y es que el catecismo es el compendio de la Doctrina Católica.

 —Ohhh, pero ¡qué está usted diciendo! Retrógrado Autor, ¡inmovilista!, ¡fosilizado!, ¡Tradicionalista!

 —Pues verá usted mi apreciado Lector. Estamos ante una fe protestantizada expresada desde dentro de la Iglesia Católica, como en cualquier «asamblea reformada» no-denominalista: exaltación constante del sentimientalismo, el pastor arengando, música en vivo, brazos en alto y todos entrelazando las manos y gritando: ¡Aleluya! Otro aspecto que refuerza este enfoque es el que, durante toda la película, los sacramentos están prácticamente ausentes.

 —¡No es verdad! La comunión está presente, ¡Retrogrado Autor!

 —¡Y nada más! Le pregunto a usted, Lector: ¿dónde están los demás sacramentos, especialmente la confesión?

 Y me centro en la confesión porque, ante la crisis de Ainara y de toda su familia, la confesión es lo único que realmente puede dar solución a tantas vidas destruidas. Pero no hay nada de esto: ni examen de conciencia, ni dolor de los pecados, ni arrepentimiento, ni petición de perdón, ni reparación de los daños cometidos, ni penitencia. Y no nos llevemos las manos a la cabeza. Miremos a nuestro alrededor. Los sacerdotes llevando mucha acción pastoral y caritativa pero, ¿dónde están confesando? ¡Si ni siquiera hay ya confesionarios! Preste atención al contenido de las homilías y de las diversas catequesis en cualquier parroquia. En el fondo, todo es lo mismo: «Dios es muy bueno y nos ama, no te preocupes». ¿Y sobre el pecado mortal? Nada ¿Y sobre el infierno? Nada.

 —No se me sulfure, estimado Lector. Es cierto que todavía hay excepciones, Laus Deo!

 —Retrogrado Autor ¿Se ha enterado que estamos en el siglo XXI? ¿Qué infierno? No quiera asustar usted a los fieles con eternas condenas y sufrimientos sin fin. Dios es Bueno.

 —Señor Lector, aquí está el problema. Su visión no es otra cosa que la consecuencia del triunfo y propagación de los teólogos de la Nouvelle Theologie. De hecho, estos son casi los reyes en los seminarios: los Schillebeeckx y Rahner, Balthasar o Chenu y tantos otros. Y mientras, se desdeña todo lo que suene a teología «de siempre»: de San Agustín a Santo Tomás pasando por San Anselmo.

San Agustín decía —en su Sermón 43— aquello de «crede ut intelligas; intellige ut credas», es decir, «cree para que puedas entender; entiende para que puedas creer». Y San Anselmo diría «fides quaerens intellectum» (Proslogion). Es decir, para tener Fe hace falta la Razón (Fides praesupponit rationem) porque la Fe es un acto del entendimiento, de la razón. Vamos, lo que siempre me dijeron desde niño: la Fe es el asentimiento de la razón a la Verdad. Y dicho acto puede ir —o no— acompañado de una profusión sentimental. Qué diferencia con la superficialidad protestante.

Y esto es lo que nos presenta la película a través del colegio y de Ainara. Todo sentimentalismo sin razones. Porque ni el sacerdote ni Ainara dan razón alguna para la fe más que el que el «yo siento». Sí, como el «hoy siento frío, mañana calor». Ya lo dijo el padre de Ainara en la famosa escena comentada sobre «la pillada».

Estamos ante el rechazo a las Verdades Objetivas, por lo que se cae en el subjetivismo relativista típicamente protestante ¿Acaso no son así muchas Misas actuales con músicas totalmente extrañas (incluso para lo que establece el Concilio Vaticano II en Sacrosanctum Concilium, núm. 112 al 121)?

Otro ejemplo del ambiente protestantizado y falto de reverencia a Cristo crucificado en la Sagrada Forma son las breves secuencias de la Comunión: nada de rodillas y en la boca. De pie y en la mano ¿Acaso se reparten galletas? No hace falta ir al cine. Esta escena la podemos ver en cualquier parroquia.

 —Pero, la Iglesia lo permite, ¡Retrogrado Autor!

 —¿Y qué me quiere dice usted con eso? La Iglesia hoy permite muchas cosas como procesionar una estatua llamada Pachamama (un demonio) en la basílica de San Pedro y ponerla junto al Altar. Y todos, allí, a su alrededor. Vamos, como el pueblo de Israel alrededor del dios becerro ¿Cuántos obispos protestaron? Tuvo que ser un joven seglar el que cogiese al demonio y lo tirase al Tiber.

 Y le digo más, Lector. El sacerdote del colegio entra de lleno a participar de todo esto. Me explico. Él es joven y supuestamente activo/dinámico, apoyado en su sonrisa permanente. Me da la impresión de que es la imagen de joven sacerdote que gusta a cualquier obispo modernista. Pero en realidad, si nos fijamos bien, este sacerdote es apático-pasivo. Verá usted. Es el director espiritual de Ainara y el que supuestamente le debe ayudar a discernir su vocación. Pero, ¿con qué nos encontramos? Con un director espiritual que sólo se dedica a escuchar y a acompañar el sentimentalismo de la joven. No le enseña la doctrina y moral católica, ni lo que dice el magisterio infalible de la Santa Madre Iglesia. La niña habla y el sacerdote sonríe y con su actitud empuja a la niña hacia desatinos vivenciales.

Buen ejemplo lo tenemos en una secuencia: el sacerdote y Ainara están conversando y ella le explica que hay un chico que le gusta. Fue de excursión con un grupo —supuestamente católico— y en una casa de campo acabaron todos durmiendo unos junto a otros indistintamente en colchones sobre el suelo. Y ella durmió junto a ese chico. Y el sacerdote en vez de afearle la conducta y advertirle en conformidad con la doctrina y moral católica y la Ley de Dios, «invita» a que indague ese camino. Lógicamente la niña acaba en la cama con el chico, aunque la cosa no llegó muy lejos porque la «pillaron».

Y entre tanto se repite una y otra vez, de forma cansina, el término: discernir, discernir, discernir. Pero vemos que no hay ningún discernimiento verdadero ni acompañamiento moral, ni doctrinal, ni de fe. El sacerdote no busca asentar el discernimiento de Ainara en las razones de su fe y de su idea de ser monja. La pobre chica sólo encuentra en ese sacerdote a alguien a quien «soltar su rollo», lo cual es recibido con una sonrisa y el permiso implícito para que explore ciertos caminos que atentan contra la Ley de Dios ¿Este tipo discernitivo de la peli es del gusto de ciertos expertos y prelados?

 Por todo esto planteado la figura del sacerdote es emblema del fracaso «católico» del colegio, de la familia, de la sociedad e incluso de una parte de la Iglesia; porque no guía a la joven hacia la comprensión de la fe como Verdad (fides quaerens intellectum) sino sólo al simple seguimiento de los impulsos Y el resultado lo vemos en la siguiente escena: los dos jóvenes en la cama.

 Es cierto que toda esta situación también ha sido impulsada por la tía, la abuela y una amiga (mala amiga, aunque es caracterizada como buena) de Ainara. Entre todas han convencido a la pobre chica a que se vaya de puteo a una discoteca o macrofiesta y, después, a compartir colchón excursionista para, seguidamente, «hacer cama» en casa paterna. Y el padre, como siempre, ni está ni se le espera. Eso sí, éste «monta el pollo» cuando la niña es «pillada». ¿Y el Sacerdote? Sigue con esa estúpida sonrisa.

 Por todo esto el personaje del sacerdote es el que más náuseas me causa. No es un Pater, un Padre (más que necesario por cuanto al panorama familiar que tiene Ainara se refiere), sino es sólo un amigo más que da palmaditas en la espalda a la joven y, entre sonrisas, en el fondo la deja abandonada. Sola. Y Ainara acaba estrellándose. Lógico. Pues «Líbera nos, Dómine» de tales sacerdotes y directores espirituales.

 Y, en todo esto, el único personaje que parece tener las cosas mínimamente claras es la madre superiora del convento. Hay una escena en la cual la madre superiora y Ainara están sentadas en unas escaleras y la madre superiora sutilmente afea a Ainara su conducta y le dice: esto está reservado para el matrimonio. Parece ser la única que actúa casi católicamente. Digo casi porque ella también tiene sus cosas, como por ejemplo: obliga a la comunidad a abandonar el claustro. Siendo monjas de clausura, la Superiora las obligó a exclaustrarse (y esto lo cuenta la monja más anciana).

Entre unos y otros vemos que Ainara es privada de una auténtica fe para poder desarrollar toda su capacidad de vivir firmemente su vocación en los principios, la moral y las exigencias del seguimiento a los mandatos de la Santa Madre Iglesia y a Dios, ya sea en un convento o casada como Dios manda. Esto nos lleva intuir el posible fracaso de Ainara, porque su decisión de entrar en el convento no está cimentada en principios firmes, sólo en la volatilidad de los sentimientos por los que pasa en esta etapa de su vida.

 El resultado de todo es, para Ainara, el caos moral y emocional donde la única respuesta coherente es el convento, porque en realidad le permite huir de todo ese mundo que la rodea. Así como la huida de Maite fue generar odio, la de Ainara es el convento. Y el desencadenante es la muerte de la abuela, como suceso generador de nuevos sentimientos que refuerzan la decisión de apartarse de todo y entrar en el convento. Decisión vestida de entrega a Dios. A este respecto el monólogo final de Ainara es grandilocuente.

El suceso de la muerte de una abuela intrigante actúa como catalizador de la decisión. Obliga al personaje de Ainara a optar por una clausura —que no lo es— como respuesta extrema al vacío, a la soledad y al caos que vive y le rodea. Se trata de un intento de encontrar en el orden divino lo que no tiene en el orden interno y externo. Pero resulta que a un convento no se entra para escapar. Todo ello lleva a considerar que, posiblemente, la joven volverá a fracasar.

Y esto se explica al final de la película. La vocación de Ainara, basada en el sentimentalismo volátil, no puede perdurar. El padre, aunque apoya a su hija, carece de fundamentos para sostener ese apoyo a largo plazo. Y él también fracasa porque no puede devolver el préstamo y tiene que vender la casa de la abuela, cuando había prometido que no la vendería pasase lo que pasase. Y la tía, Maite, también fracasa parada ante un semáforo en rojo. El contraste entre el plano de ella sola queriendo huir y el plano de su marido con su hijo en la acera opuesta de la calle, es impactante. Sugiere que el ateísmo militante de Maite y su búsqueda de la «libertad» a través del libertinaje sólo la han llevado a la soledad, al vacío, al odio y al deseo de abandonar lo poco que le queda de estable, porque ella ya no tiene salida ni solución.

En conclusión. Ésta es una buena película por lo bien que están dibujados los personajes en todo el contexto descrito. Y la interpretación de los actores también es buena. Es una buena película si la tomamos como un retrato del vaciamiento de sentido (Frankl), de la crisis de la Iglesia, de la crisis de fe y de identidad de la sociedad y de las familias españolas caídas no ya en el ateísmo sino, más allá, en la apostasía. Porque los personajes se supone que están bautizados pero han abandonado o renunciado a Cristo. A esto se le llama, apostasía.

Este filme es bueno como retrato de la destrucción de la unidad Fe-Razón, de la fe como sentimentalismo (fe protestantizada) en el cual ha caído muchos católicos y buena parte de la Iglesia (es mi impresión). Es, en definitiva, un buen filme como retrato del desapego e incluso rechazo de los nominalmente católicos a sostener y a defender y a vivir los puntos de fe católicos y los principios morales de ello derivados.

—Autor retrógrado, dígame: ¿Quién piensa ya en la Santa Misa como Sacrificio Expiatorio, Crucifixión de Jesucristo en la Santa Cruz sobre el Altar del Sacrificio? Seguramente usted porque es un retrógrado, un «Tradi», un «pepinillo en vinagre», «neurótico» de la «cátedra de Moisés» con el «corazón endurecido» incapaz de «acoger». Quite, quite esas pesadumbres y aflicciones del pasado. Es mejor y atrae más una Misa donde se cante exóticamente y los jóvenes puedan agarrarse de las manos y moverse a ritmo musical. Y, por supuesto, con sacerdotes sin casulla (aunque el Código de Derecho Canónico ordene llevarla).

—Pues, le insisto, estimado Lector. No es una buena película si lo que queremos es encontrar reflejada la verdadera fe y la verdadera vocación a consagrarse a Cristo. No es una buena película para recomendarla como se ha recomendado por parte de medios eclesiales y comunicativos ligados a la Iglesia, si es que queremos ver en ella virtudes como la Fe, la Esperanza, el Amor; y valores como la educación y formación realmente católica con principios y moral, una red de caridad y solidaridades y de auténtica ayuda y comprensión, de integridad y rectitud.

En esta película no hay «jóvenes de carácter», ni existe «la joven cristiana» como nos describiera Mons. Tihamér Tóth. ¿Cuántos jóvenes han leído alguno de estos maravillosos textos? ¿Qué director espiritual o catequista, profesor de religión o sacerdote recomienda hoy textos como estos? Le adelanto la respuesta, Lector: ninguno ¿De qué se quejan, pues, los obispos al ver la crítica situación eclesial?

Apreciado lector. El carácter no es lo que aparece en la película (especialmente referido a Maite), es todo lo contrario. El auténtico carácter permite elegir el Bien y resistir al Mal y sus tentaciones. Esto es lo que lleva a vivir una vida moral, íntegra y recta, sin dobleces ni hipocresías. Permite vivir en la Verdad y proponerla (Ainara nunca propone nada a nadie). Y no, la fe y el carácter no es sólo sentir. La Fe y el carácter son los que nos permiten cumplir con el deber y la responsabilidad de cada momento de la vida, y no optar por la huida sino mirar a los ojos al enemigo (demonio, mundo y carne) y vencerlo.

 Y el principio-guía de todo ello es la Fe: asentimiento de la razón a la Verdad. Y ésta también tiene su reflejo en la vida diaria, en el estudio, en el trabajo, en las relaciones personales, en el noviazgo (seriedad, disciplina, prudencia, pureza, castidad, virginidad…). La Fe tiene en la Moral la regla; y, en la Voluntad, la herramienta por la cual —con la ayuda de la Gracia— se forja todo este junto que denominamos «carácter», y que es capaz de alcanzar la plenitud de la plenitud —70 veces 7— en todas las esferas de la vida.

 Nada de esto existe en la película. Desde este punto de vista «Los Domingos» es una película nefasta y nada recomendable. Pero ahí están, recomendando este desastre como algo loable. Pues no se quejen cuando se ven los seminarios vacíos, cuando se ven los monasterios y conventos vacíos, cuando se ven las iglesias vacías, o cuando se ven a los miembros del clero secular y regular demandando la secularización. ¿Y las familias? Uno o dos hijos, tres si me apuran pero ¿pensados, concebidos, formados y educados para Dios? Pues que nadie se queje cuando casi no hay alumnos de religión ni niños (jóvenes y adultos) en las catequesis o recibiendo los Sacramentos. ¿Que hay excepciones? Sí, las hay, pero son eso, excepciones.

—Quite, quite, qué cosas tiene usted, Retrógrado Autor de este artículo. Mejor, llevémosle a usted y a todos los «Tradis» como usted ¡A la hoguera! ¡Avivemos el fuego! ¡Y que las llamas crezcan!

Dr. Antonio R. Peña, Círculo Tradicionalista de Barcelona Ramón Parés y Vilasau