El ataque más bestia lo vi con Miguel Indurain en La Plagne

Esto que te vamos a contar ocurrió un 12 de julio de 1995, y lo firmó Miguel Induráin. En La Plagne. En plena montaña. En uno de esos días en los que el Tour de Francia se parte en mil pedazos y la historia se escribe a ritmo de pedaladas imposibles.

Luis Gómez lo resumía así en su crónica de entonces en El País:

“Tercer discurso consecutivo de Miguel Induráin. El líder ha decidido hablar todos los días, sin importar el escenario… Nadie pudo hacerle compañía esta vez al navarro. Su gesto rompió el Tour en multitud de pedazos”.

CCMM Valenciana

Y sí, fue un discurso. De los que no necesitan palabras.

Una exhibición que no fue un ataque, fue el ataque. El más largo, el más limpio, el más elegante. Miguel lo hizo todo: midió, esperó, y cuando tocaba, se puso al frente y empezó a soltar gente. Uno por uno.

Riis, el que venía de fanfarronear en la crono, desaparecido.

Rominger, haciendo compañía a Chiappucci, intentando salvar el día. Pantani, a rueda.

Berzin, sin equipo y sin piernas, reventado ya en los primeros puertos.

Hasta Jalabert y Virenque, que ese año parecían tops, para atrás.

Ahí estaban todos. Y Miguel delante. Sin aspavientos. Sin estridencias. Pero con una fuerza que solo él tenía.

A Paolo Lanfranchi le quedó el honor —si se le puede llamar así— de ser el último en aguantarle la rueda.

Luego cayó también Tonkov, ese ruso estiloso del Lampre.

Uno a uno fueron quedándose. Sin drama, sin épica forzada. Solo ciclismo. Puro, perfecto.

La secuencia fue brutal. Tres días seguidos de fuegos artificiales.

Desde Lieja, con la derrota ante Bruyneel que encendió a los patrioteros, pasando por Seraing, con Riis delante hasta que Miguel decidió que era suficiente, y rematando en La Plagne. Aquello fue una trilogía infernal.

Y sí, el vídeo —ese que has visto mil veces— sigue poniéndonos los pelos de punta. Porque no es solo ciclismo, es una obra de arte. Es televisión de quilates.

Da igual si te gusta o no el ciclismo, si llevas una bandera o te da igual el Tour: ese día se cruzó una línea.

Ahora bien, ¿fue el mejor ataque de la historia del Tour?

Pues hombre, eso ya es decir mucho. Y seguramente sea imposible afirmarlo con certeza. Pero sí fue una declaración de estilo. Porque Miguel Induráin era eso: estilo. Ganaba sin humillar, distanciaba sin provocar. Lo suyo era precisión, elegancia y fuerza. Sin hacer ruido, pero dejando temblando a todos.

Aquel Tour fue el de sus mejores páginas.

Fue en La Plagne, como anteriormente en  Hautacam, Lieja, el Izoard en Dauphiné, Serre Chevalier, Val Louron… un museo entero con su firma.

Ese día, Miguel nos regaló un ataque que no se parecía a nada. Nada eléctrico, nada de riñón, cero maltrato a la bici. Fue simplemente él. El de siempre. Haciendo lo de siempre. Pero como nunca.

Y por eso, 30 años después, seguimos hablando de ese momento. Porque fue único. Porque nunca habrá otro igual.