Bergara toma el relevo de Eibar en el final de la Itzulia 2026, pero más que una revolución es un cambio de acera dentro de la misma calle.

El municipio guipuzcoano acogerá la última etapa, con salida desde la empresa Goizper en Antzuola, en un recorrido de 133,7 kilómetros y cerca de 3000 metros de desnivel que, más allá del mapa, mantiene ese aire tan reconocible que han tenido tradicionalmente los finales eibarreses: terreno quebrado, puertos encadenados y un circuito que exprime a los ciclistas sin necesidad de inventar nada nuevo.

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El guion, de hecho, suena familiar.

Doble paso por Gorla, doble paso por Azkarate y dos ascensiones a Asentzio —una de ellas por la vertiente dura— que funcionan como los clásicos “muros” de desgaste que tantas veces han decidido la general en los últimos años. Seis puertos, ninguno de gran altitud pero todos alineados para cansar, romper y, si alguien se atreve, atacar.

La meta, situada en Matxiategi Kalea, en pleno centro de Bergara, promete ese ambiente de ciclismo incrustado en la vida del pueblo que tanto gusta a la Itzulia.

El movimiento tiene su parte simbólica.

Bergara y Antzuola se vuelcan con la carrera desde instituciones y tejido local.

El alcalde de Bergara, Gorka Artola, habla de una oportunidad para mostrar la pasión ciclista de la zona.

Desde Antzuola, su alcaldesa, Olatz Lezeta, recuerda el vínculo emocional que el municipio tiene con la prueba desde que Iñaki Lete impulsara salidas desde allí hace décadas.

También Goizper, anfitriona de la salida, explica esta implicación como un acto natural dentro de su ADN cooperativo.

La organización vive el cambio como un paso lógico dentro de la voluntad de abrir la carrera a nuevos escenarios sin alterar la esencia deportiva.

Así lo resume Javier Riaño, presidente de OCETA: explorar nuevas sedes, sí, pero dentro de la identidad que ha convertido a la Itzulia en lo que es.

Y esa identidad, vista la propuesta de 2026, sigue intacta: etapa corta, intensa, encadenados nerviosos y una última ascensión que incita.

Bergara, en definitiva, no cambia la fórmula.

Cambia el decorado.

La Itzulia mantiene ese final reconocible, tan propio del País Vasco ciclista, ahora con un nuevo pueblo como anfitrión, dos décadas después de su última meta en estas calles.