Durante la última década, la cocina abierta se ha instalado en nuestras vidas con la fuerza de un dogma moderno. Arquitectos, interioristas y revistas (sí, también nosotros) la han convertido en sinónimo de contemporaneidad, de amplitud, de ese aire informal y social que define la vivienda actual. Sin embargo, como toda tendencia que alcanza el estatus de mantra, empieza a generar dudas. ¿De verdad es tan práctica como parece? ¿O estamos pagando el precio de vivir —literalmente— entre cazuelas y conversaciones?
Para responder a esa pregunta, hablamos con Juancho González, interiorista y fundador de un estudio que se define como “una mezcla única de creatividad e interiorismo divergente”. Su manera de pensar el espacio no es complaciente ni convencional. Tal vez porque su relación con la arquitectura doméstica empezó mucho antes de dibujar su primer plano: “De pequeño construía cabañas con mis hermanos y amigos. Eran nuestros refugios, lugares donde nos reuníamos y compartíamos momentos especiales”.

Proyecto de Juancho González
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El refugio contemporáneo
Esa idea del refugio —de la casa como lugar de encuentro— es clave para entender su visión sobre las cocinas abiertas. «Con el ritmo de vida tan acelerado que llevamos, creo que la cocina abierta se ha convertido en un punto de encuentro familiar. Es una forma cómoda y bonita de compartir tiempo e interactuar con los demás, aunque cada uno esté ocupado en lo suyo».
Y tiene razón. Si el hogar del siglo XXI se construye alrededor de la conexión —con otros, con lo que hacemos, con lo que comemos—, la cocina abierta ha sido el escenario perfecto para ello. Juancho no cae en el discurso acrítico del «más abierto, mejor». Lo explica con la precisión de quien ha visto muchas distribuciones fallar en el intento: «La principal ventaja es la sensación de amplitud que genera. Elimina las barreras visuales y conecta la cocina con el resto de la casa, creando un espacio más luminoso y fluido». Amplitud, fluidez, luz… Palabras mayores en el diseño interior. Sin embargo, cada virtud tiene su reverso.
Porque sí, la cocina abierta multiplica el espacio, pero también las responsabilidades. El orden deja de ser una opción estética para convertirse en una cuestión de supervivencia visual. «Sin duda, los olores son un problema. Además, cuando estás cansado y no tienes ganas de recoger, no puedes simplemente cerrar la puerta y olvidarte: todo queda a la vista». Y ahí está el punto ciego de muchas casas contemporáneas: la estética se impone a la vida real.
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Proyecto de Juancho González
¿Volverán las cocinas cerradas?
Las cocinas abiertas nacieron del deseo de democratizar la experiencia del hogar, de borrar las jerarquías espaciales y devolver la cocina al centro de la escena. Pero en esa transición hemos olvidado que no todos queremos (ni podemos) vivir en un escaparate doméstico. La vida tiene desorden, platos sin fregar y cenas improvisadas, y eso a veces no combina bien con la idea de continuidad absoluta.
Por eso, la solución no está necesariamente en volver a levantar tabiques, sino en repensar los límites. González lo plantea así: «Se puede conseguir con separadores ligeros o mediante módulos a media altura que delimiten el espacio sin romper la conexión visual«. No se trata de renunciar al concepto abierto, sino de hacerlo más humano. Paneles de vidrio, celosías de madera, estanterías con fondo semitransparente o incluso cambios de pavimento pueden marcar esa frontera invisible que equilibra lo social y lo funcional.

Proyecto de Juancho González
Entre la estética y la vida real
Curiosamente, el debate sobre las cocinas abiertas revela algo más profundo: la eterna tensión entre estética y confort. Durante años hemos convertido los espacios domésticos en escenarios para vivir bonito, a veces olvidando que lo esencial sigue siendo vivir bien. González lo dice con naturalidad: «Las tendencias cambian con el tiempo y las costumbres evolucionan. Seguramente en algún momento volverán las cocinas cerradas… aunque ojalá no sea pronto«.
El deseo de que “no sea pronto” no es nostalgia ni una defensa ciega del “open concept”. Es, más bien, una llamada a la flexibilidad. Porque la verdadera ventaja de una cocina abierta no está en su apariencia, sino en su capacidad para adaptarse a nosotros. Hay quien la necesita para socializar y quien la sufre cada vez que prepara pescado. Y ahí es donde entra la inteligencia del diseño: entender el estilo de vida de quienes la habitan.
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Proyecto de Juancho González
El diseño que escucha
En los proyectos de González, esa escucha se traduce en soluciones personalizadas, donde la cocina abierta se convierte en algo más que un espacio funcional. Es el corazón de la casa, pero también un lugar de expresión y convivencia. Y aunque confiesa que «ojalá las cerradas no vuelvan pronto», también entra en juego que cada cliente tiene sus prioridades: hay quienes prefieren la independencia y el silencio a la integración total.
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RBA
Cómo optimizar una cocina abierta para no tenerlo todo a la vista
Al final, la pregunta no es si la cocina abierta es buena o mala. Es si esa cocina abierta es buena para ti. Si encaja con tu forma de vivir, cocinar y descansar. Si estás dispuesto a aceptar que el olor del sofrito acompañe el café del día siguiente. O si prefieres, sencillamente, cerrar la puerta y disfrutar del ruido del silencio.