VALÈNCIA. Alauda Ruiz de Azúa ha conseguido una de las cosas más difíciles que puede hacer una película: ser el punto de partida de la conversación actual. Lo más importante de una película sucede cuando empiezan los créditos, el público se anima a salir de la sala, y primero como mirada y luego como pregunta, empieza a asentarse hablando.

Desde su estreno en el Festival de San Sebastián, Los domingos ha despertado un reacción muy extraña, extrayendo lecturas muy ricas en un país empeñado en ahorrar complejidades dejando todo a un eje izquierda—derecha —y en este caso, en uno religioso-no religioso. Por suerte, Ruiz de Azúa ha hecho una película lo suficientemente rica como para poder hablar más allá de ello. 

Lo hace a través de la historia de Ainara, una joven de 17 años que inicia un proceso de discernimiento religioso para ser monja de clausura que acaba de dinamitar las dinámicas familiares establecidas. Se ha hablado mucho sobre si la película habla sobre la libertad, sobre la vocación o sobre la manipulación, pero en el encuentro que la directora mantuvo ayer con el público en el Centre del Carme (conducido por Rafael Maluenda), Ruiz de Azúa aclaró que su interés principal es el de hablar de la destrucción de una familia.

Algo nada extraño, por otra parte en ella, teniendo en cuenta el resto de su filmografía. En su ópera prima, Cinco lobitos, el catalizador del conflicto era una madre primeriza que acudía a la casa de su madre para vivir los primeros meses de crianza de su hijo, y vivía así un choque generacional que acabaría cuestionando su propia identidad. O en la miniserie Querer, donde se pregunta si acaso no prevalece la verdad y el cuidado por encima de los cimientos ficticios de la familia cuando una mujer denuncia a un marido por violación continuada durante 30 años —“Siempre encuentro interesantes esas situaciones que de alguna manera cuestionan la institución familiar; me parece un entorno muy complejo”, dijo. 






La directora situó el origen de sus historias en la intuición: “Suelen venir, más que de una imagen, de una curiosidad, de unas preguntas que me parezca que tengan una respuesta compleja, que yo sienta que no tengo la respuesta. Creo que casi siempre he construido las películas intentando entender a otros”, afirmó.

Más concretamente en Los domingos, el detonante dramático fue justamente la tensión familiar que genera la intención de la protagonista por seguir su vocación: “Cuando veo que existe una película es porque descubro que genera mucho conflicto en la familia. Y entonces ahí sí surge esa voluntad de querer entender cómo lo manejarán”.

Documentarse para entender lo ajeno

Ruiz de Azúa insistió en que Los domingos ha sido su proyecto más exigente desde el punto de vista documental. “Ha sido el proyecto más complejo. Al no ser yo una persona creyente y tener educación laica, me estaba metiendo en algo que me era completamente desconocido”. El proceso la llevó a hablar con chicas que habían iniciado o completado discernimientos religiosos, con mujeres que habían salido de la vida religiosa y con familiares: “para entender cómo lo habían vivido”.

La directora habló de la necesidad de “escuchar los personajes, dejarles aire”, pero ¿cómo hacerlo mientras los escribes?: “He intentado respetar la subjetividad del viaje de los personajes. Si los familiares expresaban miedo o sospechas, eso debía aparecer en el relato. Si una chica contaba que había sentido una llamada de Dios, esto también debía estar”.

La segunda parte para generar esas verdad es el casting. “Yo creo que cada vez le doy más importancia. Para mí el elenco es el corazón que bombea la sangre a todo lo demás”. En Los domingos, la elección de Blanca Soroa fue inmediata: “Hicimos un casting muy extenso, como unas 500 personas. En el caso de Blanca, fue muy claro que ella tenía algo. Llámalo misterio”. De hecho, una de las claves con las que la directora resumió elocuentemente su cine es que “el cine son miradas”, y tanto Soroa como Patricia López Arnaiz son actrices que destacan por ello.






En la dirección de actores, la cineasta apuesta por acompañar el pensamiento del intérprete. “Intento acompañar mucho lo que llamamos el hilo de pensamiento. Si están enfadados, yo me enfado a su lado y les hablo desde ahí”. Un juego compartido que aspira a preservar la frescura: “Siempre quieres tener la sensación de que lo que ocurre, ocurre por primera vez delante de la cámara”.

Ruiz de Azúa explicó que su relación con el montaje empieza en el propio rodaje: “Premonto mientras ruedo. Premontar es una manera de escribir”. Junto a su montador habitual, Andrés Gil, suelen hacer también “premontaje mental” (“los montadores son grandes lectores de guion”) que orienta el trabajo posterior. Las escenas que caen en las diferentes fases, antes incluso de que lleguen a la postproducción suelen hacerlo porque “ya están contadas o sugeridas, y preferimos no subrayar”.