Una figurilla paleolítica de hace 12.000 años «extremadamente rara» encontrada en Israel representa a un ganso intentando aparearse con una mujer, revelando las creencias animistas de los natufienses.

Las figuras femeninas paleolíticas, desde la Venus de Willendorf hasta Lespugue, han fascinado por su simbolismo y por lo que cuentan de las antiguas sociedades cazadoras recolectoras. En el Levante mediterráneo, los restos de la cultura natufiense nos muestran el paso de la vida nómada a aldeas estables, y nos ha dejado collares, cestas y otros enseres. Ahora, una diminuta escultura de arcilla hallada junto al mar de Galilea añade una pieza inesperada a ese rompecabezas, porque no solo representa a una mujer, también la muestra interactuando con un animal, en concreto un ganso. Ese detalle, esencial en muchas mitologías posteriores, aparece aquí miles de años antes.

Escultura de una mujer con un ganso

La figurilla, de 3,7 centímetros de altura, apareció en tres fragmentos dentro de una estructura semicircular de piedra de cinco metros de diámetro, en el asentamiento de Nahal Ein Gev II. Los investigadores la datan hace unos 12.000 años, en pleno periodo natufiense, cuando las comunidades del suroeste asiático empezaban a dejar de vagar para asentarse. El equipo la describe como una mujer en cuclillas mientras un ganso, con las alas abiertas, se posa sobre su espalda en postura de apareamiento. No se trata de una escena de caza, porque el yacimiento sí tiene restos de gansos utilizados como alimento y para plumas, pero la escultura no alude a ese gesto práctico. Los autores la interpretan como una imagen de interacción simbólica entre humano y animal, presente en las creencias animistas, donde seres vivos y objetos comparten esencia espiritual.

Un primer plano del artefacto muestra la huella dactilar de la persona que probablemente lo fabricó. | Crédito: Laurent Davin; CC BY-NC-ND 4.0

Un primer plano del artefacto muestra la huella dactilar de la persona que probablemente lo fabricó. | Crédito: Laurent Davin; CC BY-NC-ND 4.0

La obra sorprende por su naturalismo. En el suroeste de Asia, las representaciones humanas de ese tiempo suelen ser esquemáticas. Aquí, en cambio, el artista modeló rasgos anatómicos reconocibles, cuidó el perfil izquierdo y pensó la pieza para que la luz del sol o del fuego realzara volúmenes y sombras. La arcilla se dejó secar, se coció para darle dureza y después se pintó con pigmento rojo, cuyos restos aún se aprecian. Incluso conserva una huella dactilar del modelador, un detalle íntimo que conecta al creador con el presente.

Apareamiento entre un espíritu animal y un ser humano

El hallazgo llegó acompañado de otros materiales con carga ritual, como un pequeño conjunto de dientes humanos y los restos de un niño, enterrados en el relleno de la estructura. Esa asociación refuerza la lectura ceremonial. Leore Grosman, coautora del estudio, lo sintetiza así: «Interpretamos la escena de interacción como la representación del apareamiento imaginado entre un espíritu animal y un ser humano». Natalie Munro añade contexto mitológico: «En muchos mitos a lo largo de la historia y de las culturas, dioses o seres adoptan formas híbridas humano-animal para transmitir significados simbólicos, no una actividad sexual real». Ambas frases ayudan a entender por qué el equipo considera esta figurilla una de las representaciones mitológicas más antiguas conocidas y la más temprana que muestra interacción humano animal.

Los autores sitúan la pieza en un momento de innovación. La sedentarización natufiense transformó la vida social y la relación con el entorno, y esas transformaciones afloraron en nuevas formas narrativas y técnicas. La figurilla pudo funcionar como amuleto, ornamento o elemento de una instalación visible para los habitantes de la aldea. Laurent Davin explica que se diseñó para colocarse en un punto donde la luz incidiera sobre su lado izquierdo y activara la “coreografía” de mujer y ave. Esa atención a la iluminación habla de una estética más compleja de lo que solemos atribuir a los últimos cazadores recolectores del Levante.

El trabajo que describe la pieza se publica en PNAS, acrónimo de Proceedings of the National Academy of Sciences, e insiste en que no hace falta leer literalmente la escena. Se trata de fertilidad, de espíritus, de vida. Y de un artista que, con apenas un puñado de arcilla roja, dejó la primera mujer naturalista del suroeste asiático conversando con una oca a la luz del fuego.

REFERENCIA

A 12,000-year-old clay figurine of a woman and a goose marks symbolic innovations in Southwest Asia