La renovación de João Almeida con el UAE Team Emirates-XRG hasta 2028 deja una sensación amarga, casi de resignación, como si el ciclismo actual ya estuviera condenado a ver cómo los mejores talentos acaban orbitando alrededor del mismo sol: el de Tadej Pogačar.

Y uno se pregunta, inevitablemente, qué cifra habrá puesto el equipo sobre la mesa para convencer a un corredor de su nivel de seguir viviendo en una eterna penumbra, esa sombra alargada que cubre a cualquiera que comparta autobús con el esloveno.

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Porque Almeida, a sus 27 años, no es un gregario de lujo cualquiera.

Es un corredor hecho y derecho, con resultados que avalan un liderazgo sólido en casi cualquier otro conjunto del WorldTour: vencedor este 2025 de Itzulia, Romandía y Suiza, y capaz en la Vuelta de tú a tú con un monstruo como Vingegaard, incluso doblegándolo en el Angliru.

Un ciclista así, en un mundo ideal, estaría construyendo su propio legado, abriendo su propio camino, no encajando el rol de segundo espada eterno.

Pero el UAE no suelta.

Acapara.

Añade talento como quien colecciona cromos dorados.

Y mientras el mercado se rompe por la tensión de salarios irreales, ellos siguen ampliando su galaxia: ahora, además de Pogacar, crece la figura imparable de Isaac del Toro, el que ya amenaza cualquier jerarquía futura dentro del equipo.

En medio de ese ecosistema saturado, Almeida decide quedarse. Y cuesta no lamentarlo.

El portugués habla de confianza, de sentirse en casa, de estabilidad.

Todo muy noble, sí, pero difícil creer que la decisión no vaya acompañada de una oferta mareante, el tipo de contrato que otro equipo jamás podría igualar.

Solo así se entiende que renuncie a liderar un proyecto propio, a construir su carrera sin condicionantes, a no verse siempre comparado con quien es, quizá, el corredor más determinante de una generación.

La noticia llega, además, en el mismo año en que Rui Costa anuncia su retirada.

Portugal pierde una figura y parece ganar un heredero… pero un heredero que acepta vivir bajo la sombra del gigante esloveno y del meteórico Del Toro.

Una pena, porque Almeida tenía —y tiene— potencial para escribir su historia con tinta gruesa.

Pero seguirá escribiéndola en la letra pequeña de un gigante que no deja de crecer.

Imagen: Unipublic / Cxcling / Antonio Baixauli