De unos años a esta parte, Paradise Lost se han erigido en uno de los baluartes de la consistencia en el panorama del metal. Tras una época en la que la sorpresa sobre su dirección musical era la norma, desde Tragic Idol (2012) —aunque se podría debatir si el punto de inflexión fue el aclamado Faith Divide Us, Death Unites Us (2009)— la banda opera como una máquina infalible. Su fórmula: publicar álbumes sublimes que destilan la esencia de su época dorada, pero inyectándoles un toque de modernidad para evitar sonar a un mero proyecto revival.

Ascension, su decimoséptimo álbum de estudio, confirma este estatus. La dupla bicéfala formada por Nick Holmes y Greg Mackintosh vuelve a entregar una obra magnífica, con sus señas de identidad intactas, aunque salpicada de pinceladas que, lejos de abrazar tendencias vanguardistas, prefieren rescatar influencias clásicas para enriquecer su marca registrada de canciones tristes y melancólicas. Aquí no hay sobresaltos dramáticos ni rastro de sus flirteos con el post-punk gótico ochentero. Este disco es el resultado de pasar sus cinco primeros LP —cinco obras canónicas en la comprensión del death/doom y el doom— por una centrifugadora, dotarlos de una producción moderna y salir victoriosos de la contienda.

Se les podría achacar una falta de ganas de experimentar, y algunos quizá extrañen el efecto sorpresa de antaño. Personalmente, celebro que esa exploración la canalicen a través de proyectos paralelos como Host, dejando que Paradise Lost se dedique a refinar su sonido. Es innegable que este ‘retorno a las raíces’ tiene su génesis en el respiro creativo que supuso para Holmes y Mackintosh participar en proyectos paralelos: Bloodbath y Vallenfyre/Strigoi, respectivamente, lo que otorgó un aire fresco y un nuevo renacer a la banda madre.

El álbum ofrece momentos de una brillantez espectacular. Los sencillos elegidos como adelanto, ‘Serpent on the Cross’ y ‘Tyrants Serenade’, que abren el trabajo, muestran a los de Halifax pletóricos. La base rítmica se reivindica con fuerza en cortes como la más rápida ‘A Fading Light’ o la final ‘Into the Abyss’, con un Steve Edmondson rejuvenecido al bajo y un excelso Guido Zima a la batería, dejando un legado enérgico tras los parches (ahora ocupados por el antiguo miembro Jeff Singer). Las guitarras, protagonistas absolutas, se lucen en múltiples capas: el contraste entre los punteos obsesivos de Mackintosh y el contrapunto rítmico de Aaron Aedy se manifiesta en la majestuosidad de ‘Salvation’ o en la densidad monolítica de ‘The Mirror’.

Durante los 50 minutos del álbum —60 si se cuentan los dos bonus tracks, ‘This Stark Town’ y ‘A Life Unknown’— la voz de Holmes inyecta carisma y esa personalidad inconfundible en cada verso que susurra, carraspea o esputa con precisión. La producción, a cargo del propio Greg Mackintosh, es potente y orgánica: un logro que pocas bandas con su trayectoria son capaces de conseguir, y que contribuye a un resultado más que satisfactorio.

La segunda juventud de Paradise Lost es, en definitiva, una gozada. Los años no parecen pasar por ellos y cada nuevo lanzamiento es un motivo de salivación para el aficionado. Si lo que buscas es fiabilidad, la esencia doom melancólica en su máxima expresión y cero sorpresas, este es tu álbum.

JOAN CALDERON