Pedro Sánchez tiene un problema. El círculo se estrecha y él lo sabe. Recibe señales por todas partes, aunque él sigue mirando al tendido. Pero hoy, en el hemiciclo, sobrevolaba el espíritu de la extinta Convergència (CDC), y no por la amnistía, ni por los Presupuestos, ni por ninguna ambición independentista. No. Por algo mucho más real: la corrupción que acabó con la disolución de un partido que durante décadas parecía eterno en Cataluña, tan parecida al caso Cerdán. ¿Se habrá mirado hoy el PSOE ante ese espejo? ¿Será por eso que hoy el presidente no ha querido ni hablar del tema en la sesión de control?

Cuando hace ahora veinte años el entonces presidente de la Generalitat, Pasqual Maragall, le dijo al líder de la oposición, Artur Mas, “ustedes tienen un problema y se llama 3%” se montó una escandalera en el Parlament, hasta el punto que el líder socialista catalán acabó pidiendo disculpas. Como si no hubiera pasado: los políticos se conchabaron para ocultar un cabo suelto del que todo el mundo hablaba, y el parlamentarismo falló. Tuvieron que pasar trece años para que las investigaciones periodísticas y judiciales germinaran en forma de sentencia contra Convergència, el partido de Mas, condenado por el cobro de comisiones vinculadas a la adjudicación de obra pública. Lo que la clase política ocultó bajo las alfombras del Parlament, los periodistas y los jueces lo sacaron a la luz. ¿Les suena? El problema es que tuvieron que pasar trece años hasta que llegó la sentencia judicial que confirmó el trabajo de los medios de comunicación, y eso también lo sabe Sánchez y forma parte del cálculo de sus socios.

Aun así, hemos mejorado porque cuando esta mañana en el Congreso Alberto Núñez Feijóo (PP) ha preguntado por las comisiones del 2% que cobraba la trama de Santos Cerdán -como adelantó El Confidencial-, el Gobierno no ha tenido el cuajo de pedir que lo retiren del Diario de sesiones. La estrategia ha sido distinta: hablar de otra cosa, agarrarse a ese paradójico triunfalismo económico o al “y tú más”. Pero el sabio refranero dicta que quien calla otorga, y esa cifra ha llegado para quedarse: la UCO ha cerrado el círculo, o el triángulo, y la trama ya está aquí. Un Gobierno que adjudica obra pública, una empresa que paga mordidas y un partido que las cobra. Lo de toda la vida.

La cifra del 2% la ha sacado a la luz el PP, primero Feijóo y luego la portavoz, Ester Muñoz (PP), que con esa combinación de velocidad y precisión saca su mejor versión en las sesiones de control. Sin embargo, los socios y exsocios han preferido evitar hoy la corrupción e irse por la tangente. En el caso de Míriam Nogueras, portavoz de la formación heredera de CDC, es hasta comprensible, porque la respuesta habría sido muy fácil y ni a Sánchez ni a Nogueras les convenía hablar hoy de mordidas, a pesar de la presencia del fantasma de Convergència.

Es impopular decir que el parlamentarismo puede ser maravilloso, incluso en estos tiempos en los que el Gobierno trata de desprestigiarlo acumulando casi 700 peticiones de comparecencia de los ministros, o no respondiendo a las preguntas que se les formulan con la autorización de Francina Armengol, a la que le parece muy bien que el Gobierno jamás responda a lo que se le pregunta. Aun así, la sesión de control es el único hilo que mantiene al Ejecutivo con un pie en la realidad, aunque sólo sea porque tiene la obligación de aguantarse y de escuchar lo que le pregunta la oposición.

El resto del tiempo el Gobierno fantasea, a veces frisando el ridículo. Como cuando Sánchez se disfrazó de festivalero y se fue a Radio 3 a decir que el mejor concierto de su vida fue uno de Guns N’ Roses en 1987. Y Muñoz se ríe de él y lo llama “farsante” porque el grupo vino a España en 1993: “Si es que miente hasta cuando se hace el moderno”.

¿Y a qué se agarra este Gobierno bunkerizado para no responder a lo que se le pregunta? A la detención del presidente de la Diputación de Almería en un nuevo caso mascarillas, como si ese gol en la portería del PP fuera una tabla de salvación frente a la cloaca de Ferraz. O a los datos de crecimiento del PIB y de empleo, como si los españoles no sufrieran para llegar a fin de mes. A esto ha respondido Figaredo (Vox) con la contundencia de quien pone el foco en el auténtico problema, y para meter el dedo en el ojo al PSOE, lo ha hecho citando datos de UGT: “El salario más común es el salario mínimo”. Eso no es generar riqueza y pujanza en la economía, eso es igualar por lo bajo. Y ahí estamos.

Y así ha transcurrido la sesión de control, con un Gobierno profundamente incómodo, pero que sobrevive instalado en la calle propaganda esquina cinismo, en una versión 2.0 de aquello de Felipe González, de que se había enterado por la prensa, como hoy le ha espetado Muñoz al presidente: “Cuando pasó el caso Ábalos, Sánchez dijo que no sabía nada y le sustituyó por Cerdán, y ahora que sale todo esto dice que tampoco sabe nada. Cuando le preguntan por Leire no la conocía, pero la gente de su Gabinete se reunía con ella y Sánchez la colocó en empresas públicas. Cuando le preguntamos si su suegro financió sus campañas políticas, no sabe nada. Cuando le preguntamos si su hermano vivía en Moncloa con él, no sabe nada. Ustedes pretenden hacernos creer que Sánchez no sabe nada de su Gobierno, de lo que pasa en su partido y de lo que pasa en su casa”.

María Jesús Montero ha puesto cara de póker cuando la portavoz del PP ha acusado al Gobierno de llevar “años insultando, amenazando y difamando” a los medios de comunicación que investigan los escándalos del Gobierno. Pero ahí está el quid de la cuestión: aunque aún deban pasar trece años, los medios y el Parlamento seguirán estrechando el círculo, o el triángulo, y llegará un día en el que la Justicia dictará sentencia. Y ese mazo no se lo salta un eslogan. Pedro Sánchez sabe que tiene un problema y se llama 2%.

Pedro Sánchez tiene un problema. El círculo se estrecha y él lo sabe. Recibe señales por todas partes, aunque él sigue mirando al tendido. Pero hoy, en el hemiciclo, sobrevolaba el espíritu de la extinta Convergència (CDC), y no por la amnistía, ni por los Presupuestos, ni por ninguna ambición independentista. No. Por algo mucho más real: la corrupción que acabó con la disolución de un partido que durante décadas parecía eterno en Cataluña, tan parecida al caso Cerdán. ¿Se habrá mirado hoy el PSOE ante ese espejo? ¿Será por eso que hoy el presidente no ha querido ni hablar del tema en la sesión de control?