El Ilustre Colegio Oficial de Médicos de Madrid, en pleno círculo del arte capitalino, acoge a Fernando Delapuente, el pintor olvidado tras su muerte inesperada el 1 de noviembre de 1975. Lo ha recuperado la Fundación Methos en una exposición comisariada por Andrés Barbé Riesco en cuyo consejo asesor figuran Fernando Rayón, Manuel Vilches, Antonio Puerta y José Benito Rodríguez.

Ingeniero industrial y pintor

El arte colorido de un ingeniero que quiso ser pintor y lo fue. Uno de los buenos y olvidado como Van Gogh, al que se aprecia en algunos cielos europeos de Delapuente, creador de escenarios pictóricos personalísimos que recuerdan a algo y a alguien, que resultan familiares en su «vangoghsidad», por ejemplo, o en su abstracción o en su «modiglianismo», todo influencias cosechadas como identidad.

Vista de sala de la exposición «Fernando Delapuente» en el colegio de médicos de MadridPaloma Hiranda

Cuadros decorativos, bonitos a simple vista e importantes en profundidad, como si tuvieran futuro en la crítica y en el mercado cincuenta años después de este bienvenido (re)descubrimiento para el arte y para su historia. Hay en el Colegio de Médicos una suerte de impresión a aquella primera exposición neoyorquina filmada de Basquiat en la película homónima y dirigida por el pintor Julian Schnabel, quien fue su amigo (de Basquiat).

Le Paris de Notre Dame (1958)

La Place Blanche de París, con el Moulin Rouge destacado, de 1958, antecede el estilo de quien firmaba como el grafitero SAMO antes de explotar en el famoso artículo de Art Forum: El chico radiante. En La Place Blanche Delapuente es un «hombre radiante» cuyas letreros podría haber pintado más de veinte años después el joven artista con orígenes haitianos.

Vista de sala de la exposición «Fernando Delapuente» en el colegio de médicos de MadridPaloma Hiranda

Antes de esto, Fernando Delapuente es un dibujante consumado, lo que se aprecia en algunos de sus retratos primeros de la década de los 40. Su padre le empuja a estudiar Derecho para que se haga notario, carrera que abandona después de una brevísima toma de contacto, y termina estudiando ingeniería industrial. A mitad de la carrera empieza a estudiar también Bellas Artes, en dirección a su auténtico impulso creativo en el que se ven con claridad las influencias de su otro yo académico como «constructor de escenarios».

Autorretrato (1952)

Ese otro yo también se aprecia en la evolución de su pintura, precisamente en esos retratos principiantes (principiantes solo por ser del principio) y en los siguientes tras el descubrimiento del color en Italia. En el primer autorretrato posterior, Delapuente es otro artísticamente, lo que se refleja también, de forma casi fantástica, en lo físico: una mutación asombrosa. Una nueva forma, una nueva mirada del artista que se recarga en la experiencia y en la contemplación.

«Pintor de Madrid»

Con esas particularidades conocidas, familiares y, sin embargo, extraordinariamente propias. Es el gozoso hallazgo de un pintor nuevo que murió hace medio siglo. El viajero «pintor de Madrid» que evolucionó desde sus escenarios romanos y parisinos a un mayor detalle en el dibujo de la capital de España. Durante la República trabajó en la Azucarera de Madrid, en Arganda del Rey, que pintó.

Place Blanche (1958)

El levantamiento militar del 36 le pilla yendo al trabajo. Le detienen y le envían a la checa de (cómo no) Bellas Artes, donde es interrogado y luego puesto en libertad. Tiene 26 años y cree que ya no hay futuro como si fuera un joven y desesperanzado Stefan Zweig. Se refugia en la embajada de Cuba y logra pasar a la zona nacional, donde conoce a Álvaro del Portillo, por el que ingresa como miembro numerario en el Opus Dei.

Clásico y moderno

El fin de la guerra es el comienzo de su etapa clásica hasta que en los 50 descubre el color en Italia. Abandona la velazquiana «paleta castellana» y se vuelca en el color tras una suerte de epifanía en una iglesia en Nápoles y la irrupción de la luz sobre una virgen. Vuelve a España y luego viaja a París como un pintor casi desconocido. Al morir, su padre regresa de nuevo en 1958 antes de ir a Londres. Delapuente es un pintor clásico y moderno, la conjunción casi perfecta entre lo vanguardista y lo clásico, entre el fauvismo de Matisse o Deráin.

Vista de sala de la exposición «Fernando Delapuente» en el colegio de médicos de MadridPaloma Hiranda

El pintor que vendió mucho en su vida plena hasta los años 70, antes de que le sorprendiera la muerte en 1975, tras la que fue olvidado incomprensible e injustamente. Pero ya está aquí otra vez, como nuevo, desde sus estudios de cabeza hasta los cielos europeos y españoles del Van Gogh santanderino y católico que también pasó por la abstracción y su mar Cantábrico y abandonó las muchas y bellas «noches estrelladas» por los cielos despejados en sus lienzos de Madrid.