De niño, Pablo Berger (Bilbao, 1963) escuchaba desde su cama las películas que proyectaba el cine Trueba, pared con pared con su habitación. Con un … destornillador y una cuchara intentaba hacer un agujero para llegar al otro lado. «En la primera planta de mi edificio había una distribuidora y tenía siete salas a menos de cien metros, el cine formaba parte de mi vida», recuerda el primo de Amaia Uranga, que durante un tiempo también soñó con cantar en Eurovisión.
Berger, que recibirá en la inauguración de Zinebi el Mikeldi de Honor de manos del alcalde Aburto, acaba de llegar de México, donde ‘Robot Dreams’ (allí se titula ‘Mi amigo Robot’) ha logrado un millón de espectadores. Estas navidades se irá a China con su mujer y su hija para acompañar el estreno. Lejos, muy lejos, quedan los tiempos de su primer corto, ‘Mama’ (1988), que ganó el festival bilbaíno. Un delirio que transcurría en un refugio nuclear en el Erandio de 2026 y donde Torrebruno compartía la pantalla con Ramón Barea, que ayer recordaba cómo la pintura roja que utilizaron de sangre arruinó toda su ropa. Berger y Álex de la Iglesia, que firmó la dirección artística, lograron que Tim Burton, invitado del Festival de San Sebastián, viera su obra… metiendo un televisor en su suite del María Cristina.
–Dos años de ‘Robot Dreams’ y sigue acompañando la película por el mundo.
–Las películas para mí son como hijos, me gusta acompañarlas. He hecha pocas, pero son muy deseadas. En México ‘Robot Dreams’ ha sido un acontecimiento, tercera en taquilla, y la Cineteca me hizo una retrospectiva.
–Vivimos una era de consumo audiovisual bulímico, las películas y series duran un día.
–Yo soy afortunado, algunas de mis películas son fondo de armario, tienen una larga vida. Pero es verdad, ahora todo es efímero. Acuérdate cuando comprábamos discos, y leíamos las letras mientras escuchábamos las canciones. Ahora a la música casi no le damos valor. Y con el cine en las plataformas también ocurre. Aun así, creo que sigue siendo algo especial si tienes suerte y la película se convierte en un acontecimiento.

Pablo Berger junto a Álex de la Iglesia en la época de ‘Mama’ (1988).
José Luis Nocito

–Cuatro largometrajes en 20 años de carrera. Se lo toma con calma.
–Sí, mi ama siempre decía que había que cocinar a fuego lento. Me gusta trabajar desde la libertad y con mucho control. Mis dos primeros trabajos tuvieron muchas dificultades en su financiación. ‘Torremolinos 73’ era una ópera prima, de época, mezclaba pornografía y costumbrismo… Me costó cinco años. ‘Blancanieves’, muda y a contracorriente, me costo ocho. ‘Robot Dreams’ me llevó cinco, pero para una cinta de animación es hasta poco tiempo.
–Ha hecho una película con españoles y daneses que no se entienden y dos silentes. Un psicólogo sacaría conclusiones.
–Sin duda. No es lo que se dice, sino lo que se hace. Puedes decirle a alguien ‘te quiero’ y con la mirada transmitir otra cosa. El cine se escribe con imágenes, es lo que le hace único. Me gusta el cine como expresión sensorial, con la música supliendo a los diálogos.
–¿Cómo era crecer en el Bilbao de los 70 y 80?
–¡Cómo ha cambiado! Ahora decimos que Bilbao es Hollywood porque hay muchos rodajes, pero el de aquella época sí que lo era, con un cine en cada esquina. Crecí junto al Trueba, unos metros más abajo estaba el Buenos Aires, el Capitol, el Actualidades, el Coliseo, el Gran Vía… Hasta aquí, en el Arriaga, daban películas. Todas esas salas han desaparecido. Hay una generación de cineastas vascos tan grande porque llovía tanto que los cines eran un refugio. Era un Bilbao industrial, gris, duro. Cuando viví en Nueva York durante diez años Bilbao me había preparado. Era un poco Bronx, Blade Runner. Pero pasaban muchas cosas, exposiciones, conciertos… Los bilbaínos siempre hemos devorado la cultura. El cineasta que soy debe mucho a la ciudad en la que pasé los primeros 25 años de mi vida.
–Su corto ‘Mama’fue el inicio de muchas cosas.
–’Mama’ nace de las entrañas, mi primer hijo. Escrita y dirigida por mí y con dirección de arte de mi querido gran amigo Álex de la Iglesia. Mi período punk. La hacemos un montón de locos sin saber nada y tocando de oído. ¡Qué maravilla hacer algo sin saber! Ganamos en Bilbao, en Alcalá de Henares, Telenorte lo emitió… El comienzo de todo. Nos dimos cuenta de que si haces las películas que quieres ver el público te encontrará.
–En la época de ‘Mama’ todavía sigue trabajando en Arthur Andersen.
–Había estudiado Informática en la Universidad de Deusto. Gracias al éxito de ‘Mama’ consigo una beca de la Diputación de Bizkaia, voy a estudiar un Máster de Cine a la Universidad de Nueva York y me quedo allí diez años.

Pablo Berger con Ramón Barea, al que dirigió en el corto ‘Mama’ en 1988, este jueves en el teatro Arriaga.
Efe

–Nunca se ha arrepentido de haber regresado a España.
–Vivo el momento, carpe diem, a mí me interesa el viaje. Fueron años maravillosos, volví porque tenía el guion de ‘Torremolinos 73’ y mi colaboradora y compañera de vida, Yuko Harami, me dijo que estaba dispuesta a venir conmigo. He tenido la suerte de que todas mis películas se han estrenado en EE UU como ‘art house’, por la puerta de atrás.
–Y en España, después de triunfar en los Goya y estar nominado al Oscar, ¿puede hacer lo que quiera?
–Tengo una relación estupenda con mis productores, Arcadia, que me animan a ir más lejos. Me muevo en un presupuesto medio-alto para España, pero mientras no superen los 4 o 5 millones de euros…
–¿Recibe ofertas para rodar series en Netflix?
–Sí. Me reúno, leo guiones… Hasta ahora no me ha tentado nada lo suficiente como para morder el anzuelo. Hasta ahora he tenido control absoluto en el casting, en el montaje final… No quiero perder esa libertad.
–¿Se lo pasó bien con la nominación al Oscar?
–Es como si te toca el gordo. Pasas a ser para siempre un ‘oscar nominee’. Me pasé un mes entre Los Ángeles y Nueva York con el equipo, mi familia… Lo pasamos muy bien. Conocí a Spielberg, Scorsese… Disfruté de la gala, que es como un musical de Broadway… Y solo cuando salieron Chris Hemsworth y Anya Taylor-Joy a entregar el Oscar de animación fui consciente de que formaba parte de la industria. Era obvio de que tenía que ganar el maestro Miyazaki.

Pablo Berger en la comida de los nominados al Oscar en el hotel Beverly Hilton junto a Steven Spielberg y la productora de ‘Robot Dreams’ Sandra Tapia.
E. C.

–Su hija Aiko ha estudiado Bellas Artes. ¿Se encamina al cine?
–El cine la apasiona. En segundo de carrera reabrió el cineclub de la Complutense, que llevaba décadas cerrado, como Álex y yo hicimos en Deusto. Ella quiere ser artista plástico. Ahora se acaba de graduar y se enfrenta a la vida. Está en esa fase de residencias, másters, becas… Me ilusiona que quiera ser artista.
–Lo va a tener más fácil que usted en el Bilbao de los 80.
–Nosotros veíamos como un sueño imposible dedicarnos al cine, y aquí seguimos. Ahora tienen más información y oportunidades. Y más en el audiovisual, porque hay escuelas de cine y se está produciendo mucho.
–¿En qué anda metido?
–Dediqué 2024 a viajar con ‘Robot Dreams’ pero este año me he sentado a escribir varias cosas antes de contarles algo a mis productores. Escribo con un color nuevo, pensando que puede ser imagen real o animación.
–No ha rodado en Bilbao desde ‘Mama’.
–Me encantaría, ahora que Bilbao es Hollywood.