A medio camino entre la historia militante de Ivry-sur-Seine y el laboratorio urbano del Grand París, START-Ivry condensa diez años de investigación de Beatriz Ramo y su estudio STAR strategies + architecture sobre qué significa hoy diseñar vivienda colectiva. No se trata solo de cinco torres nuevas junto a la confluencia del Sena y el Marne, ni de un conjunto de 288 viviendas entre protegidas, intermedias y libres: es un manifiesto construido contra la estandarización residencial, esa inercia que reduce el trabajo del arquitecto a dibujar fachadas sobre planos repetidos.
Aquí el lema no es «form follows function», sino «form follows life»: la forma sigue la vida, sus giros, sus crisis, sus ensamblajes familiares cambiantes. En un municipio con tradición de política de precios controlados y de arquitectura pública exigente, START-Ivry propone una nueva generación de vivienda que se adapta a quienes la habitan… y no al revés.

START Ivry
Nicolas Trouillard / Kamel Khalfi / Nicolas Grosmond
El proyecto lleva esas ideas hasta el último metro cuadrado. Desde estudios hasta pisos de cinco dormitorios, las tipologías se ramifican en variantes «plus» y «bonus» capaces de absorber realidades muy distintas: familias monoparentales, hogares reconstituidos, hijos que se van y vuelven, personas mayores con cuidados, teletrabajadores o cohabitaciones no familiares.
Pero quizá el gesto más radical de START-Ivry está en su propio modo de producirse. El llamado Proceso Inverso invierte la lógica habitual: primero se selecciona al arquitecto —en base a una propuesta metodológica, no a renders espectaculares— y después son los promotores quienes compiten para alinearse con un pliego redactado por el propio equipo de diseño. Durante ocho meses, STAR trabajó con el gestor municipal de suelo, el Ayuntamiento y los candidatos a promotor en talleres mensuales donde se discutían a la vez tipologías, construcción, mantenimiento y modelos de gestión. El resultado es un conjunto de 22.863 m², con 19.701 m² de vivienda, 3.163 m² de locales en planta baja y 2.600 m² de nuevos espacios públicos que densifican la ciudad sin repetir los errores de los años sesenta.
Hablamos con Beatriz Ramo sobre cómo START-Ivry cuestiona la vivienda estandarizada y propone un modelo más humano y adaptable.

La arquitecta Beatriz Ramo
Aphroditi Houlaki for Design Ambassador
¿Qué tenía que pasar en Francia (y en la cultura arquitectónica europea) para que unas torres como estas pudieran plantearse de nuevo desde un lugar empático y contemporáneo?
Dos factores lo hicieron posible. Primero, el cambio normativo en el Grand Paris que volvió a permitir la tipología «torre». Segundo —y decisivo—, nuestro proceso inverso, que rompe el statu quo de la producción de vivienda.
Sobre la torre: tras décadas en que la altura quedó asociada al fracaso social de ciertos conjuntos del siglo XX, especialmente en las banlieues (periferias urbanas), era necesario un cambio profundo en la mirada sobre la ciudad. En los últimos años muchas ciudades francesas han levantado esa «prohibición» implícita, entendiendo finalmente que la altura no era el problema. Una torre bien situada y planificada, con servicios de proximidad y vida colectiva real, aporta una densidad importante que contribuye positivamente a la crisis de vivienda y a la ecológica.
Sobre el proceso inverso: sin él, difícilmente se habría ejecutado el proyecto. Es un procedimiento realmente pionero: a diferencia de las prácticas habituales, se seleccionó primero al arquitecto —en base a una nota metodológica, y no a renders o fachadas— y, unos meses después a partir de nuestro proyecto y principios de vivienda, invitamos a cuatro promotores a competir. El pliego de condiciones no lo redactó el promotor: lo redactamos nosotros.
Durante ocho meses organizamos, junto con el gestor del suelo y el Ayuntamiento, talleres mensuales con todos los actores: primero sin promotores; y, una vez fijadas las bases del proyecto, con cada equipo promotor —junto a sus constructoras y consultores. Aquellos meses fueron inolvidables por la energía que se generó: todos en torno a un proyecto común, saliendo de la zona de confort y asumiendo el reto de repensar la vivienda, cada cual aportando desde su competencia —diseño, construcción, gestión, mantenimiento— para anticipar al máximo el éxito de la operación.
La solidificación de los principios en esta fase permitió preservar la calidad del proyecto años después, cuando finalmente se construyó, pese a cambios de equipos y de presupuestos.
El proceso inverso desafió las convenciones y constituyó una apuesta por una mejora radical de la vivienda: una demostración imprescindible en un contexto donde el mercado y el promotor suelen regir el diseño.

START Ivry
Nicolas Grosmond / Vladimir Partalo
Usted lleva años denunciando la estandarización como uno de los grandes males de la vivienda colectiva. ¿Cree que el problema radica más en la falta de imaginación arquitectónica o en la rigidez del marco político, normativo y económico que la sustenta?
La principal responsabilidad recae en el mercado y en el hecho de que la vivienda se haya convertido en un producto estandarizado de promotor, y no en un bien social garantizado o promovido por las entidades públicas. Los intereses de los promotores poco tienen que ver con la realidad contemporánea de la sociedad. Ellos venden su «producto», y rara vez permiten al arquitecto intervenir en cuestiones de tipología o distribución, y mucho menos en procesos de experimentación o innovación. En Francia o en los Países Bajos, diseñar un edificio de viviendas se reduce con frecuencia, para el arquitecto, a dibujar las fachadas. Es alarmante. En países como España, Austria o Suiza existen mejores ejemplos de vivienda que van un paso más allá, aunque siguen siendo excepciones.
La relación de poder entre arquitecto y promotor está profundamente desequilibrada: «yo pago, luego yo decido». Y son muy pocos los arquitectos dispuestos a mantener una conversación real con su promotor sobre cómo hacer algo mejor. Ese «algo mejor» no cuesta más ni consume más espacio (como demuestra nuestro proyecto), pero aun así resulta casi imposible abrir un debate sobre la calidad de la vivienda. He oído a promotores decir sin reparo: la crisis es tal que lo vendemos todo; ¿para qué mejorar? Si no haces esto así, llamaremos a otro arquitecto. La mayoría de los arquitectos por unas razones u otras, acepta estas condiciones, y así el círculo vicioso se perpetúa.
El promotor de este proyecto, cuando la situación se ponía exigente, me decía con solemnidad: «Beatriz, si no haces esto y esto, no sé si te llamaremos más». Ante esos reflejos automáticos de promotor, yo sonreía y respondía: «¿Y quién te ha dicho que yo querré volver a trabajar contigo?». Se lo tomaban bien, y les recordaba que un proyecto de esta ambición exige salir de la zona de confort. Más de una vez cerrábamos con un: «verás que habrá merecido la pena».
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Aunque el peso de la falta de calidad recae sobre el promotor, debo también culpar en otra medida a los arquitectos: muchos han perdido el interés —y la maestría— por el verdadero diseño de vivienda. Son pocos los que se interesan y trabajan en cómo adaptarla a las necesidades y evoluciones de la sociedad actual, a la diversificación creciente de tipos de unidades familiares. No podemos concebir los hogares como algo estático. Incluso una familia «nuclear» atraviesa distintas configuraciones a lo largo del tiempo: divorcio, nuevo matrimonio, hijos que se van y regresan, habitaciones vacías sin uso, cuidadores, viudedad… Y sin embargo, la vivienda sigue siendo hoy un contenedor inadaptado a estas transformaciones.
Los ejemplos que suelen publicarse hoy como «viviendas innovadoras» o «contemporáneas» son, en su mayoría, ejercicios formales o compositivos en planta, más atentos a la fotogenia del plano que a las necesidades reales de sus habitantes. Es, a mi juicio, una gran confusión. El verdadero avance no consiste en forzar a la gente a vivir en plantas triangulares o reticulares, sino en diseñar un plano verdaderamente versátil, funcional y capaz de responder a la diversidad de unidades familiares actuales.
Del mismo modo que un plano estandarizado no lo hace, corremos el riesgo de encantarnos con plantas más fotogénicas pero inadaptadas, y de creer que suponen un avance en vivienda cuando, en realidad, no lo son.

START Ivry
Nicolas Grosmond
Ivry-sur-Seine tiene una historia muy particular dentro del Gran París, marcada por el urbanismo experimental y el brutalismo de los años sesenta. ¿Qué diálogo establece START con esa herencia (y con sus errores) en términos materiales y urbanos?
Ivry-sur-Seine tiene efectivamente una historia singular: fue uno de esos pocos lugares donde la arquitectura moderna se unió a una visión política y social real. Las obras de Renaudie y Gailhoustet no son solo ejemplos de brutalismo, sino sobre todo el reflejo de una búsqueda genuina de nuevas formas de vida urbana, con un fuerte componente de experimentación en la vivienda.
START-Ivry se inscribe en esa tradición, no por imitación formal, sino por actitud: por la voluntad de reinventar la vivienda colectiva con un enfoque mucho más centrado en el usuario y menos en la forma. Comparte con aquella herencia el interés por la diversidad tipológica y por una densidad positiva, en contraste con la producción masiva de viviendas anónimas y desprovistas de reflexión sobre la vida colectiva.
Nuestro proyecto evita los excesos formales de algunos de aquellos referentes. Nuestro objetivo principal fue repensar en profundidad la vivienda: crear hogares extremadamente versátiles, capaces de adaptarse desde hoy a múltiples configuraciones familiares, sin necesidad de obras, como ocurre con nuestras viviendas superadaptables de 2 dormitorios. Otras tipologías —como las viviendas divisibles de 3 y 4 dormitorios— están pensadas para evolucionar con el tiempo: por ejemplo, separarse en dos unidades independientes cuando los hijos se muden del domicilio familiar.
Es cierto que el uso del hormigón visto, tanto en estructura como en fachada, evoca la herencia arquitectónica de Ivry. Personalmente me gusta mucho la estética el hormigón, pero en este caso, además de querer establecer ese vínculo, fue una decisión pragmática: el hormigón era el único material que, cuando comenzó el proyecto, nos permitía mantenernos dentro del presupuesto y cumplir la normativa. En aquel momento, las limitaciones técnicas y reglamentarias impedían alcanzar con madera alturas de 50-56 metros, como las de nuestras torres.
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La mayor diferencia con la herencia de los años sesenta y setenta se da a nivel urbano. Los proyectos de esa época se basaban en principios que hoy sabemos fallidos para centros urbanos: los edificios sobre pilotis y la separación de funciones —circulación rodada por un lado, vida peatonal por otro—; los pasajes comerciales interiores que se volvieron obsoletos; los espacios públicos sobredimensionados y poco habitados, pensados más como abstracciones urbanas que como lugares de encuentro; los itinerarios peatonales desconectados de la calle real, que acabaron convirtiéndose en zonas residuales o inseguras.
En START, conscientes de esas lecciones, y precisamente porque proponemos edificios de altura considerable y alta densidad, desde el inicio buscamos un arraigo fuerte con el suelo y con la calle. Maximizamos la huella de los edificios para generar vida urbana en planta baja: comercios, talleres de artesanos, e incluso viviendas tipo «maison de ville». Los volúmenes se hacen más esbeltos y ligeros a medida que ascienden, hasta alcanzar envolventes de alrededor de 15 × 20 metros, favoreciendo la luz, la ventilación y las vistas en los apartamentos, y la integración urbana en su contexto.

START Ivry
Nicolas Grosmond / Vladimir Partalo
La adaptabilidad parece el gran tema de nuestro tiempo, desde el trabajo hasta la vivienda. Sin embargo, pocas veces se materializa en la arquitectura construida. ¿Por qué cree que cuesta tanto pasar del discurso sobre la flexibilidad a la realidad edificada?
La adaptabilidad en vivienda se ha convertido en una palabra de moda que, como bien dices, rara vez se traduce en realidad por varias razones.
Primero, exige introducir cambios en un sistema muy cerrado, liderado por el promotor. Buena suerte ahí. Su cadena de decisión está configurada para reproducir tipologías estandarizadas, no para ensayar variaciones que alteren su «producto».
Segundo, suele malentenderse qué es «adaptabilidad». Se confunde con la mera posibilidad de mover tabiques o componentes. Hay muchos ejemplos de soluciones «móviles» que, además de más caras y complejas, generan problemas acústicos y de mantenimiento y acaban reemplazándose o, sencillamente, no usándose. Me han ofrecido incluso sistemas de inodoros móviles. ¿Quién necesita desplazar su inodoro cinco veces al mes? Nadie. Eso no es adaptabilidad, son «gadgets».
Tercero, hoy la «sostenibilidad» está eclipsada por su vertiente ambiental, bien que es por supuesto una urgencia es también fácilmente medible, puntuable y certificable: kWh/m²·año de consumo, huella de carbono (kgCO₂e/m²), sellos y etiquetas (EPC, BREEAM, LEED, HQE, etc.). Las cifras dan puntos, subvenciones y marketing. Pero la dimensión social —que la vivienda acompañe cambios vitales y familiares— es difícil de medir. Y lo que no se mide, no se prioriza: por eso la adaptabilidad social cuesta tanto materializarse en la práctica.
Cuarto, como ya he evocado antes, muchos de los ejemplos que hoy se presentan como «vivienda adaptable» acaban siendo ejercicios formales en planta. Esa retórica geométrica —mallas, retículas, cubos, triángulos— funciona en la imagen, pero ignora necesidades reales igual que lo hace el plano estándar de promotor. Son más fotogénicos y salen en las revistas, sí; pero no resuelven el problema. He visto plantas vistosas —muy de escuela— que proponen un solo baño para seis personas. Eso es el síntoma de una rigidez formal que prima la composición por encima de los usos.
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Nuestra manera de adaptar la vivienda a los habitantes no pasa por ejercicios artificiales
geométricos. Hicimos una investigación minuciosa en varias fases. Primero, analizamos cada tipo de hogar y estilo de vida actual: familias monoparentales, familias reconstituidas, personas mayores que necesitan asistencia, teletrabajadores, hijos «boomerang», cohabitaciones de todo tipo, etc. De cada uno estudiamos sus necesidades espaciales, su temporalidad y su evolución. No es lo mismo requerir un espacio solo fines de semana —por ejemplo, un padre con custodia alterna— que necesitar un espacio de trabajo en casa a diario. A partir de ahí, desarrollamos soluciones espaciales específicas para cada necesidad. Acabamos con tablas enormes: lo que parecía abrumador se volvió manejable al descubrir que una misma solución espacial podía atender múltiples situaciones y necesidades. Finalmente, sintetizamos esas soluciones espaciales en nuestros 10 Principios de
Adaptabilidad. Por ejemplo: viviendas grandes divisibles; alcobas «plus» pensando en familias monoparentales o en quien trabaja en casa; salones modulares; viviendas de dos dormitorios super-adaptables capaces de acoger todo tipo de cohabitaciones; balcones transformables en habitaciones, etc.
Además, elaboramos también los 8 Principios de Calidad, porque los estándares básicos
—orientaciones múltiples, cocinas con luz natural, almacenamiento bien dimensionado,
amueblamiento funcional— se están descuidando, más aún cuando la vivienda se hace más pequeña.
En resumen, pasar del discurso a la obra exige cambiar incentivos, medir lo social, y diseñar desde la vida, no desde la foto. La adaptabilidad real no es un tabique móvil: es una planta inteligente, versátil, y capaz de envejecer bien con sus habitantes.