La firma de los Acuerdos de Dayton en la base aérea de Wright-Patterson (Ohio, Estados Unidos) por los líderes de Croacia, Yugoslavia y Bosnia y Herzegovina el 21 de noviembre de 1995, puso fin al peor conflicto armado que se había vivido en Europa desde la Segunda Guerra Mundial.

En 1992, tras la desintegración de la República Federativa Socialista de Yugoslavia –y siguiendo la estela independentista de otros países en la región– una de sus antiguas repúblicas, Bosnia y Herzegovina, habitada por tres pueblos distintos (bosnios musulmanes, serbobosnios y bosnio croatas) declaraba su independencia, lo que prendería la mecha del nacionalismo entre antiguos vecinos.

«Las minorías de esa región vivieron relativamente tranquilas mientras estuvieron bajo el control de imperios como el otomano, el austrohúngaro, el de los zares o los káiser alemanes. Contra ellos no se podían levantar”, señala a RTVE.es Francisco José Gan Pampols, exjefe de operaciones en la misión de la ONU (UNPROFOR) y la OTAN (IFOR) en Bosnia-Herzegovina. «Sin embargo, cuando desaparecen, ese vacío lo llena la creación de la República de Yugoslavia, gobernada por Tito, pero cuando esta decae, las tensiones nacionalistas se exacerban y se utiliza lo que diferenciaba a quienes allí vivían la religión (ortodoxos, católicos y musulmanes)», añade el militar.

Así, los tres pueblos terminarían enfrentándose en una guerra marcada por la limpieza étnica, que dejaría estampas dramáticas como las del asedio de Sarajevo o el genocidio de Srebrenica, donde más de 8.000 bosnio musulmanes fueron asesinados por fuerzas serbias y elementos del hasta entonces Ejército Popular de Yugoslavia. Unas 100.000 personas perdieron la vida y casi dos millones fueron desplazadas en los casi cuatro años que duró la guerra de Bosnia. Hoy sigue habiendo 31.000 desaparecidos.

«Afortunadamente muchos de ellos se han podido identificar gracias a avanzados programas informáticos que se desarrollaron tras los atentados contra las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001», dice a RTVE.es el periodista Gervasio Sánchez, autor de Desaparecidos, un ambicioso trabajo desarrollado a lo largo de 12 años y con el que documentó, a través de fotografías, testimonios o la publicación de un libro, a personas desaparecidas en guerras como la de Bosnia. «Se sigue avanzando en la identificación y eso a pesar de las dificultades que pusieron los radicales serbios desenterrando cadáveres de las fosas y dividiendo los restos para dificultad su exhumación, la prueba de los crímenes de guerra que habían cometido», añade.

Sarajevo de noche MIGUEL ÁNGEL VIÑAS

¿Cómo empezó el galimatías étnico?

Primero, las fuerzas serbias atacaron a las bosnias con objeto de anexar territorios. El objetivo: crear una región independiente al estilo de la ‘Gran Serbia’ que aglutinase a las poblaciones de ese origen y, de paso, impedir la también secesión de Croacia, el tercer actor en disputa.

A su vez, Croacia apoyó a las fuerzas bosnias (musulmanas) y croatas dentro Bosnia contra la expansión serbia, llegando incluso a formar un frente común con ellas: el Consejo Croata de Defensa, cuyo objetivo era defender las zonas pobladas por croatas en Bosnia y Herzegovina e integrarse en una entidad política separada – la República Croata de Herzeg-Bosnia – que nunca llegaría a ser reconocida internacionalmente.

Pero habría más. Esta alianza entre croatas y bosnios también terminaría rompiéndose dentro de Bosnia (guerra croata – bosnia, 1993-94) donde los croatas, apoyados por la vecina Croacia, terminarían enfrentándose a los bosnios, apoyados a su vez por el gobierno bosnio. El motivo: disputas por territorios en el centro – Mostar – y sur de Bosnia y el anhelo de algunos líderes croatas – en especial los de la fallida República Croata de Herzeg-Bosnia – de conseguir la autonomía y la unificación con la vecina Croacia.

Finalmente, croatas y bosnios cooperaron y, junto a las fuerzas desplegadas de la OTAN en 1994, coordinaron acciones contra las fuerzas serbias hasta tal punto que algunas de sus ofensivas en el año siguiente (Operaciones Tormenta y Mistral) terminaron por debilitar las posiciones serbias tanto en Croacia como en Bosnia. Serbia, por tanto, terminaría por aceptar en 1995 los Acuerdos de Paz de Dayton.

«La inoperancia, el cinismo y la pasividad de la mayor parte de Europa fue escandalosa», afirma Gervasio Sánchez. «Tras el desastre de Srebrenica tuvieron que venir los norteamericanos, Bill Clinton, y obligar a las partes a firmar un acuerdo de paz que no fue justo para nadie. Terminó legalizando las conquistas bélicas durante la guerra. Por ejemplo, la expulsión del este de Bosnia de la población musulmana por parte de los radicales serbios» , añade.

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Dayton, un camino a recorrer

En las negociaciones, celebradas a puerta cerrada durante tres semanas, participaron Slobodan Milošević, (presidente de Serbia), Franjo Tuđman, (presidente de Croacia), Alija Izetbegović (presidente de Bosnia-Herzegovina) y fueron supervisadas por Richard Holbrooke, diplomático de EE. UU. y principal mediador. El presidente estadounidense Bill Clinton había respaldado el proceso. Era su apuesta personal».

Los acuerdos, que reunían a bosnios y croatas en una federación, restableciendo su alianza frente a Serbia, terminaron rubricándose formalmente ante altos cargos de EE.UU., la OTAN y la UE en una ceremonia solemne celebrada en París el 14 de diciembre de 1995. Oficialmente acababa de terminar la guerra de Bosnia y daba comienzo un complicado proceso de reconstrucción política y social.

Bosnia era un país exhausto, casi irreconocible para quienes regresaban. Con el cambio de milenio, la normalidad volvió poco a poco. El país avanzó: se creó un ejército unificado, se reformaron instituciones, se establecieron mecanismos de cooperación inéditos desde la guerra. Pero el sistema impuesto por Dayton empezaba a revelar sus grietas.

La economía no terminaba de despegar, y miles de jóvenes se marchaban cada año hacia Alemania, Austria o Eslovenia. A la vez, Bosnia se movía bajo la superficie: colectivos de periodistas investigaban los casos de corrupción; grupos feministas y ONG locales empezaban a ocupar espacios que antes parecían imposibles; artistas jóvenes abrían galerías improvisadas en garajes o sótanos transformados. Bosnia se fue recomponiendo, no desde los despachos, sino desde los espacios cotidianos.

Treinta años después, Bosnia vive entre dos realidades: una política detenida y una sociedad en movimiento en medio de las tensiones regionales. La guerra en Ucrania, la crisis energética, el auge de discursos nacionalistas en Europa y los movimientos geopolíticos en los Balcanes han devuelto al país a un clima de precaución.

Imagen de archivo de una fosa común de la guerra de Bosnia descubierta en Pilica en 1996, con más de 100 cuerpos EFE/EPA/ODD ANDERSEN

La paz, de momento, se sostiene pero más en la constancia de la vida cotidiana que en la arquitectura institucional diseñada para apuntalarla. «El Parlamento no funciona como debería», comenta al respecto Gan Pampols. «Si no fuera por la vigilancia de la Unión Europea, las hostilidades comenzarían en cualquier momento», añade. El periodista Gervasio Sánchez coincide con el militar. «Los puentes de convivencia entre las comunidades siguen destruidos. Los ciudadanos de cada grupo viven a espaldas de los otros, las comunidades siguen divididas. Es un país desgarrado y así continúa hoy en día«, apostilla.

En definitiva, Dayton detuvo la guerra con una urgencia quirúrgica, pero dejó un sistema político rígido, pesado, como un andamiaje que nadie se atreve a desmontar por miedo a que todo vuelva a temblar. Hoy, Bosnia, sigue siendo el «polvorín de los Balcanes».