En la entrada al Mercado Colón por la calle Jorge Juan, un busto esculpido en bronce saluda al empadronado en Valencia y también al visitante. … Lleva tanto tiempo allí anclada que la figura tiende a pasar desapercibida, a pesar de los innegables méritos que reúne quien fue así inmortalizado: se trata de Francisco Mora, saguntino de 1875, autor en efecto de este majestuoso edificio que fue desde luego mercado y hoy mantiene ese espíritu compartido con su oferta gastronómica, que le ha dado fama reciente. No siempre fue así: para los valencianos que nos precedieron por estas calles, este céntrico enclave fue pulmón decisivo de la vida comercial, igual que otras obras del arquitecto fallecido en 1961 contribuyeron a crear la Valencia moderna. Y también dejó para la posteridad otra obra, más intangible pero de alta importancia: su condición de redactor del plan de Ensanche que prefiguró su presente fisonomía.

Esta faceta de su proteica personalidad es menos conocida entre el gran público. Para el valenciano medio, Mora siempre será el artífice del Mercado que preside su escultura, el mago que puso en pie el magnífico Palacio de las Exposiciones o el incansable y talentoso profesional que legó para la eternidad una rica serie de edificios domésticos enclavados en el corazón de la ciudad: los más deslumbrantes ocupan un ancho espacio en la exposición que el Ayuntamiento dedica a su vida y obra, donde se subraya esa otra veta de su personalidad menos divulgada. Mora, como arquitecto del Ensanche, fue capaz de enhebrar una propuesta de desarrollo urbano de enorme éxito y prolongada vigencia. Puede sostenerse que lo mejor de la ciudad, su capacidad para inventarse casi de cero esa Valencia del cuarto de hora que hoy defiende el moderno urbanismo, nació de su tablero: natural que la exposición, que puede visitarse hasta el 30 de abril, dedique una de sus salas a resaltar esa vertiente del Mora menos arquitecto, más urbanista, en el supuesto de que ambas ocupaciones no responden a la misma inquietud profesional.

Más bien ocurre lo contrario. Quien recorra la sala anidada en las entrañas del edificio consistorial, cuya fachada por cierto también nació de su mano, observará que el título de la exposición (‘La València de Francisco Mora. Arquitecto y urbanista. 1875-1961’) no es casualidad. Entre las piezas seleccionadas por los comisarios de la muestra, Enrique Martínez Díaz y David Sánchez Muñoz, partiendo de la idea original de Carmen Tarín, conviven las destinadas a resaltar esos proyectos que Mora ideó para honrar lo mejor de la arquitectura con su condición de teórico de la modernidad urbanística, que supo llevar a la práctica: corría el año de 1906 cuando recibió el encargo de dotar a Valencia de un planteamiento superior que organizase el entonces más contenido término municipal, partiendo del plan general hasta entonces vigente. Así nació el llamado Ensanche de Mora, en atención a su autor, que propuso una renovada secuencia urbana, más racional, alineada con los preceptos de moda (el ejemplo más recurrente es el plan que promovió Cerdá para Barcelona) y respetuosa con un espíritu más civilizado en la conquista del nuevo espacio que se integraba en el corazón de Valencia.

Imagen principal - Tributo a Francisco Mora, inventor del Ensanche de Valencia

Imagen secundaria 1 - Tributo a Francisco Mora, inventor del Ensanche de Valencia

Imagen secundaria 2 - Tributo a Francisco Mora, inventor del Ensanche de Valencia

Es el caso de la proyectada y fallida prolongación de la avenida Blasco Ibáñez, aquella nonata Valencia al mar, que ve la luz por entonces y de otros proyectos que llevan su firma y destacan en la exposición, que ha contado por cierto con la colaboración de fondos procedentes de distintas instituciones: el Archivo Histórico Municipal, la Hemeroteca Municipal, la Escuela Técnica Superior de Arquitectura, el Colegio Territorial de Arquitectos de València, el Museo de Bellas Artes de Valencia, la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos. También incluye las aportaciones de la Concejalía de Urbanismo y de particulares; entre ellos, la familia de Francisco Mora, responsable de la custodia y de la divulgación de su obra, incluyendo su descendiente, el también arquitecto Francisco Chapa Mora.

En su condición de urbanista promovió la conquista racional de nuevas parcelas para la expansión de la ciudad

Otra de las piezas más llamativas que preside la almendra central de la muestra corresponde a una cesión de la empresa Aumsa y es con seguridad la favorita de los visitantes: la espectacular maqueta del Mercado Colón, que impresiona tanto visto en este tamaño a escala como cuando se recorre su primorosa estampa. Justo al lado, un cartel informa de esta otra contribución de Mora a la Valencia moderna: el Mora urbanista que dignificó las condiciones de vida de sus contemporáneos mediante una serie de ideas que todavía ayudan a mejorar la convivencia. Una primorosa imagen de esa ciudad que imaginaba saluda al visitante para plantear que, como Mora sostenía, otro urbanismo (y otra ciudad) es posible: un delicado bulevar ajardinado por donde discurren los tranvías según un orden cartesiano de enorme majestuosidad, presente también en los edificios por donde transcurre su itinerario. Una ciudad real que parecía soñada.

De aquella Valencia que pensó Mora queda el recuerdo de las manzanas de edificios donde se vertebra la convivencia de acuerdo con códigos que situaron a la ciudad en la estirpe de las grandes capitales europeas. Buena parte de sus conquistas se ha ido deteriorando con el paso del tiempo pero quien todavía camine hoy por esas calles más patricias, la Valencia del Ensanche, notará a poco afinada que tenga la sensibilidad que igual que su autor fue capaz de levantar piezas tan monumentales y hermosas como la finca que hace esquina entre las calles La Paz y Comedias, con su esbelto remate que aún nos conmueve, de su cabeza salió igualmente este planteamiento de índole más genérica que nos sigue conduciendo hacia lo mejor de Valencia. La exposición habla en uno de sus paneles de atributos tales como «buen gusto, elegancia y modernidad». Son tres conceptos que desde luego brillan en el conjunto de la obra de Mora, cuya imagen espera al final del recorrido: un caballero enfundado en una severa vestimenta que casa mal con el carácter apacible y familiar que recuerdan de él sus descendientes. El arquitecto feliz de confesar durante toda su vida que eligió esa profesión «porque no sabía hacer otra cosa», para dicha de Valencia.