Una pared medianera -mitgera en catalán- es el muro lateral de un edificio que lo separa de la propiedad contigua. Los vecinos no acostumbran a pensar en él salvo que quieran aprovecharlo por algún motivo. Si alguien planea hacer una obra que la afecte puede modificarla en proporción al derecho que tenga sobre la pared, con el consentimiento del vecino y, lógicamente, sin impedir su uso. El Código Civil dedica unos cuantos artículos a regular su aprovechamiento y en caso de conflicto más de una aseguradora aconseja acudir a un mediador para solventarlo. Estas superficies divisorias no están pensadas para ser visibles, pero muchas, y por muchas circunstancias, quedan desnudas, expuestas y… son feas, agreden al paisaje urbano. En Barcelona hay casi seis mil paredes medianeras a la vista de las que, según la Fundació Mies van der Rohe, 348 son permanentes y tienen más de 100 metros cuadrados. Es decir, que nunca habrá un nuevo edificio que acabe ocultándolas. Para mejorar el espacio público de la ciudad, el Ayuntamiento tiene un programa para transformarlas.

Hace 25 años que se puso en marcha el Pla de Remodelació de Mitgeres de Barcelona para ir eliminando estas discontinuidades urbanas. Una política de subvenciones con la aportación económica de los vecinos. Y es en este contexto que en el 2024 el Ayuntamiento y la Fundació convocaron un concurso internacional de arquitectos jóvenes, nacidos a partir de enero de 1989, para intervenir en diez paredes divisorias, de las que han quedado a la vista. Una en cada uno de los distritos de la ciudad. Será una más de las celebraciones pensadas para el 2026, cuando Barcelona sea la Capital Mundial de la Arquitectura.

Al jurado del concurso le llegaron 439 propuestas de 51 países. No es un concurso con un gran botín. Según sus bases, el primer premio estaba dotado con 3.000 euros y la consultoría de seguimiento de la obra con otros tres mil. Eso sí, los autores del proyecto ganador estarán invitados a la jornada inaugural de la obra. Estos días, hasta el 14 de diciembre, en lo que fue el muelle de carga y descarga del edificio de la editorial Gustavo Gili, un almacén diáfano, una serie de paneles muestran los proyectos ganadores. También está abierta en el web de Barcelona 2026 una completa exposición virtual con las 343 propuestas revisadas por el jurado. Se trata de algo más que una maniobra de camuflaje con murales, grafitis o trampantojos, como el espléndido que hay en la plaza Pablo Neruda. Balcons de Barcelona, así se llama, fue inaugurado en 1992 y simula una fachada en cuyos balcones imaginarios habitan 26 personajes de la historia de la ciudad.

La teoría de todo eso la expone con sencillez María Buhigas, la arquitecta jefe del Ayuntamiento: “es un gesto arquitectónico pequeño que supone una transformación muy grande”. En el vídeo de la exposición considera que todo ello será un legado de la capitalidad del 2026. El día que fui, el estudiante de Arquitectura encargado de atender a los visitantes, Daniel Fernández, me defendió la idea del concurso con convicción y amabilidad. No se trataba únicamente de un reto estético, también suponía una mejora de las viviendas. “Gana la ciudad y ganan los vecinos”. Unos vecinos que no están apartados de las decisiones. Sobre el proyecto ganador tienen una serie de facultades. Por ejemplo, explica, pueden negarse a que en su piso se abra una de las ventanas proyectadas y que debería costear. Eso explica que a pesar de que en el plano de la propuesta ganadora figuren ocho, el proyecto definitivo tenga tres menos.

El hecho de que se conviertan en fachadas, no únicamente se pinten, supone mejoras de muchos tipos. Por ejemplo, si engrosa la pared mejora la inercia térmica dificultando el tránsito del calor y del frío lo que supone un menor gasto en calefacción o aire acondicionado. “El uso de vegetación es un elemento climático pasivo importante”. Y ante una fachada donde se han incorporado nidos para los pájaros, comenta Fernández con humor, podrás llegar a pensarte que estás en la Cerdanya. La inclusión de nidos era opcional en las bases.

Los edificios donde se intervendrá está en la plaza Martina Castells; el jardín de la carretera Antiga Horta, el de Marià Manent y el de Caterina Albert; las placetas de Charlot y Grau así como en las calles Quetzal 5-7, avenida de Madrid 161, Moratín 6 y Espronceda 321f. Sus diez antipáticos muros se convertirán en verdaderas fachadas que dialogan con el paisaje que les rodea y mejoran la ventilación de las viviendas. Según la personalidad de cada proyecto, hay distintos tipos de aperturas, terrazas, corredores, jardinería vertical y algunos aprovechan las placas solares no pensando únicamente en el ahorro energético. Son una guarnición estética, bien visible.