Qué manía tenemos con desestructurar las cositas, ¿eh? Primero fue la tortilla de patatas y ahora son las franjas azulgranas en vertical de la cuarta equipación del Barça. Os juro que yo en las franjas en vertical desestructuradas sólo veo eso, franjas en vertical desestructuradas … , pero la empresa que fabrica las camisetas para el club que pagó durante 17 años 8’4 millones de euros al vicepresidente de los árbitros en activo insiste en que veamos en ellas los goles de un 0-3 de hace veinte años en el Bernabéu. Os juro que es más difícil interpretar esas rayas que la partida de ajedrez que juegan entre la muerte y un caballero medieval en ‘El séptimo sello’ de Ingmar Bergman.
Lo que yo creo es que las camisetas con franjas en vertical desestructuradas que la empresa que las hace le ha vendido a Laporta que son un homenaje a un 0-3 de hace veinte años encierran un poema, uno de amor. Aquel tan bonito de Lope: «Huir el rostro al claro desengaño, beber veneno por licor suave, olvidar el provecho, amar el daño…». En ‘El secreto de sus ojos’, Pablo Sandoval le decía a Benjamín Espósito: «El tipo puede cambiar de todo, de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios, pero hay una cosa que no puede cambiar: no puede cambiar de pasión». La pasión del payaso Lluís Raluy eran las matemáticas, al emperador Hirohito le chiflaba la oceanografía, Hedy Lamarr inventó un sistema secreto de transmisiones de radio para submarinos y lo que de verdad, de verdad, de verdad apasiona a los culés es el Real Madrid, no pueden vivir sin él.
Esa cuarta equipación es por lo tanto un homenaje que encierra la pasión culé por el mejor club deportivo de la historia. Desde aquel 19 de noviembre de 2005 el Barça ha ganado cuatro Champions pero ninguna de ellas vale en realidad tanto como ganar en el campo del Madrid, que es El Dorado. Me imagino al presidente culé mirando absorto su nueva cuarta equipación, dándose paseos arriba y abajo con las manos atrás, como quien se sitúa por primera vez delante de Ritmo de otoño de Pollock. El hombre que cuadruplicó la facturación de la empresa de Negreira busca en vano en la pintura salpicada de la nueva camiseta ese homenaje a Ronaldinho. Simplemente no lo hay, no existe. Sin él pretenderlo, de un modo inconsciente, Laporta está declarándose a su papá deportivo. Y paro ya de escribir porque al final estoy viendo que me voy a emocionar.