- Rompen una roca en Sudáfrica y encuentran un ‘tesoro’ biológico de hace 126.000 años
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La identificación de señales químicas antiguas en rocas con más de 3.300 millones de años ha modificado de forma notable la cronología de la vida en la Tierra. Un equipo internacional de investigadores ha demostrado que la actividad biológica es mucho más antigua de lo que se creía, gracias a un análisis exhaustivo que adelanta casi 800 millones de años los primeros indicios conocidos.
La investigación, liderada por la Carnegie Institution for Science, ha empleado técnicas químicas avanzadas junto a modelos de inteligencia artificial capaces de reconocer patrones moleculares extremadamente sutiles. Estas herramientas han permitido detectar lo que los expertos describen como susurros químicos, fragmentos que permanecen en las rocas pese a los intensos procesos geológicos sufridos durante miles de millones de años.
Evidencias químicas ocultas
Los investigadores analizaron más de 400 muestras que abarcan restos vegetales y meteoritos, entre otros elementos. Este conjunto permitió entrenar un sistema informático destinado a diferenciar materia orgánica y material no biológico con una fiabilidad superior al 90%. La precisión alcanzada supone un avance significativo para el estudio de la vida temprana.
Entre las contribuciones más destacadas se encuentran los fósiles de algas primigenias procedentes del territorio del Yukón en Canadá, aportados por la profesora Katie Maloney de la Michigan State University. Estos organismos figuran entre las primeras algas documentadas y resultan fundamentales para reconstruir la evolución de las formas complejas de vida.
Un salto temporal sin precedentes
El estudio, publicado en PNAS, demuestra la presencia de señales compatibles con fotosíntesis oxigénica en rocas de al menos 2.500 millones de años. Esta cifra duplica la ventana temporal en la que los científicos podían identificar biofirmas químicas fiables, hasta ahora limitada a materiales con una antigüedad inferior a 1.700 millones de años.
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R. Badillo
El geobiólogo Robert Hazen, coautor del trabajo, subraya la trascendencia del hallazgo al afirmar: “La vida antigua no solo deja fósiles; deja ecos químicos. Gracias al aprendizaje automático, podemos interpretarlos con fiabilidad por primera vez”. Una declaración que refleja el impacto de esta tecnología en el estudio del origen de la biosfera.
La combinación de química de alta resolución e inteligencia artificial abre una vía de investigación relevante para la búsqueda de vida fuera de la Tierra. Según la profesora Maloney, “esta técnica nos permite leer el registro fósil profundo desde una perspectiva completamente nueva”, lo que podría aplicarse a muestras procedentes de Marte en futuras misiones espaciales.