El vínculo que Vicenç (Tete) Montoliu tuvo con su ciudad, Barcelona, fue inquebrantable. Nacido en 1933, en sus 64 años de vida no pudo estar mucho tiempo lejos de su gente, su cultura o su lengua. Tampoco del fútbol, férreo seguidor del Barça, aunque su relación más duradera fue con el jazz. «El lenguaje que más entiendo y el que me gusta a mí es el lenguaje jazzístico porque, para mí, la música del jazz es un lenguaje», relataba Tete ante las cámaras.

Imprescindibles recupera el documental Tete, tocar lo invisible, dirigido por Anna Solana y Jero Rodríguez, donde se repasan los comienzos de su carrera musical, pero también sus últimos días. En poco más de una hora se intercalan intervenciones y grabaciones de aquellos años con testimonios actuales de familiares, productores, músicos e historiadores. En el metraje se recuperan también algunas de sus canciones como Jo vull que m’acariciïs, interpretada por el pianista Marco Mezquida y uno de los pocos temas propios que a Tete le gustaba tocar.

Cartel del documental de Imprescindibles ‘Tete, tocar lo invisible’. IMPRESCINDIBLES (RTVE)

Su música le permitió cruzar el charco

«Yo, si hubiera podido, hubiese sido futbolista. De músico, nada«, confesó Tete. En realidad no tuvo escapatoria: un padre música y una madre regente de una discoteca le acercaron a la música sinfónica y al jazz, su principal motor. «Una vez vieron que mi padre había nacido ciego, cayó como una bomba», explica su única hija, Núria. No obstante, eso no lo frenó y gracias a su madre entró en el Conservatorio Municipal de Barcelona, donde conoció a Petri Palou, su verdadera maestra.

«La vida de Tete Montoliu es compleja», sostiene el historiador de jazz Ot Ordeig, que ha reconstruido su vida con alguna que otra dificultad. A su primera mujer, Pilar Morales, la conoció cuando abandonó Cuba. Cantante de boleros, salió de su país con una compañía artística que pretendía hacer una gira por toda Europa. «Se enamoró de la voz de mi madre y ella se enamoró de mi padre, y aquí estoy yo», explica Núria. No obstante, su madre dejó su carrera y Tete pudo dedicarse a la suya; ella nunca más volvió a cantar.

Imagen recuperada del encuentro de Tete Montoliu y Lionel Hampton. IMPRESCINDIBLES (RTVE)

Artistas internacionales como Lionel Hanton o Don Byas fueron puntos de inflexión en su carrera, como explica Jordi Suñol, productor de jazz. Con ellos interpretó varios temas, aunque su momento más grande, tal y como explicó él mismo, llegó el 7 de abril de 1967, con su debut en el Village Gate de Nueva York. Su paso por Dinamarca también se recoge en Tete, tocar lo invisible, donde se dio cuenta de sus «carencias» y de que «tenía que pelearlo para estar ahí», como recuerda el pianista Ignasi Terraza.

Lugares míticos mantienen aún su impronta

Su calle de siempre, Muntaner, le inspiró para componer ‘Muntaner 83A’. Allí está instalada una placa, por donde pasean su hija y su nieto Jordi. Este último padece la enfermedad de Norrie, un trastorno genético que pasa de abuelos a nietos. Como Tete, nació invidente y progresivamente ha sufrido pérdida auditiva. Eso no les impidió rodearse de grandes artistas. Joan Manuel Serrat, por ejemplo, colaboró con Tete en varias ocasiones.

Montoliu se dejó caer en multitud de locales. Uno de ellos fue L’Eixample, regentado por Lola Gutiérrez y donde Tete conoció a la cantante Mayte Martín. En cuanto se encontraron, tuvieron claro que juntos deberían interpretar boleros. «Hemos encontrado en el bolero el lenguaje musical con el que expresarnos y comunicarnos cuando hacemos música juntos». No obstante, el Festival Internacional de Blues en Cerdanyola del Vallès (Barcelona) estuvo a punto de separarlos. Tete, que en los últimos años comenzó a beber más, se mostró errático y puso en peligro su actuación. «Por mis cojones que a mí no me tumba este tío ni me tumba nadie», recordó Martín, y el pianista se disculpó por su comportamiento.

Otro lugar emblemático fue Jazz Cava, un local ubicado en Terrassa (Barcelona) y que era sinónimo de hablar de Tete, como recalcaba el contrabajista Horacio Fumero. Pese a su «relación de amor absoluto» con Cataluña y sus clubs, como comentaba Serrat, le dolía mucho no ser reconocido como él quería en su tierra. Cuenta, no obstante, que donde tuvo un mayor recibimiento fue en Madrid. «Tiene el mejor público del mundo», dijo Tete. En el año 1994, durante un mes se ofreció a tocar en el Café Central de la capital, como recuerda Gerardo Pérez, socio fundador.

Mensaje en el local ‘Jazz Cava’ de Terrassa (Barcelona). IMPRESCINDIBLES (RTVE)

«Es importante entender su música entendiéndolo a él»

«Tenía un sentido del humor, y una manera muy bonita y muy inteligente de reírse de sí mismo», recuerda Mayte Martín. «Él decía que era negro«. Su humor también era muy negro y su carácter no siempre fue fácil. «Es importante entender su música entendiéndolo a él», sostiene el historiador Ot Ordeig. «Tete, por ejemplo, era como Jekyll y Mr. Hyde: hacía las cosas más maravillosas y las cosas a veces, bueno, que eran un poco ruines. En su música también expresa eso».

Tras su muerte, Montserrat García-Albea, su viuda, buscó la forma de rendirle homenaje. «Intenté reunir lo que había en casa relativo a la profesión de Tete y ver qué se podría hacer y dónde, y eso me llevó tres años», menciona. Sin embargo, al intentar hacerlo, muchas instituciones cerraron sus puertas, como corrobora Núria Montoliu. La ONCE sí le cedió un espacio, un «rincón de sus cosas», donde se pueden ver cuadros, premios o multitud de discos. Pese a todo, «el legado de Tete Montoliu ha sido poner a Barcelona en el mundo del jazz«, resume Ot Ordeig.