A partir del libro autobiográfico de la profesora y académica iraní Azar Nafisi, residente en EEUU desde 1997, donde cuenta sus experiencias como docente cuando volvió a Teherán después de la revolución de 1979, sufriendo la falta de libertad de Jomeini y sus normas restrictivas impuestas a las mujeres, decepcionada se vio obligada a dejar la universidad aunque no el debate con sus alumnas a nivel particular en casa, recibiéndolas para comentar literatura inglesa, concretamente los libros prohibidos por el régimen; pues como digo, a partir de este texto, el cineasta israelí Eran Riklis -recordado por producciones como Los limoneros (2008)- ha construido un filme con muy buenas intenciones, donde la solidaridad entre mujeres se presenta como algo fundamental. Anteponer los valores a la vocación docente, he ahí la cuestión.

La cinta está compartimentada en diferentes capítulos titulados como las grandes obras que elige la protagonista para sus clases privadas, y así además de la novela de Nabokov que da título a la película, otras como El gran Gatsby -que inaugura el filme-, Daisy Miller u Orgullo y prejuicio nombran cada uno de los actos. El amor a la literatura por parte de la profesora que encarna Golshifteh Farahani (actriz iraní nacionalizada francesa, con más de veinte títulos en su filmografía, habiendo trabajado a las órdenes de grandes directores como Asghar Farhadi en A propósito de Ellis, Ridley Scott en Red de mentiras o Jim Jarmusch en Paterson, entre otros muchos) y, sobre todo, su sororidad hacia esas mujeres machacadas por el machismo imperante que buscarán refugio en las reuniones clandestinas que organiza en su casa, con el correspondiente peligro que suponen. Educación y política. Crear un marco donde el pensamiento crítico sea la base que otorgue un arma fundamental para enfrentarse a las injusticias y las atrocidades de la sociedad en que habitan estas mujeres, las mejores alumnas de su promoción.

Y no sólo encontraremos guiños literarios en forma de homenajes, también hay numerosos detalles hacia lo cinematográfico, esa proyección de Sacrificio, de Andréi Tarkovski. Por supuesto, habiendo pasado por la censura.