Fue en 1985 cuando una desconocida Marta Sánchez (Madrid, 1966) se incorporó a Olé Olé e hizo que esa banda se consolidara como una de las de mayor éxito comercial del pop español de la segunda mitad de los 80 y primeros 90. Ella se convirtió en un icono casi enseguida y fue determinante para el crecimiento de esa formación, que pronto pasó a ser, oficiosamente, «el grupo de acompañamiento de Marta Sánchez». Después, tras choques internos por desavenencias creativas, decidió iniciar una carrera en solitario que la terminó de encumbrar, y hasta hoy. Para celebrarlo acaba de publicar el disco doble «40 años. 1985-2025».
Son cuatro décadas subida al andamio de la música, ¿el éxito temprano le obligó a madurar antes que al resto de su entorno? «No, no maduré por el éxito –responde convencida–. Creo que maduré más tarde de lo que debía porque era todavía muy ingenua, muy confiada, muy infantil, muy naíf. Como profesional sí maduré, pero como persona tardé un poquito más, y fue a base de algunas desilusiones, de la realidad y la dureza de la vida en general. Maduré, por ejemplo, mucho más tarde que mi hija. Pero me gusta que fuese así, porque eso también es una señal de sensibilidad y de humanidad».
¿Se llegó a plantear la dificultad que suponía sustituir a Vicky Larraz, también una gran vocalista? «No, no, estaba muy segura de mí y tenía otras cosas que ofrecer, que eran muy diferentes a las que ofreció ella, porque éramos distintas ya de por sí y nuestra propuesta artística tenía diferentes colores. Yo tenía muy afincado en mí el que iba a cumplir un sueño. Entonces, como buena Tauro, me lo propuse desde que empecé con Olé Olé y lo sacrifiqué todo porque así fuera». Estamos hablando de los años 80, que es posiblemente la década, desde la Guerra Civil, más divertida y efervescente que se ha vivido en España, ¿cómo la recuerda ella, tuvo tiempo de pasarlo bien? «Muy poco –contesta mientras ríe–, porque me tenían trabajando todo el día. Me lo pasé mejor en los 90. Esos cinco años de los 80 fueron meteóricos para mí; date cuenta de que tenía una media de cien conciertos al año y entre esos meses que había de promoción y de viajes a Latinoamérica, que hicimos muchos, yo no tenía tiempo para nada. Luego ya, cuando empecé sola, sí tenía más huecos».
«Al dejar Olé Olé me liberé de una dictadura que era bastante evidente. No me apetecía que me siguiesen imponiendo la música»
¿Fue una liberación ese tránsito, el pasar del grupo a lanzarse en solitario? «De alguna manera sí –afirma–, porque al dejar Olé Olé me liberé de una dictadura que era bastante evidente. Me refiero a la hora de decidir canciones, de hacer un planteamiento de lo que era la música. Me dejaban decidir en otras cosas, en cómo iba a ser el escenario o cómo íbamos a vestir, o aportar ideas para un videoclip. Pero, musicalmente, había dos integrantes, que eran los hermanos Montesano, que tenían muy claro que ellos eran los que escribían». ¿Fue ese el motivo que la animó a dejar el grupo? «Bueno, ellos tenían muy buenas canciones pero había otras que no eran de mi agrado. Entonces, como las imponían, pues no me apetecía que me siguiesen imponiendo la música».
Símbolo sexual
Durante muchos años, Marta fue un símbolo sexual; uno de los más potentes de los 90. ¿Dejar de serlo, no tener esa presión de los medios de comunicación, le supuso un alivio? «Es que el paso del tiempo es el que marca los años que te van a poner una etiqueta semejante –razona–, porque es absurdo pensar que sigues siendo un “sex symbol” a partir de una edad. En muchos momentos me estorbaba ese título para que se fijasen en el lado artístico, en mi talento como cantante y como escritora, como compositora». No obstante, ella potenció también su físico y explotó la imagen de una Marilyn a la española, y es obvio que de haber sido menos agraciada su carrera no habría tenido la importancia que tuvo. Su belleza, en fin, coadyuvó a su éxito: «Claro, y en el de Madonna, Beyoncé, Taylor Swift o Shakira, de todas las que son guapas –replica–. Lo que pasa es que aquí, en España, parece que es un pecado ser guapa y cantar bien. Ese binomio, esa ecuación, no es admisible. Yo creo que, en la música, en muchos casos acompaña la belleza al talento. Yo veo ahora las imágenes de aquella época y digo “qué guapa era y no me daba cuenta…”. Tampoco es que fuese un bellezón, lo que pasa es que tenía mucho carisma».
«Veo ahora las imágenes de aquella época y digo “qué guapa era y no me daba cuenta”. Tenía mucho carisma»
Más allá de las etiquetas, Marta sigue siendo una mujer atractiva: «Sí –sonríe–, me cuido mucho y me gusta. Soy presumida y sacrifico mucho tiempo en cuidarme. Y creo que lo voy a seguir haciendo siempre porque me gusta sentirme bien físicamente. Hago ejercicio y demás, pero también cuido mucho mis cuerdas vocales. No sé cuánto tiempo estaré en la música, pero lo importante es mi voz». Hubo un momento muy loco en la carrera de Olé Olé, cuando animaron a las tropas españolas en la Guerra del Golfo (actuaron en la fragata española “Numancia”, fondeada en el puerto de Abu Dabi, Emiratos Árabes Unidos, un par de meses antes de que estallara la guerra), lo cual causó un enorme ruido mediático: «Sí, y eso no se os olvida a ningún periodista… –desliza sin perder la sonrisa–. Para el productor, Jorge Álvarez, que era el que decidía, fue un bombón, un caramelo en la puerta de un colegio. Ya entonces estábamos muy alto en Latinoamérica, pero nacionalmente era una bomba y no había por qué decir que no. Porque nosotros no teníamos nada que ver con que hubiera un conflicto bélico, solamente fuimos a amenizar las Navidades a unos muchachos que ni siquiera eran hombres, que eran niños. Se le ocurrió al Ministerio de Defensa, al ministro de aquel momento, Narcís Serra, nos lo propuso y fuimos».
Fue una labor social, le digo: «Hicimos un acto patriótico –amplía ella–, y a cambio de cero pesetas, que es todavía más admirable». Quien bucea a través de 40 años no puede evitar reflexionar sobre el camino andado. ¿Hay algo de lo que se arrepienta?, ¿las cuentas salen a favor?, ¿no hay números rojos? «No, no hay números rojos. Pero ni emocional ni económicamente. Nunca he hecho daño a nadie, en toda mi vida. Al revés, he sido súper generosa y lo sigo siendo. Y también con mis compañeros: cuando me han pedido favores o duetos he estado ahí, y no puedo decir lo mismo de algunos compañeros –deja caer sin dejar de sonreír–. No me arrepiento de nada, simplemente de no relajarme un poco más, de no saber delegar, de ser muy metódica y muy controladora. Pero este disco me ha abierto un poco los ojos y me ha ayudado un poquito a saber quién soy como artista, y a ser consciente de hasta dónde he llegado, y estoy muy orgullosa», concluye.
«He sido supergenerosa y lo sigo siendo. Cuando me han pedido favores o duetos he estado ahí, y no puedo decir lo mismo de algunos compañeros»
Marta
Por Javier Menéndez Flores
A Marta, 19 deliciosos años, se le cruzó un velero y nada más embarcar lo convirtió en un transatlántico. Es lo que tiene rumiar sueños imposibles, que a veces se ponen traviesos y les da por cumplirse. Corría entonces la espuma alegre de los ochenta y, aunque la heroína ya había desguazado el ímpetu de unos miles de muchachos y muchachas que creyeron que volar era gratis, la noche parecía no tener fin. Pero aquella rubia total estaba en exceso atareada con el acoso de los flashes y el trajín de una agenda sin domingos ni fiestas de guardar como para pensar en divertirse más allá de escenarios, estudios de grabación y platós, y no le quedó otra que dejar galopar a los unicornios ante sí como quien contempla el verano a través de unas rejas.
La juerga la visitó ya en los noventa, cuando al mirarse en el espejo volvía a enfrentarse a la chica confusa y sensible a la que robaba plano el estruendo del «símbolo sexual»: dos palabras indivisibles que siempre, maldita sea, se le atoraban en algún lugar de la lengua y el corazón. Aquellos eran los días felices en que todas las adolescentes querían ser ella para que los chicos nunca se fijasen en otras, mientras en la mira telescópica de los hombres maduros se mostraba como esa gacela perfecta que hace salivar al cazador. Estoy hablando de una de esas bellezas que te revientan el estómago con su talle de mezzosoprano lírica y esa voz voluptuosa que hería de placer los ojos.
Se puede bailar sin salir de casa, claro que sí, y llenarse enteramente la boca con un trozo de deseo en alemán, pongamos que hablo de Lili Marleen. Y que los caballeros las prefieren rubias no es una opinión, es un axioma. Marta, tan supernatural, soportaba día y noche una nube de paparazzis a su alrededor, un turbión de insaciables moscas cojoneras, pero a cambio tenía cuatro millones de hombres dispuestos a dar la vida por ella, y eso bien merecía un doble olé. Jorge Álvarez, aquel cerebro en la sombra venido del Cono Sur, demostró ser un magnífico estratega y ella, la más dotada aprendiz de estrella.
Cada vez que la Marta adolescente cogía en San Antonio de la Florida el 75 o el 41, era como si se echara al mar con lo puesto pero convencidísima de que iba a encontrar una isla desierta. El ansia de salir del barrio y ser mayor, de hacerse con todas aquellas maravillas que exhibían sus tías pudientes, le quemaba tan fuerte entre las sienes que a veces se mareaba. Eso fue antes de soñar despierta que las luces de neón le llegarían a abrasar la piel y de que en un paraíso llamado Galerías Preciados se perdiese entre vinilos que parecían contener todas las respuestas. Pero si de mirar por el retrovisor se trata, la imagen que se impone a todas las demás es la de un hombre bueno que trabajaba de siete de la mañana a ocho de la tarde para pagarles el mejor colegio a ella y a Paz. Y basta con volver a él, a ellos, para sentir un nudo en la garganta y no poder detener las lágrimas. ¿Y por qué iba a hacerlo? Marta Hernández y Chiquinquirá Figueroa saben bien de lo que hablo.
Da igual dónde se encuentre: si suena «Bohemian rhapsody» o «My way» –en la voz de Frank Sinatra, por supuesto–, o esa brutalidad que es «Entre dos tierras», Marta nota una caricia en el lugar en el que cobran vida las emociones. Y sonríe al comprender que ella no habría podido ser algo distinto a cantante.