Llegó a Mallorca con 13 años, a probarse unos días en la Academia de Rafa Nadal. Le gustó el ambiente y los entrenamientos. Pero por problemas burocráticos no se asentó como alumna destacada en esta escuela de élite hasta 2023. En su currículo, los … títulos júnior del Abierto de Australia y de Roland Garros en 2023, y la Copa de Maestras y número 1, con 15 años. Con 18, Alina Korneeva (Moscú, 2007) sigue en la escalera hacia las nubes, aprende a cada paso, de la mano de Anabel Medina y Joan Carles Alcalá, y con un Nadal atento a sus circunstancias, tanto de lo que supone gestionar la paciencia ante una lesión, o varias, y la recuperación posterior, como de lo que supone manejar un éxito que augura otros más grandes.
Ha ido tomándole el pulso al circuito WTA en estas dos últimas temporadas. En 2024 ganó su primer partido en el cuadro final de un Grand Slam, en Australia, y alcanzó el puesto 128, el más alto hasta ahora. En este 2025, otro nivel de progresión.
A principios de octubre, un trofeo más para su vitrina y su construcción como jugadora, en Bratislava. Una recta final que le ha hizo sumar quince victorias en dieciséis partidos. Un subidón de energía para comenzar 2026 con otros objetivos. «Tiene mucha ambición personal, ella quiere ser muy buena. Para la edad que tiene, es una jugadora muy madura y muy profesional. La disciplina y la rutina las tiene», subraya Anabel Medina.
Compartió pupitre con Mirra Andreeva, otro talento precoz ya entre la élite, a quien ganó en la final de Australia; comparte ahora pistas con Alexandra Eala, también en proceso de asentamiento en el circuito de las mayores, pero Korneeva no quiere darse prisa, ni compararse con otras. Porque la rusa ha transitado desde bien joven en ese caminar espinoso de querer y no poder, de asumir parones obligatorios por culpa de las lesiones.
«Es una niña de 17 años, pero parece que tenga 25; es muy alta, está muy desarrollada, pero por dentro todavía sigue siendo una niña, con unas condiciones muy buenas, pero todavía por hacer», explica Medina. De ahí que sea hasta cierto punto «lógico» que haya desajustes entre la exigencia de la pista y del cuerpo.
A principios de año, la muñeca derecha le dio muchos problemas, tantos como para alejarse de las pistas en febrero y pasar por el quirófano en abril: había que reparar unos tendones inestables todavía en construcción. «Estar casi dos años parada le va a ayudar mucho en el futuro a nivel mental, Pero para ella ha sido un proceso difícil. Y para nosotros, intentándole explicar que la carrera de un tenista es muy larga, que va a tener mucho tiempo», incide Medina sobre este proceso de crecer en la camilla.
El empujón anímico llegó con una visita de Nadal, que inmortalizó en sus redes y que explica así: «Me preguntaba cómo iba todo, y lo entendía todo. Sentía que tuviera tanta mala suerte, y me decía: ‘sí, sé que es decepcionante estar así cada día, pero esto es el tenis y tenemos que pasarlo’».
Para la propia tenista este crecer sin raqueta también vino bien: «Creo que maduré, me dio mucha fuerza y trabajé mucho la paciencia; a veces me dejaba llevar por las emociones. Empecé a entender mejor los valores del tenis, de la vida», asegura a este diario. A partir de los parones, un avance medido, controlado y vivido conscientemente. «Pensaba mucho en los objetivos que tenía para cuando tuviera 25, pero ahora entiendo que tengo que estar más en el presente: no en el pasado, no en el futuro».
Exprimida cada jornada de siete meses de baja, una vuelta estupenda al circuito en septiembre, dando rienda suelta a su talento: ganó su primer partido, en el WTA 250 de Monastir, y una semana después, levantó el título del W100 Caldas da Rainha. En octubre, el W75 de Bratislava, con subida hasta la plaza 215. Y a partir de aquí, lo que quiera.