En Kigali, Tadej Pogačar no solo ganó su segundo Mundial: confirmó que vive en una dimensión propia.

Su ataque a más de cien kilómetros de meta fue una sentencia anticipada.

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Lo hizo con esa naturalidad que desarma, como quien asume que la carrera ya le pertenece.

Pogačar no gana únicamente por fuerza: impone un modo de correr, un ritmo que obliga a los demás a aceptar su dictado.

Su arcoíris es  consecuencia de una tenacidad feroz y de una lectura del terreno que parece instintiva.

El trazado africano, quebrado, exigente y despiadado, era un escenario a su medida.

Frente a él, Remco Evenepoel vivió una jornada tan cruel como admirable.

Llegaba con la ambición legítima de buscar el doblete tras su exhibición en la crono, pero la mala fortuna se ensañó con él: un bache le desajustó el sillín, los calambres aparecieron y el rosario de cambios de bici terminó por romperle el plan.

Aun así, tiró de orgullo.

Aceleró cuando pudo, persiguió con rabia y mantuvo viva una lucha que, solo por resistencia moral, ya merecía medalla.

La plata fue un premio y un recordatorio de lo que podría haber ocurrido en igualdad de condiciones.

En medio del caos, Isaac del Toro emergió como una de los grandes condicionantes.

Cuando Pogačar tensó por primera vez, fue de los pocos capaces de aguantarle la rueda.

El mexicano vació, sin complejos, hasta que el cuerpo dijo basta.

El séptimo puesto que firmó, a sus años y ante semejante monstruo competitivo, es coherente con el año que ha llevado a cabo, pero a nadie se le escapa que su presencia en cabeza dio alas incluso al propio Pogačar.

Y lo hizo en detrimento de Juan Ayuso, quien estuvo  en el corte decisivo, pero ese repecho traicionero le dejó fuera por apenas unos segundos que luego fue imposible suturar.

Conoció el fuego que desata el que es ya su excompañero.

Reconoció la frustración con sinceridad: el Mundial se le escapó en un instante.

Aun así, su actuación confirmó deja buen sabor de boca.

El Mundial de Kigali dejó una historia completa: poder absoluto, mala suerte, irrupciones ilusionantes y ambiciones que no se apagan.

Pogačar volvió a escribir la gran crónica del día, mientras los demás, desde Remco hasta Del Toro y Ayuso, añadieron humanidad, épica y emoción a una jornada que lo tuvo todo… salvo suspense sobre quién sería el dueño final del primer mundial africano de la historia.