Que Chris Paul es uno de los mejores bases de la historia es un hecho difícilmente discutible. El legendario base, que ha vivido y ha visto de todo, amasa un currículum que muchos querrían para sí: Rookie del Año en 2006, Mejor Quinteto de Rookies, 12 veces All Star, 11 presencias en los Mejores Quintetos (cuatro en el primero), nueve en los Mejores Quintetos Defensivos (siete en el primero), MVP del All Star Game en 2013, cinco veces líder en asistencias de la NBA, seis veces líder en robos, dos oros olímpicos, el numero 3 retirado en Wake Forest y elegido uno de los 75 mejores jugadores de la historia. Su único pero, que comparte con otros legendarios baloncestistas, es el de no tener un anillo, una maldición acompañada del recuerdo del 2-0 que los Suns tenían en las Finales de 2021 y que fue transformado por un 4-2 por los Bucks de Giannis Antetokounmpo. Nada más.
Esto último también le convierte en uno de los mejores jugadores de la historia sin anillo, un dudoso honor en una lista que incluye, entre otros, a históricos como John Stockton, Karl Malone o Charles Barkley. Y también con algún jugador más contemporáneo como James Harden o Russell Westbrook. Y aunque ensombrezca ligeramente su legado, no quita que estamos hablando de un base inequívocamente talentoso, que se fundamenta en argumentos academicistas en lo referente a su posición, pero que la ha llevado más allá: siempre manteniendo el poder de las manos y la visión de juego, sus porcentajes de lanzamiento han muy buenos, con un 47% en tiros de campo y un 37% en triples, grandes datos para la altura (1,83) y el rango de lanzamiento que maneja.
Pero nada de eso parece justificar el bochornoso final al que se está enfrentando el base. Que dejó muy buenas sensaciones en los Spurs la pasada temporada, haciendo de mentor de Victor Wembanyama y disputando los 82 partidos por segunda vez en su carrera, todos ellos de titular. Ahora, es una sombra de lo que en su día fue: se quiso marchar a los Clippers para honrar la etapa de la Lob City, que fue la suya. Pero el equipo, inmerso en el escándalo extradeportivo que involucra de forma directa a Kawhi Leonard y Steve Ballmer, se ha convertido en los últimos tiempos en una máquina de coleccionar viejas glorias curtidas en mil batallas (por ahí han pasado Paul George y Russell Westbrook y siguen James Harden o el propio Kawhi) que llevan mucho tiempo sin ser trascendentes a pesar de amasar estadística de cuando en cuando.
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En medio de todo ese meollo, Chris Paul está cuajando unos números absolutamente bochornosos en su 21ª y ya anunciada última temporada como profesional: 2,5 puntos, 1,9 rebotes y 3,8 asistencias en 13 minutos por noche, disputando 12 partidos de los 17 que lleva su equipo. Y todo con un 28,2% en tiros de campo y menos del 28% en triples. Es más, se tiró sin jugar justo 5 partidos consecutivos por elección de su entrenador, Tyronn Lue, que ha debido de pensar que igual el base está mejor sentado. Un triste final, si todo sigue así, para un jugador único, irrepetible y legendario, que pasará a la historia como uno de los mejores en su posición y que se retirará con 40 años y 21 de NBA a sus espaldas. Un adiós que roza el más absoluto bochorno si tenemos en cuenta que el base lo fue todo en esa Lob City en la que permitió que Blake Griffin o DeAndre Jordan rozaran los cielos antes de caer en el infierno. Uno del que no parece salir un jugador que ha sido una estrella durante mucho tiempo. Pero que constata una verdad como un templo: que todo se acaba. Y, a veces, de la peor forma posible.
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