El 25 de noviembre quedó marcado para siempre como una jornada de luto en el fútbol. Un día que une, de manera tan simbólica como dolorosa, las muertes de tres talentos irrepetibles: Diego Armando Maradona, José Cano ‘Canito’ y George Best. Tres vidas de fútbol desbordado, tres personalidades extremas, tres finales tristes. Tres historias muy distintas que confluyen, caprichosamente, en el mismo punto del calendario.
Cinco años después de la muerte de Maradona, la herida sigue abierta. Aquel 25 de noviembre de 2020, a primera hora de la tarde en Madrid, la redacción de MARCA se sacudió con la primicia que llegaba desde Argentina. El ‘Diez’ fallecía a los 60 años con un diagnóstico oficial –edema agudo de pulmón e insuficiencia cardíaca– que nunca logró apagar las dudas ni el debate. Alrededor de Diego, incluso muerto, siguieron las peleas: juicios cruzados por su marca, frentes familiares irreconciliables y un proceso penal pendiente contra los médicos que lo trataron en sus últimos días.
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Pese a ese ruido, la figura de Maradona continúa intacta allá donde vivió y sintió el fútbol: en Nápoles, en Boca, en Argentinos o en cada rincón del planeta donde un niño controla un balón por primera vez. Descansa junto a sus padres, custodiado por una lápida modesta que deben poner y quitar para evitar los intentos de robo. Nadie podrá llevarse lo que Diego dejó grabado para siempre.
Mucho antes, otro 25 de noviembre, el de 2005, el fútbol lloró a George Best, leyenda del Manchester United y talento tan extraordinario como autodestructivo. Murió a los 59 años tras semanas de agonía, víctima final de una vida marcada por el alcohol. Su fútbol eléctrico, sus 180 goles con el United y aquella Copa de Europa del 68 contrastan con un ocaso errante en equipos de medio mundo. Fue un genio que nunca logró escapar de sí mismo.
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Ese mismo destino de excesos arrastró también a Canito, muerto otro 25N, el del año 2000. Brilló como líbero en el Espanyol, fichó por el Barça como una de las grandes apuestas de su tiempo y terminó cediendo ante una vida impulsiva, generosa y descontrolada que lo condujo a la ruina y a las adicciones. Murió en brazos de su hermana, lejos de los focos que alguna vez lo iluminaron.
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Tres futbolistas únicos, tres trayectorias opuestas, tres finales que golpearon al mundo. El destino quiso que los tres se fueran un 25 de noviembre, un día que el fútbol jamás podrá mirar sin una punzada de tristeza.