Iñaki Antón, cofundador de Platero y Tú y cerebro musical de Extremoduro, es muy probablemente uno de los músicos españoles más influyentes y determinantes. Bastante recuperado ya de un Covid persistente que lo tuvo alejado de los escenarios, el primer disco de su nuevo proyecto … musical, ‘Rebrote’, verá la luz en enero. Pero no podemos esperar hasta entonces, somos ansia viva, para hablar con él de pecados y pecadillos.
—Le perdono un pecado.
—Hostias, perdónamelos todos.
—¿Me ha salido pecador?
—Bueno, es que hay algunos que no deberían ser pecado, lo que debería ser pecado es no cometerlos. La lujuria, por ejemplo. Oye, quien no lo tenga que se joda, pero que nos deje en paz a los demás.
—Y la gula.
—Es que, si la gula es el consumo excesivo de comida y bebida, habría que ver quién determina lo que es excesivo. Nada, fuera también. No es ni pecadillo.
—O la pereza.
—Oh, la pereza. ¡Qué gustito! Ese es mi pecado capital, sin duda. Antes te he dicho que me los perdonases todos, pero no, rectifico: perdóname solo la pereza. Porque lo estoy pensando mejor y yo no soy avaricioso, ni soberbio (espero). Y luego, de los demás, pues hombre, es que a ver quién se libra…
—Es que somos humanos, Iñaki. El que más y el que menos habrá cometido alguno en algún momento, ¿no? Aquello de que lance una piedra el que esté libre de pecado.
—Todos hemos caído alguna vez, claro. En algún momento de la vida, y más como tengas una vida un poco larga, que igual tampoco hace falta tenerla demasiado larga tampoco, hemos caído. Lo que pasa es que, los que queremos aprender, pues procuramos quitarnos alguno. Otros no, otros ni nos los quitamos ni nos los queremos quitar.
—Además, ustedes los artistas tienen una responsabilidad en esto. Sin lujuria, por ejemplo, no existirían algunas de las grandes obras literarias y musicales, no habría Rock & Roll.
—La lujuria es imprescindible. No digo que tengas que estar todo el día salido perdido, pero como la gula o la pereza, son pecados que hay que permitirse de vez en cuando.
—Hay pecados gozosos y pecados a evitar.
—Exacto. Nadie puede librarse pero lo suyo es aprender y tratar de mantenerlos a raya. A mí me gustaría decir que estoy libre de algunos de ellos, sobre todo de la avaricia o de la soberbia, que para mí son los peores, pero todos somos susceptibles de caer en ellos.
—¿La soberbia y la avaricia son los que más le cuesta perdonar?
—Sí, sobre todo la soberbia, fíjate. O la arrogancia, que tienen relación pero veo ahí, sin ser lingüista, un matiz. Pero sí, es el que más me cuesta perdonar porque creo que puede ser más dañino con los demás y es un pecado que, en este siglo, parece que abunda más. Y estoy un poco harto de arrogantes, de soberbios, de narcisistas y de este tipo de gente.
—¿Añadiría alguno, ya que nos ponemos?
—El chismorreo, yo lo diferenciaría de la opinión, que es otra cosa, y lo añadiría ahí, así por la cara. Opinar es lícito y constructivo, pero el chismorreo es dañino, tiene un componente de malicia gratuita.
—¿Algo más?
—¿La manipulación y el engaño vienen en la lista?
—No, no vienen.
—Pues me los pongan, oiga.
—Marchando.