Miguel Palencia (41) pasó en un suspiro de convivir con las mayores estrellas del Real Madrid a ganarse la vida por apenas 300 euros al mes como preparador físico. Él mismo lo resume sin rodeos. “Estuve más de un año hecho polvo”, cuenta en Los Fulanos.
Su historia arranca en Valdebebas. Era una de las joyas de La Fábrica, un lateral que llegó a entrenar y debutar con aquel primer equipo plagado de iconos mundiales. Vanderlei Luxemburgo le abrió la puerta del vestuario de los Galácticos: Ronaldo, Beckham, Figo, Roberto Carlos, Raúl, Casillas… nombres que marcaban una época. Palencia llegó a sentirse uno más en aquel ecosistema: compartir duchas, sentarse en el bus junto a Casillas, recibir un comentario de Raúl como si fuera algo cotidiano. Era su día a día con 20 años.
Su progresión era tan evidente que su nombre llegó a aparecer en portadas y se barajó incluso como pieza en la operación que llevó a Sergio Ramos al Real Madrid. Parecía que solo tenía que estirar el brazo para agarrar un futuro de élite.
Pero todo se torció cuando apareció un nombre clave en su biografía: Míchel González. Con su llegada al Castilla, Palencia esperaba asentarse definitivamente como relevo natural de Míchel Salgado. En cambio, perdió la titularidad y vio cómo Miguel Torres tomaba su sitio. Buscó respuestas y recibió una frase que se le clavó como un puñal:
—“Olvídate del Madrid. Aspira a un Betis, un Sevilla, la Selección… pero aquí ya no tienes sitio”.
Es muy difícil bajar de esa nube sin ayuda
Palencia
Tenía 21 años. Trece en la cantera madridista. Y escuchaba a uno de sus referentes cerrar la puerta que llevaba toda la vida empujando. Palencia reconoce que aquel comentario le destrozó. Al final de la temporada firmó su salida con una indemnización mínima, apenas 2.000 euros. Sentía que se quedaba sin futuro y sin identidad.
Probó fortuna fuera. Marchó a Bélgica, después descendió a Segunda B… y ahí terminó por romperse. El fútbol que había soñado era ofensivo, atrevido, libre. El que encontró era hostil, repleto de presión, gritos y desconfianza. Empezó a sentir rechazo hacia aquello que había vertebrado su vida desde niño. Con 27-28 años, dijo adiós.
Y llegó el golpe más duro. Apenas año y medio después de su debut con el Madrid, trabajaba como preparador físico de un equipo femenino de baloncesto en Coslada por 300 euros al mes. De salir en los periódicos nacionales a pelear por pagar las facturas. De entrenar con Zidane a preguntarse quién era sin un escudo en el pecho.
Mirando al futuro
—“Tuve un año y medio muy jodido. Se me vino todo encima. Pasé por momentos psicológicos duros. Es muy difícil bajar de esa nube sin ayuda”, recuerda. Habla sin rencor, pero no esconde que se sintió solo. Reconoce errores propios —“perdí el foco”— y también la crudeza de un fútbol donde sobran envidias y faltan manos tendidas.
Lo que le salvó fue estudiar INEF y reencontrarse con su pasión desde otro lugar. Descubrió que ayudar a otros deportistas le hacía feliz. De esos 300 euros iniciales pasó a fundar su propio centro de entrenamiento de alto rendimiento. Hoy trabaja con profesionales, vive de lo que le gusta y suma más de una década como analista en Real Madrid TV. En total, más de 25 años vinculado a un club al que nunca renunció, aunque el fútbol lo echara antes de tiempo.