
A Julia Roberts en After the Hunt tuvimos que ir a cazarla a otra ciudad ya que no había opción en VOSE en la mía, Málaga, y apenas un par en versión doblada. La falta de mayor distribución podría tener que ver con la polémica con la que se estrenó en Cannes y el hecho de que, en Rotten Tomatoes, ni público ni crítica lleguen al cuarenta. En España ha sido la película que por fin ha puesto de acuerdo, en su disgusto, a Boyero y a la gran mayoría de críticos de este país. Algo inaudito desde el 78.
Los disgustados se dividen, principalmente, en dos grupos: aquellos que la tachan de misógina, como María Guerra, y los que la critican por larga y pedante, ahí Boyero.
A los primeros les diría, con respecto a la ambigüedad de Guadagnino, que confunden fallo con propuesta; el gris es, de hecho, su gran apuesta, en guion y dirección. Nora Garrett, la guionista, escoge algo tan espinoso como la acusación de agresión sexual, por un lado, y la acusación de denuncia falsa, por otro, y lo sitúa en un ambiente sumamente jerarquizado, la universidad, para diseccionar sus dinámicas de poder. Una cuestión tan íntima y con tanta repercusión social se convierte en luz sobre las aristas, sociales y psicológicas, interpersonales, en el ámbito académico, «una estructura de poder muy codificada», en palabras de la autora, «un sistema de castas».
El visionado no es fácil, supone un esfuerzo cognitivo importante para el espectador, que nunca se siente en un lugar lo suficientemente seguro para juzgar a los personajes. Porque la película no se queda en si la agresión ocurrió de verdad o no, al contrario de lo que el título en España nos haría pensar. De hecho, uno de sus aspectos más potentes es cómo el conflicto desata la bajada a los infiernos de sus protagonistas, enriqueciendo enormemente sus retratos psicológicos. Para ello, director y guionista trabajan codo con codo y ofrecen, con honestidad y bastante coherencia, un filme arriesgado, con innumerables capas, en una aproximación fieramente humana a un tema delicado, complejo y doloroso.
A los que la tachan de pedante, como Boyero, les diré, primero, que el tipo de gente que aparece en la película, profes y alumnos de filosofía en una universidad Ivy League, suelen ser así de insufribles en la vida real. Segundo, que la abundancia de autores y conceptos filosóficos viene a mostrar la brecha entre la persona y el personaje (ejem), entre los valores morales en abstracto y el comportamiento real, esa moral performativa de la que iba la tesis de Ayo Edebiri en la película. Y última y más importante: que si todo esto te importa un carajo, no pasa nada; es solo una capa de la que podemos prescindir sin que afecte a la comprensión del resto.
Una cagada, por cierto, la traducción del título, que posiciona a la película cuando la propuesta es totalmente la opuesta, y que en realidad remite, como explica Garrett en la entrevista, a la cita de Otto von Bismarck: «La gente nunca miente tanto como después de una cacería, durante una guerra o antes de una elección». Pero claro, quien eligió el título probablemente solo leyó la sinopsis, y quizás la crítica de María Guerra.
Y ocurre lo esperado. After the Hunt pasa sin pena ni gloria, no tiene mucha repercusión en medios y apenas cuatro cines de España la proyectan después de solo un mes en cartelera. Cuenta de momento con poco más de mil votos en FilmAffinity.
Al otro lado del espectro se encuentra Frankenstein, de Guillermo del Toro, que un mes después de su estreno seguía en salas, a pesar de su moderada distribución inicial, ya que quince días después saldría en la plataforma Netflix. Los casi catorce mil votos en el momento de escribirse este artículo en FilmAffinity le dan una nota mayor que a After the Hunt (7 sobre 10 frente a 6 sobre 10), y las críticas son unánimemente positivas: delicada, tierna, suntuosa, monumental, conmovedora… Todos adjetivos tan ostentosos, recargados y excesivos como la película que, una vez desprovista de su abanico de efectos visuales y sonoros, es un truño como un camión.
Y lo digo con el dolor de una apasionada de la novela y de sus adaptaciones contemporáneas (la romántica coppoliana de Branagh, la desternillante de Mel Brooks, el insuperable Rocky Horror y todas sus variantes zombis, incluyendo la propuesta de Lanthimos con Emma Stone). La de 2025, de Guillermo del Toro, me parece la peor de todas, con diferencia.
Al contrario que el guion original de Garrett, esta producción se suma al fenómeno de adaptaciones, secuelas y recuelas sin aportar mucho de nuevo más allá de lo último en CGI, que en una tele puede funcionar pero que en pantalla grande se le ve la trampa y el cartón. Todo ello aumenta la sensación de artificiosidad de una película de ambientación hipergótica, hiperestimulante, con secuencias apabullantes que no sueltan al espectador del gaznate. Claro. Saben que, de perder su atención por un momento, la mano se le irá al móvil y ahí lo habrán perdido. Así que muestran y estimulan y subrayan, porque los grandes dilemas éticos de Shelley tienen que engancharte, así que estos se convierten en escenas de ambientación victoriana arrebatadora, pero inanes intelectualmente, pues dan la respuesta antes de siquiera formular completamente la pregunta. Víctor Frankenstein se convierte en un supervillano de arrogancia ilimitada sin que podamos conectar con su carisma, encarnación del espíritu científico de la Ilustración. Vemos las lágrimas de la Criatura, pero no llegamos a percibir el horror que podría llegar a ser la reproducción de su especie por la faz de la Tierra. La escena en la que le pide una compañera a su creador, una de las más conmovedoras de la historia (pues el ser podrá sentirse marginado por la totalidad del mundo pero necesita salirse de sí y encontrarse en la existencia de, al menos, un otro), se despacha con la misma diligencia que el resto de secuencias. Normal, en ese punto estamos ya exhaustos de rayos, lágrimas y nieve.
¿Podríamos ver esta película en formato mudo y enterarnos de la historia? Creo que, en su mayoría, sí, lo que demuestra que la palabra se ha convertido en otro elemento de atrezo decimonónico en esta adaptación. Los diálogos explicitan emociones que ya vemos en pantalla, sin sutilidad ni matices, en una propuesta que sobrecarga nuestro sistema límbico pero estimula muy poco nuestra razón.
Como decía David Foster Wallace en una entrevista de 2003, el placer derivado de leer libros o escuchar música que resultan difíciles es algo que ha de enseñarse, no viene por defecto, y, en una época en la que parece más importante cuántos libros y no qué libros hemos leído este año, propuestas como After the Hunt lo tienen muy chungo: que tengamos la paciencia para escuchar qué tiene que decirnos, que no se nos active el juicio ideológico como forma defensiva ante la falta de suelo firme. Explicaba Sergio del Molino, haciéndose eco del artículo de Namwali Serpell en The New Yorker, que vivimos en una epidemia de literalidad en el cine, con diálogos innecesarios, personajes explicitando lo que ya podemos ver nosotros, continuas obviedades: «el nuevo literalismo». Continuaba diciendo que «el miedo a ser malinterpretado produce tanta claridad que ahoga la idea misma de creación», alertando de que si la historia «no deja un resquicio para la duda, para los significados alternativos, para los finales abiertos o para el simple misterio, el acto de leer o de ver cine se convierte en una experiencia puramente pasiva que no inquieta ni transforma». Leer, ver una película, escuchar un disco… tendría que parecerse a transitar un bosque cuyo contenido desconocemos, que nos obligue a estar pendientes de por dónde pisamos y qué rama cortamos.
Y no, no se trata de que solo veamos pelis como After the Hunt y nunca Frankensteins marca Netflix, sino que recordemos que acostumbrarnos a caminar por senderos limpios y seguros con zapatos acolchaditos como los de Guillermo del Toro puede hacernos olvidar que tenemos pies, hechos para sentir y recopilar información con la que ir construyendo sentido e ir trazando nuestro propio camino. Recorrer siempre los mismos lugares y no quitarnos nunca los zapatos podría adormecerlos, luego entumecerlos, hasta que algún día ya no podamos sentir nada.
P. S.: Si queréis leer la entrevista mencionada a la guionista de After the Hunt, Nora Garrett, ahí va. Tiene cositas muy curiosas.
