Durante décadas, los astrónomos soñaron con encontrar un nuevo visitante interestelar. Un objeto que no hubiera nacido aquí, que cruzara nuestro barrio cósmico por pura coincidencia. Y, de pronto, 3I/ATLAS apareció. No venía a quedarse. No tenía órbita propia en torno al Sol. Solo atravesaba nuestro sistema como quien cruza una autopista sin frenar.
Ahora, los datos del Hubble y del James Webb confirman lo que se sospechaba desde sus primeras observaciones: su velocidad, 57 kilómetros por segundo, es demasiado alta como para que la gravedad solar pueda atraparlo. No gira. No regresa. No pertenece a esta familia de cometas ligados a la estrella que nos da vida.
Su trayectoria es hiperbólica. Y ese detalle lo cambia todo.
La firma de un objeto que no nació aquí
© NASA, ESA, David Jewitt (UCLA); Procesamiento de imágenes: Joseph DePasquale (STScI).
La mayoría de los cometas describen órbitas cerradas: elipses que se repiten, trayectorias que siempre vuelven al punto de partida. 3I/ATLAS no hace nada de eso. Su camino es abierto, una curva hiperbólica que solo se traza cuando un objeto llega con impulso suficiente para romper por completo el abrazo gravitatorio del Sol.
La NASA lo explica con claridad matemática: “Su órbita no sigue una trayectoria cerrada. Simplemente está pasando por nuestro sistema solar y continuará su viaje hacia el espacio interestelar, para nunca más ser visto.”
Un cometa así no es un residente. Es un transeúnte.
Lo mismo había ocurrido con 1I/ʻOumuamua en 2017 y con 2I/Borisov en 2019. 3I/ATLAS se convierte ahora en el tercer objeto confirmado que nos visita desde fuera, confirmando que el espacio interestelar —esa inmensidad silenciosa entre estrellas— no está tan vacío como parecía.
El “efecto resortera” que lo lanza de vuelta al abismo
¿Por qué se acelera tanto un objeto así? Porque el Sol, lejos de frenarlo, funciona como una catapulta gravitatoria.
A medida que 3I/ATLAS se aproxima, la gravedad solar lo atrae, aumentando su velocidad. Pero, en lugar de capturarlo, convierte esa aceleración en un impulso adicional que se suma a su velocidad inicial, empujándolo hacia adelante.
Es el mismo truco que las agencias espaciales usan para lanzar sondas más lejos sin gastar combustible. Con la diferencia de que aquí no hay planificación humana. Solo física pura en su mejor versión.
El resultado: un cometa que gana velocidad… y desaparece.
¿De dónde viene y qué pasará con él?
© International Gemini Observatory/NOIRLab/NSF/AURA/Shadow the Scientist.
La procedencia exacta de 3I/ATLAS sigue sin estar clara. El hecho de que viaje tan rápido y con un ángulo de entrada tan pronunciado sugiere que fue expulsado del sistema de otra estrella, quizás por una perturbación gravitatoria o incluso por un encuentro cercano con un planeta gigante hace millones de años.
Lo único seguro es su futuro inmediato: se alejará, seguirá perdiéndose en dirección al vacío entre estrellas, y no volverá jamás.
Para nosotros, esta visita es un vistazo fugaz a un fragmento de otro lugar del cosmos. Un recordatorio de que el espacio interestelar no es un vacío inmóvil, sino un océano en el que flotan historias ajenas, restos de sistemas lejanos que de vez en cuando cruzan el nuestro.
Una despedida que nos deja preguntas
3I/ATLAS ya está emprendiendo su retirada. No dejará huellas, no revelará su composición completa y no volverá a iluminar los telescopios de la Tierra. Pero su paso aporta una pieza más de un rompecabezas mayor: cómo se forman, viajan y sobreviven los objetos que vagan entre estrellas.
Tal vez, en unos años, aparezca un cuarto visitante. O tal vez pasen décadas.
Lo cierto es que cada uno de estos encuentros abre una ventana diminuta a mundos que nunca conoceremos. Y, por un instante, nos recuerda que formamos parte de un universo lleno de viajeros que no necesitan pasaporte, solo velocidad suficiente para huir de cualquier estrella.