Son muchas las referencias cinematográficas utilizadas para describir el caso de Simón Pérez y su pareja, Silvia Charro. El show de Truman de las drogas. La versión más oscura y perversa de Black Mirror. El Réquiem por un sueño español. Hay quien incluso ha tirado de Gabriel García Márquez para bautizarlo, con sorna, como Crónica de una muerte anunciada.
No obstante, la peligrosa espiral de autodestrucción en la que se han sumido estos dos ex gurús de las hipotecas escapa de cualquier ficción o chascarrillo. Seguidores, familiares y amigos temen seriamente por la vida de Simón Pérez. Los últimos vídeos publicados en sus cuentas de Rumble y Klick, cerradas desde este mismo mes de agosto, muestran a un hombre visiblemente desmejorado, incoherente, que balbucea cosas sin sentido.
Durante sus directos se droga. Se humilla a cambio de dinero. Algunas veces ofrece consejos sobre inversiones, su gran especialidad del pasado, o criptomonedas; otras, simplemente, se queda dormido frente a la cámara, exhausto, completamente ido por el efecto de la ketamina, la cocaína y la marihuana, babeando sobre su propio pecho.
Simón Pérez y Silvia Charro en el vídeo viral en el que hablan de hipotecas bajo el efecto de las drogas.
Un juguete roto por las drogas
La historia de Simón Pérez es la de un hombre devastado por el infierno de las adicciones a cuyo lento suicidio el mundo asiste de forma impasible. Hasta 2017 había sido un exitoso asesor financiero que, según pregonaba en tertulias y entrevistas, se embolsaba entre 5.000 y 7.000 euros mensuales.
Era director académico y profesor en la Escuela Internacional de Administración y Finanzas (EIAF) y colaborador en tertulias de medios de comunicación, desde TVE hasta Intereconomía. Hasta publicó un libro sobre finanzas, Defiende tu dinero. Junto a su novia, Silvia Charro, que colaboraba en Engel & Völkers, creó una asesoría inmobiliaria.
Simón Pérez en una tertulia de TVE.
Todo parecía ir viento en popa. Sin embargo, en diciembre de 2017 su vida se torció de forma tan inesperada como brutal. Ambos volvían de una comida en la que habían consumido demasiadas drogas. Eran las cinco de la tarde, y decidieron, a pesar de todo, ir a grabar un segmento sobre hipotecas a tipo fijo para el medio Periodista Digital.
El vídeo fue su condena. En él, ambos mostraban un discurso incoherente marcado por las miradas perdidas, las respiraciones entrecortadas, los gestos completamente fuera de control, los movimientos erráticos. El colocón era evidente. Aunque sus consejos financieros, a la postre, acabaron siendo certeros, el espectáculo fue tan dantesco que ambos fueron crucificados.
El vídeo, claro está, se hizo viral. Lo vieron más de 5,4 millones de personas. Ambos se convirtieron en un meme. El linchamiento fue tan masivo, tan hiriente, que hasta los persiguieron por la calle para grabarlos y burlarse de ellos. Los bautizaron como los hipotecos. Tuvieron que mudarse a Galicia para huir de la exposición mediática y salvarse de aquella humillación.
Lo siguiente fue la ruina económica. Ambos perdieron todos sus trabajos y colaboraciones en medios de comunicación. Su credibilidad quebró tan rápido como su empresa de asesoría financiera. Sus familias y amigos, avergonzados, no los querían cerca; ellos mismos cuentan que muchos les dieron la espalda. Recluidos, convertidos en parias, utilizaron la adicción a las drogas como su única válvula de escape.
Comenzó así una vorágine de autodestrucción sin límites. Para ganar algo de dinero fácil, decidieron, en 2018, abrir un canal de YouTube llamado SS Conexion. Al principio era un espacio para hacer vídeos tratando temas de actualidad económica, finanzas, inversiones y denuncias de criptoestafas o fraudes en redes.
Pero todo degeneró rápidamente.
Ante la imposibilidad de encontrar un trabajo tradicional, Pérez y Charro comenzaron a realizar retos virales a cambio de donaciones económicas. Incluso si estos challenges conllevaban algún tipo de humillación. Pérez se tatuó el logo de Forocoches en el hombro por 200 €. Silvia hizo lo propio en las nalgas. Él también se tatuó el de YouTube, el del Banco Central Europeo y la bandera de Tabarnia. Hasta se rapó la cabeza en directo por 100 € e invitó al actor de cine para adultos Jordi ENP a su programa para ganar unos cuantos clicks.
«A mí, mientras me paguen, que me usen como un clínex«, llegó a confesar Pérez en una entrevista con una de esas risas nerviosas que muestran más de lo que ocultan. «Yo sé que nos hemos convertido en memes vivientes. A mí me da exactamente igual […] Dejaría que me dieran por culo en directo a cambio de dinero. Somos la representación del fin del capitalismo«. La ida de olla era tan grande que, en su universo, cualquier cosa era posible.
Simón Pérez y Silvia Charro con Jordi ENP en 2018.
En 2019 trataron de desintoxicarse y volver a los negocios. Su reinvención pasó por crear una empresa, Green Capital. Su objetivo era plantar más de 20.000 plantas de cannabis legal con THC destinado a la industria medicinal y farmacéutica. Como el negocio no prosperó en España, se lo llevaron a Macedonia del Norte. Sorprendentemente, reunieron, según explicaron en sus directos, casi 1 millón de euros que, a la postre, desaparecieron.
«Nosotros mismos no concebíamos la posibilidad de volver al mundo profesional de la economía, nos creíamos payasos de Internet y que ese iba a ser nuestro nuevo rol permanente. Lo enfocamos en ese plan y era algo muy autodestructivo. Estábamos intoxicados de Internet», confesó Pérez en una entrevista con EL ESPAÑOL en 2019, dejando entrever su predisposición al cambio.
El negocio de Macedonia, sin embargo, fue un fracaso. Fueron acusados de estafa piramidal. Ellos lo negaron. «Fue una mala gestión, pero nunca quise engañar«, dijo él.
Se volvieron a arruinar. Ahora no sólo no tenían dinero, sino que estaban en el foco de la justicia. Esta nueva aventura fracasada marcó el punto final de cualquier esperanza de reintegración profesional y acentuó su aislamiento social.
Era el cóctel perfecto para que todo se les fuera de las manos.
Primero fueron los directos de Twitch, ya que YouTube les cerró la cuenta. Después se pasaron a Kick y Rumble, donde se centraron en realizar retos degradantes a cambio de dinero. Es decir, comenzaron a monetizar su sufrimiento. A él se lo vio reventando su televisión vestido de Pikachu. Tirando impresoras por el balcón a cambio de dinero. Restregándose comida podrida por el cuerpo. Hasta, cuentan, llegó a beberse su propia orina y rociarse con su vómito.
Simón Pérez consumiendo drogas durante uno de sus directos.
Todo ello, ante los ojos de una comunidad tan necesitada de emociones fuertes como él. El voyeurismo cruel de unos retroalimentó la enfermedad del otro, hasta el punto de llevarle a cometer actos cada vez más denigrantes. Alentado por sus followers, y refrendado por plataformas que promocionan abiertamente este tipo de contenidos, un día amenazó con pegar a Silvia Charro. «¡Métele una hostia a tu churri!», le reclamaban.
«Que pares ya, Silvia. ¡No has hecho una mierda! Desde ayer a las 12:00 no estás haciendo una puta mierda. Te pasaste cinco horas fuera de casa. ¡Qué mierda es eso de que haces lo que puedes! ¡Puta mentirosa! ¡Vaga! ¡Mantenida de mierda!». Mientras él chillaba, ella sollozaba: «Ahora es la hora de pegarme. Ahora me vas a pegar, ¿no?». Todo fue retransmitido.
Ficción y realidad comenzaron a distorsionarse. ¿Era un juego? ¿Formaba parte del espectáculo enfermizo? ¿Estaba siendo ella víctima de violencia de género? ¿Quién era culpable de llegar a tal extremo, él o los otros?
En los últimos meses, el deterioro físico y mental de Simón Pérez ha sido extremo: ha desarrollado tics y dificultades para hablar, ha empezado a mostrar síntomas de paranoia y ansiedad grave. En uno de sus últimos vídeos se le vio visiblemente drogado, con los ojos en blanco, balbuceando sin que se le pudiera entender, gimiendo, desesperado, ante la falta de aire.
Simón Pérez en algunos de sus últimos directos.
«Los cocainómanos de verdad son los que tomamos todos los días. Soy el campeón. El más famoso y el que más coca se mete en España. Si alguien tiene un mejor candidato, que me diga. Coto Matamoros y Belén Esteban ya no se meten. Como ‘basuquero’, soy el rey», se le llegó a entender mientras arrastraba las palabras.
En los últimos meses hablaba abiertamente de sus adicciones. Asegura que son los jueves a las 10:00 cuando recibe la transferencia de la plataforma Kick y que puede llegar a gastarse entre 100 € y 300 € en cocaína. También que pide taxistas para que lo lleven a la Cañada Real a pillar.
Comentarios de los seguidores de Simón Pérez en uno de sus directos.
Entonces, en julio, hace sólo un mes, llegó una pequeña brisa de esperanza. Él no apareció en su directo diario. En sustitución salió ella, Silvia Charro, mirando a cámara, extremadamente delgada, asegurando que él había decidido curarse. Había entrado en una clínica psiquiátrica. Estaba en proceso de recuperación.
«Debido a lo acontecido estas últimas semanas, Simón ha decidido ingresarse voluntariamente en una clínica para estar encerrado con personas del sector sanitario que van a estar atendiéndole. Va a estar controlado, tomando la medicación, durmiendo y comiendo las horas que necesita, para ver si puede tener una vida normal. Si no puede, ingresará en un centro de desintoxicación».
Ante los antecedentes de la pareja, era difícil saber si era verdad o mentira.
Tras unos días, Simón Pérez volvió a los live. Dijo que Silvia se separaba de él. Que ya no le quería. «Es una complicación sin sentido. Voy to ciego de pastillas. Llevo 3 o 4 horas delirando en la cama. Porque Rusia, porque los altavoces… nada tiene sentido. No entendía nada […] Silvia se ha pirado sin decirme nada. Sin mirar hacia atrás […] Si no está Silvia, el canal va de esto, de meterme hasta que me cierren el canal o hasta que me muera«.
El último de sus vídeos fue un directo en su cuenta de Rumble, suspendida minutos después. Se emitió el 4 de agosto, al mediodía. EL ESPAÑOL accedió a la sala para comprobar el deterioro cognitivo del Maestro o Sensei, que es como sus seguidores, con sorna, se refieren al otrora asesor financiero.
«¡Maestro! Eres un auténtico deshecho«, le dice uno. «Maestro, métete un pepino pequeño y así aligeras. A mí me funciona y cago al instante. O la manguera de la ducha», sugiere otro. «De la barriga estás mal siempre, pero para fumar estás bueno y tomarte Monster». «Vocaliza, gordo». «Estás perdiendo la capacidad de vocalizar». «Vete a descansar ya, Simón».
Pantallazo del directo del 4 de agosto en Rumble.
Mientras, él suplicaba que le hiciesen alguna donación. «Necesito 60 € para ir al psicólogo esta tarde«. De nuevo, las burlas crueles: «¡Sabemos que te los vas a fundir en perico!».
El linchamiento a Pérez recuerda a la escena de El Hombre Elefante de David Lynch, en el que el deforme John Merrick es mostrado al público como una atracción de feria. Él sufre en silencio las burlas y el acoso de una sociedad cruel, insensible, que encuentra en el sufrimiento ajeno una válvula de escape de la miseria moral propia.
Existe un término psicológico en alemán que describe este fenómeno: schadenfreude. Evoca la satisfacción o alivio que uno experimenta ante la desgracia ajena. En el ámbito de la psicología, está relacionada con la comparación social y la autoafirmación: al ver a otro sufrir, la persona siente que su propia situación es mejor en comparación, lo que alivia sus propios temores, inseguridades o frustraciones.