La trascendencia de lo frondoso del bosque, como refugio y como libertad, han brotado en las paredes de la planta baja del Palacio de Velarde en forma de nueva colección de pinturas del gijonés Alberto Ámez. El museo de Bellas Artes presento ayer «In Arcadia», última gran muestra del año de un artista asturiano en un 2025 en el que, como señaló el director general de Cultura Pablo León, la presencia de los de aquí ha sido muy notable. La de Ámez, comisariada por Juan Llano, consta de 52 cuadros, la mayoría de ellos inéditos, recién salidos del taller. Son escenas de campo pobladas de las características ánimas del artista, ninfas, dioses o ángeles, llenas de resonancias a la historia del arte, imbuidas de una gran espiritualidad y con un sobrecogedor trabajo en la composición de sus cielos y sus montes, una amalgama de verdes y azules tormentosos que atraviesa el alma del espectador.De parecidas sensaciones habló Llano Borbolla, comisario de «In Arcadia», un título que no hace tanto referencia al mito del lugar bucólico como a esa otra idea del bosque como refugio, cobijo necesario ante las dificultades de los tiempos. Llano lo relaciona con el «Denkraum», el «espacio para pensar» del que hablaba el filósofo Aby Warburg y también con los «claros del bosque» de María Zambrano, «el lugar al que llegar y meditar sobre uno mismo o encontrarte con tus propios fantasmas».Distribuido en dos salas y en el hall principal, las escenas de campo de Ámez transportan y elevan pero también inquietan o alertan. En una rápida visita guiada se pudieron apreciar los valles sembrados de minas, los paisajes que plasman de forma sutil, alegórica, el día después de la batalla. La guerra. También la muerte, la vergüenza, el suicidio, como en el que reinterpreta el mito de Ofelia. Ámez, poco dado a los largos discursos, agradeció el apoyo del Bellas Artes, mostró la satisfacción que le produce el arte pictórico y resumió que todos esos paisajes llenos de almas pequeñas son «una alegoría de nuestra vida». También, «una mezcla de ficción y realidad, de vigilia y sueño». En ese espacio donde quien manda es la «razón poética», dijo citando de nuevo a Zambrano, es donde Ámez encuentra «refugio y consuelo», pero también «esperanza».

Amez junto a una de sus obras. | IRMA COLLÍN
Los escenarios de «In Arcadia» son «eminentemente asturianos», en palabras de Juan Llano. Pero no remiten a un lugar concreto. El artista gijonés explica que compone esa frondosidad a partir de varias ideas. El recuerdo de un paisaje, una fotografía, la evocación de un día de senderismo. Distintas capas de la memoria que parecen haberse ido depositando en el lienzo hasta construir una idea más grande, mejor en su capacidad de tocar al espectador, del verde de Asturias.
Es en esos lugares donde el pintor introduce figuras y arquetipos clásicos de toda la historia del arte y de la literatura. Y por eso, subrayó el comisario, el Museo de Bellas Artes era «el lugar idóneo» para la exposición. Tan es así, que la propia exposición muestra algunas de las obras con las que dialogan estos cuadros. Sucede así con el mono que toca la guitarra para el asno en el grabado de Goya y en una representación del Paraíso.
Gabino Busto, conservador del museo, introdujo la presentación con una breve cita en la que apuntó tres ejes que pueden resumir la exposición: el ya citado diálogo con el arte, el enraizamiento en una Asturias mítica y la pintura como refugio cultural.
En la lectura atenta de algunos de estos cuadros se pueden descubrir figuras como una ninfa y un ángel simbolizando a Aristóteles y a Platón, lo terrenal y lo celestial; la imaginería de las hogueras como señales espirituales, la evocación de San Cristóbal cruzando el río convertido en una escena de guerra; la chica fugada de la fiesta, las luces de las romerías, o la impresionante paráfrasis de la «Melancolía» de Durero que nos muestra, como en casi todos los cuadros de Ámez y como resumió Juan Llano «que la pintura es un misterio».
La muestra de Alberto Ámez «In Arcadia» se podrá visitar hasta el 1 de marzo.
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