Hace unas semanas tuve la oportunidad de participar en las VI Jornadas de Accesibilidad Universal del Ayuntamiento de Madrid. Allí confirmé algo que llevo tiempo defendiendo, que la accesibilidad no es solo técnica, es emocional. No se trata únicamente de cumplir normativas, sino de garantizar que nadie se queda fuera de las emociones universales.
Porque las emociones deberían pertenecer a un territorio que todas las personas puedan sentir, sin limitaciones. Todos tenemos derecho a emocionarnos con una fotografía, una ecografía o una obra de arte. Sin embargo, cuando la accesibilidad falla, no solo se roba información, se roba experiencia. Se roba la posibilidad de sentir.
En mi trabajo, rodeada de personas diversas, he aprendido que la accesibilidad es una vivencia cotidiana. Es escuchar, observar y anticipar necesidades. Es humanizar cada mensaje y cada proyecto. Es cambiar la mirada para que todos podamos participar en igualdad. Y, en todo ello, la tecnología debe ser un puente, nunca una barrera.
Herramientas como las descripciones alternativas, los códigos Navilens o la impresión elevada transforman experiencias. Un ejemplo claro fue el que, para mí, continúa siendo uno de los proyectos más queridos para la agencia: la exposición World Unseen. Colaboramos con Canon España para su organización. En ella, las fotografías podían tocarse gracias a una tecnología pionera.
Allí conocí la historia de Karen, una mujer ciega que, durante su embarazo, pudo “ver” por primera vez la ecografía de su hija gracias a una imagen en relieve. Al escuchar su testimonio, ella comentaba que “sintió que también estaba viendo” a su bebé. Esa frase me atravesó. Nunca había pensado antes que las madres ciegas, todavía hoy, no pueden ver a sus hijos hasta que nacen. Y ese pensamiento me hizo comprender que la accesibilidad no es un añadido, es la llave que abre la puerta a emociones que deberían ser para todos.
La accesibilidad no es un añadido, es la llave que abre la puerta a emociones que deberían ser para todos
Por eso insisto, no se trata solo de adaptar contenidos, sino de garantizar que nadie quede fuera de la experiencia completa. Porque cuando diseñamos sin pensar en la diversidad, no solo excluimos, también negamos emociones. Garantizar accesibilidad es un compromiso ético y social. Es entender que la comunicación inclusiva construye sociedades más humanas. Pero también es creatividad, innovación y responsabilidad compartida. No basta con cumplir la ley, hay que ir más allá, imaginar y diseñar nuevas formas de hacer las cosas.
Hoy, más que nunca, necesitamos que empresas, instituciones y creadores se pregunten: ¿cómo puedo hacer que mi mensaje llegue a todos? ¿Cómo puedo emocionar sin excluir? La respuesta está en la accesibilidad. Porque cuando una madre ciega toca la ecografía de su bebé y siente que también lo está viendo o cuando una persona con discapacidad visual severa puede llegar a tocar un monumento o un cuadro en una foto por primera vez, entendemos que no hablamos solo de tecnología, hablamos de algo más. Y esa es la verdadera revolución.