León XIV ha reservado sus últimas horas en Turquía al «Papa» y al «vaticano de los ortodoxos». Igual que él es el sucesor del apóstol san Pedro, el Patriarca ecuménico de Constantinopla es el sucesor de su hermano, el apóstol san Andrés. Su antigua «basílica … de San Pedro» era la imponente Santa Sofía, pero desde hace siglos, debe conformarse con la pequeña iglesia de San Jorge, construida por ley sin cúpulas, en el Fanar, el barrio griego de Estambul.

Históricamente, la progresiva rivalidad entre Roma y Constantinopla se convirtió en una bola de nieve que fue aumentando a través de los siglos hasta que en 1054 los cristianos se dividieron entre los católicos, apelativo que evocaba la «jurisdicción universal» del obispo de Roma, y los ortodoxos, que alzaban la bandera de la defensa de la «correcta doctrina». La gota que colmó el vaso fue la negativa del patriarca Miguel Cerulario a recibir a los tres emisarios del Papa. Finalmente, el emisario del Pontífice, el cardenal Umberto de Silva Candida dejó en el altar de Santa Sofía la excomunión del Patriarca, quien respondió a su vez excomulgando a los enviados del Pontífice.

Tras haber evitado el contacto durante nueve siglos, durante el Concilio Vaticano II, decidieron retirar las excomuniones recíprocas. Además, la Iglesia católica ya no nombra un patriarca de Constantinopla «latino» y desde entonces Papas y Patriarcas han hecho visitas recíprocas de gran cordialidad como la que hoy cumple León XIV. El último Pontífice que estuvo en el Fanar fue Francisco, en 2014, también un 30 de noviembre. Aquella mañana, tras la larga ceremonia, antes de concluir la divina liturgia, solicitó ante todos la bendición del Patriarca Bartolomé e inclinó la cabeza. Como respuesta, el Patriarca además de la bendición, le besó la frente.

Dos grandes cuestiones que separan ambas iglesias

León XIV ha presenciado gran parte de la larga Divina Liturgia en la iglesia patriarcal, sentado en un lugar preeminente. En la homilía de este domingo, el Patriarca le ha agradecido que esta visita «no puede considerarse mero protocolo, pues expresa de modo concreto el compromiso de buscar la unidad entre los cristianos y la sincera aspiración de restaurar la comunión eclesiástica completa». También ha mencionado en positivo las dos grandes cuestiones doctrinales que les separan. «Podemos rezar para que cuestiones como el ‘filioque’ (expresión teológica para explicar la naturaleza del Espíritu Santo) y la infalibilidad papal, que la Comisión mixta está estudiando, sean resueltas de modo que el modo de comprenderlas no sean obstáculos para la comunión de nuestras Iglesias».

«Su fe es la nuestra, «el Credo nos une en una comunión real y nos permite reconocernos como hermanos y hermanas», ha dicho León durante un discurso después de la ceremonia. Y ha confirmado que su prioridad como Papa es buscar «la plena comunión». «Ha habido muchos malentendidos e incluso conflictos entre cristianos de distintas Iglesias en el pasado, y aún sigue habiendo obstáculos que nos impiden estar en plena comunión, pero no debemos retroceder en el compromiso por la unidad y no podemos dejar de considerarnos hermanos y hermanas en Cristo y de amarnos como tales», ha añadido el Papa. Luego les ha planteado tres desafíos comunes en los que trabajar, la paz, «la amenazadora crisis ecológica» y promover «el uso de las nuevas tecnologías al servicio del desarrollo integral de las personas».

Bartolomé I, de 85 años, está a cargo de una comunidad de sólo 3.000 personas en Constantinopla, pero de él dependen unos 7 millones de ortodoxos en la diáspora y como Patriarca ecuménico tiene un «primado honorífico» entre todos los líderes de esta Iglesia, que gobiernan a unos 300.000.000 de cristianos. Sin embargo, la mitad de ellos dependen del Patriarcado de Moscú, que en 2018 rompió con él unilateralmente, pues Kirill no aceptó que hubiera concedido a los ortodoxos de Ucrania la independencia de su patriarcado.

Frente a la debilidad numérica, el actual patriarca es un ejemplo de «autoridad» moral. En lugar de encerrarse en la rabia por la huida de ortodoxos de su ciudad -hace 100 años allí había 130.000 y ahora menos de 3.000-, ha transformado esa debilidad en su principal fuerza para abanderar lejos de intereses geopolíticos grandes causas para la ortodoxia y los cristianos como el diálogo interreligioso, la unidad entre creyentes y la defensa del medioambiente. La República Turca se fía de esa lealtad y, por ejemplo, ha aceptado otorgar la nacionalidad turca a quienes compongan su sínodo. Es un salvavidas para esta Iglesia, pues para ser patriarca de Constantinopla es necesario ser turco. Y la falta de creyentes en este país llevó a temer la extinción de su cargo.