La nueva Comisión Europea cumple un año de legislatura en un entorno muy complejo, con una presidenta cansada a la que se le han agotado las ideas y el margen de maniobra

¿Qué es de Ursula von der Leyen? Nadie se hace esa pregunta en Bruselas, porque en el ecosistema tan particular de la capital comunitaria la presidenta de la Comisión Europea es omnipresente. Pero fuera de la llamada «burbuja europea«, la figura de la alemana se va apagando justo un año después de haber comenzado su segundo mandato al frente del Ejecutivo comunitario, que arrancó el 1 de diciembre de 2024. La que fue vista como la mujer más poderosa de Europa ahora ha pasado a una segunda fila, ¿qué está ocurriendo?

La razón que lo explica es el cambio fundamental en tres ámbitos distintos: el contexto global, la traducción del contexto global a una agenda política y legislativa comunitaria, y el contexto político doméstico. Estos tres factores marcan el declive del poder de Von der Leyen, al menos por el momento, sin ninguna perspectiva de que la situación cambie en el futuro cercano. La presidenta de la Comisión Europea podría haberse adaptado a la situación, pero es la combinación de los cambios en esos tres ámbitos al mismo tiempo lo que ha eliminado el margen de maniobra y tiene a la alemana políticamente noqueada.

El poder de las crisis

El mundo no ha cambiado radicalmente en el último año, pero sí se ha acelerado dramáticamente y se ha vuelto muchísimo más agresivo de lo que era en diciembre de 2024. Entonces faltaban menos de dos meses para que Donald Trump volviera a la Casa Blanca. Con él se ha regresado a la etapa de la proyección de poder completamente desnuda, desprovista de toda anestesia y formalidad. En un mundo mucho más crudo, Von der Leyen tiene muchísimas dificultades para moverse.

No es una líder carismática, tiene que tener muchísimo cuidado con los riesgos que asume porque tiene pocas competencias y los líderes europeos que permitieron que ocupara el enorme vacío de poder que se abrió a partir de 2020 ya no toleran que se adueñe de ese espacio.

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Curiosamente, Von der Leyen ha cimentado su poder gracias a las crisis. Primero la del coronavirus y también la de Ucrania. Pero lo hizo con una agenda legislativa que se aprovechaba de la inercia de la anterior legislatura. Los cimientos ya estaban puestos, el movimiento ya estaba en marcha. Cuando todo cambió en primavera de 2020 con el coronavirus, la hoja de ruta normativa ya estaba marcada, y la maquinaria de la Comisión trabajaba a fondo en completar el Pacto Verde. Eso le dejó las manos libres para dedicarse a otras cuestiones.

La crisis del coronavirus abrió una puerta a una situación en la que la Comisión Europea era indiscutiblemente útil: evitar la competencia entre Estados miembros para obtener las vacunas. La gestión de esa crisis, junto con el inicio del Fondo de Recuperación para la reactivación de la economía europea tras la pandemia, le reforzó. Creó un vínculo de estrecha confianza entre muchos líderes europeos y una presidenta de la Comisión que tenía claro que su poder debía ser instrumental para las capitales, y que creó una agenda política en la que los Gobiernos nacionales se sentían bastante cómodos.

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Eso pavimentó el camino a lo que vino después. El final de la etapa de Angela Merkel como canciller alemana se tradujo en un aumento de la autonomía de Von der Leyen, que siempre había sido ministra bajo la histórica canciller democristiana. Con un sucesor, Olaf Scholz, de un partido rival como los socialdemócratas (SPD), con Emmanuel Macron, presidente francés, frustrado por la política nacional gala, la figura de Von der Leyen fue ocupando cada vez más espacio. La crisis en Ucrania le permitió continuar en este proceso porque la administración de Joe Biden marcaba el ritmo y la dirección. Ella aprovechó las palancas que tenía para marcar agenda, forzando el debate sobre la ampliación del este, por ejemplo, pero siempre en un entorno muy controlado.

Y después, todo cambió

Hacia finales de su primer mandato la situación ya estaba cambiando. Von der Leyen se impuso por inercia, por falta de alternativas reales y porque su método, en gran medida, funcionaba. Es verdad que cada vez acaparaba más poder, pero también es verdad que no tiende a usar ese poder para oponerse a los Estados miembros, sino que es puramente instrumental. Pero hubo dos excepciones muy notables, las dos después de que los jefes de Estado y de Gobierno la hubieran nominado para un segundo mandato y el Parlamento Europeo la hubiera confirmado para el puesto.

El primero llegó en octubre de 2024, cuando impuso aranceles a los vehículos eléctricos chinos, en contra del criterio del Gobierno alemán de Scholz. La segunda notable excepción llegó cinco días después de comenzar la Comisión Von der Leyen 2.0, cuando la presidenta viajó a Uruguay y en pleno caos político en Francia cerró políticamente el acuerdo comercial UE-Mercosur, al que los franceses se oponían frontalmente. Berlín y París vieron a una Von der Leyen que les daba a cada uno donde más le dolía.

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Fueron los dos últimos grandes movimientos autónomos de Von der Leyen. Desde entonces han ocurrido varias cosas notables. La primera es el regreso de Trump a la Casa Blanca. La alemana no tiene la soltura o la capacidad de lidiar con un líder así, que funciona a golpe de mensaje en redes sociales, de forma aparentemente arbitraria e impredecible. Se mueve bien dentro del contexto de Bruselas, una ciudad en la que todo, incluso los ataques furibundos y las puñaladas por la espalda, se produce de manera protocolaria. Pero Trump es otra cosa diferente.

Sin embargo, no todo tiene que ver con su personalidad, porque no solamente ha cambiado el entorno global. Von der Leyen ha demostrado saber adaptarse en parte a ello. Los aranceles a los vehículos eléctricos chinos son una muestra de ello. Ha cambiado de manera crucial el tercer de los factores mencionados: el contexto doméstico. En mayo de 2025 Friedrich Merz, un rival de su antigua mentora Merkel, pero miembro de los democristianos alemanes (CDU), se convirtió en canciller en Berlín.

Desde entonces, la autonomía que Von der Leyen pareció obtener con el ocaso de Merkel aprovechando el vacío de poder general y especialmente en la capital alemana, parece haber desaparecido, incluso si su relación con Merz nunca ha sido buena. La negociación comercial con EEUU, que acabó en el acuerdo de Escocia y que marcó lo que se ha calificado en Bruselas como el «verano de la humillación«, tuvo como uno de sus objetivos principales proteger a la industria automovilística alemana. La Comisión se encargó de resaltar cómo el acuerdo protegía las exportaciones del sector, disimulando poco que se estaba pensando en Berlín.

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La influencia de Merz no se explica únicamente a través de la presidenta. Cuando Von der Leyen llegó a Bruselas, desconfiando absolutamente de cualquier persona que no fuera de su círculo cercano, la que hasta entonces fue ministra de Defensa de Alemania, llevó a sus colaboradores más próximos desde Berlín. Muchos de ellos forman parte de la maquinaria de la CDU, les quedan veinte o treinta años por delante de carrera en la que saben que tienen que tener cuidado porque al fin y al cabo no son eurofuncionarios de pura cepa y el día de mañana pueden volver a depender de los democristianos.

Von der Leyen puede estar ya en el ocaso de su carrera política, pero no así algunas de las personas que la rodean, y parte del trabajo de la primera legislatura fue concentrar un enorme poder en un círculo muy pequeño de confianza, fundamentalmente alemán. Ahora no hay muchos contrapesos en la sala de máquinas de la Comisión.

Incluso una de las pocas iniciativas que Von der Leyen ha tenido recientemente se ha producido en estrecha cooperación con Alemania: la idea de usar los activos rusos congelados para trasladar un crédito a Kiev. La alemana lanzó la idea justo cuando Merz se expresaba a favor de la misma en una columna en el Financial Times.

¿Y la agenda política interna?

Además, el cambio en las dinámicas globales, lo que incluye el cambio respecto a la situación en Ucrania, afecta fundamentalmente también al segundo de los factores, la transformación de las dinámicas globales en una agenda política y legislativa propia. Es la era del regreso de la defensa y la seguridad, del poder en sus términos más duros. La Comisión ha intentado jugar en ese terreno, pero ni tiene competencias ni las capitales permitirán nunca que lo extienda más allá de lo mínimo posible. Eso ha agotado la vía por la que Von der Leyen entendía su influencia: aprovechar las crisis.

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La realidad es que cuando se habla del poder duro, del más real, del más cercano a la soberanía nacional de los Estados miembros, estos no están dispuestos a cedérselo a nadie más. Son ellos los que están a los mandos, y se está viendo de manera permanente desde hace meses. Eso deja a la Comisión Europea en un rol muy poco protagonista, y la dependencia de la cúpula del Ejecutivo comunitario respecto a Berlín impide que ejerza el poder duro allí donde lo tiene, que es en el ámbito comercial.

Le queda todavía toda la agenda clásica de la Comisión Europea, que al fin y al cabo no fue una institución creada para lidiar con crisis como la de la seguridad y la defensa europea. Pero tiene un problema: las ideas se han agotado. Del informe de Mario Draghi sobre la competitividad europea, la Comisión se ha quedado casi exclusivamente con la idea de la simplificación, salvando algunas iniciativas concretas en el ámbito de inversiones. Un paquete tras otro, el ejecutivo comunitario solamente quiere hablar de simplificar, simplificar y simplificar.

La inmensa mayoría de las recomendaciones de Draghi han quedado totalmente olvidadas o reducidas a pequeños cambios cosméticos. De hecho, casi la única idea que parece haber en la Comisión es la de desmontar las ideas que marcaron la anterior legislatura y que venían heredadas del anterior Ejecutivo comunitario.