La plaza Konsomólskaya, conocida como la de las Tres Estaciones, es uno de los sitios más bulliciosos de Moscú. Con una mezcla de estilos arquitectónicos zaristas y estalinistas, aquí se encuentran tres de las estaciones de ferrocarril más importantes de la capital: Yaroslavski, Leningradski y Kazanski. Desde esta última salen los trenes a Rostov del Don, sede del cuartel general desde el que el alto mando militar ruso dirige la guerra de Ucrania. Por eso es habitual ver a soldados yendo o viniendo del frente, pero también ciudadanos comunes de Moscú y de otras regiones de Rusia. En general hay un deseo común: que acabe la guerra. Las diferencias surgen cuando preguntamos por cómo hacerlo.

«Ningún tipo de concesiones en cuanto a los territorios. Y que no entren en la OTAN. Si no, ¿para qué se emprendió todo esto?». Es la opinión de Gulya, cuyo marido está combatiendo en Ucrania desde 2022. A ella le gustaba el borrador inicial del plan de paz de Trump, muy escorado hacia los intereses de Rusia.

Plaza de las Tres Estaciones de Moscú ALEXANDER ZHUKOVSKY

Tampoco las autoridades ocultan que esa primera versión era su favorita. En el Kremlin sostienen que ese documento inicial se basaba en lo acordado por Putin y Trump en la cumbre de Alaska de este verano. Aseguran entender que durante el proceso de negociaciones puede haber cambios en el documento introducidos por cualquiera de las partes: por ellos mismos, por los ucranianos, los estadounidenses o los europeos. Pero lo que no van a consentir, advierten, es que se rehaga el documento.

«Los países europeos quieren socavar los esfuerzos de Donald Trump, quieren rehacer el plan a su manera». Es la acusación lanzada por el ministro de Exteriores ruso ante las modificaciones introducidas por Kiev y Bruselas -tras su reunión el fin de semana pasado en Ginebra- al documento inicial, que muchos han calificado como ‘la lista de deseos de Rusia’. Sergei Lavrov avisa: «si se eliminan el espíritu y la letra de Anchorage respecto a los entendimientos clave alcanzados en Alaska, la situación será otra».

“Los países europeos quieren socavar los esfuerzos de Trump, quieren rehacer el plan a su manera“

Sergei ve el proceso estancado, pero definitivamente quiere la paz. «¡Cuánta gente está sufriendo allí y aquí! ¡Cuántas esposas y madres! Todos tiene algún familiar lejano o cercano que está allí, en medio de ese lío». También lo cree Ígor: «Sí, por supuesto: un acuerdo de paz es absolutamente necesario, al 100%». En su opinión, ambas partes deberían hacer concesiones, pero declina nuestra invitación a especificar a qué tendría que renunciar cada bando.

Irina rechaza frontalmente la propuesta de paz de Trump al considerarla «un plan para la capitulación de Ucrania». Para ella la única condición para la paz es «la victoria completa de Ucrania y la devolución de todos sus territorios que están ilegalmente ocupados por Rusia». Reconoce que algo así es difícil. Por eso ve imposible un tratado de paz definitivo.

Lo cierto es que la incertidumbre es alta, hay muchos giros de guion y las partes mantienen, por ahora, posturas que parecen irreconciliables. El Kremlin se muestra dispuesto a negociar el plan de paz de Trump, pero siguen sacando a relucir su habitual mantra: «Hay que resolver las causas profundas del conflicto». Con esto se refieren a que quieren «una Ucrania neutral, no nuclear y alejada de bloques militares». No quieren ni oír hablar de la posible presencia de tropas de paz de países de la Alianza Atlántica en territorio ucraniano como proponen los miembros de la europea Coalición de Voluntarios.

En lo territorial quieren quedarse con Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia, las cuatro regiones del este y del sur de Ucrania que Rusia se anexionó en septiembre de 2022, tras unos referéndums a los que prácticamente nadie de la comunidad internacional dio el visto bueno. Ya controlan militarmente prácticamente todo Lugansk y buena parte de las otras tres regiones, pero aún les falta por conquistar ciudades estratégicas y muy bien defendidas por el ejército ucraniano.

Un militar ruso cerca de la estación de tren de Kazanski ALEXANDER ZHUKOVSKY

En su última comparecencia en Kirguistán el presidente ruso ha detallado esas líneas rojas. Quiere negociar con Estados Unidos el reconocimiento de la soberanía rusa del Donbás y de la península de Crimea. «Tiene importancia», ya que, en ese caso, un ataque contra esas regiones sería considerado «una agresión contra la Federación Rusa con todas las medidas de respuesta consiguientes y no un intento de recuperar un territorio que pertenece legítimamente a Ucrania». «Son cosas diferentes», dice Vladímir Putin, que también ha puesto sobre la mesa su particular manera de alcanzar el ansiado alto el fuego: «Si las tropas ucranianas se van de los territorios que ocupan, entonces cesarán los combates. Si no se van, lograremos esto por la vía militar».

Natalia no cuestiona en nada al presidente ruso. «Si el mando dice que hay que hacerlo así, pues así se debe hacer». Cuenta que acaba de volver de Ucrania. Es enfermera militar y está de baja porque sufrió una conmoción cerebral en un ataque. Su marido, que era soldado, murió en el frente a mediados del año pasado. «Tengo muchas ganas de paz, de verdad. Y que esto termine con nuestra victoria. Será un día maravilloso», dice. Lev sueña con una paz muy diferente: «espero que se haga realidad». «La paz siempre es mejor que la guerra, pero con la condición de que Rusia se convierta en un país de segundo orden, sin aspiraciones de gran potencia y sin Putin y su banda», explica.

Ese escenario, a día de hoy, no parece demasiado realista. Vladímir Putin se ve fuerte. Por los avances de sus tropas en varias zonas clave del frente y, en lo político, por los presuntos escándalos de corrupción que salpican al gobierno ucraniano y que debilitan la posición negociadora de Volodímir Zelenski. El jefe del Kremlin trata de convencer al mundo y especialmente a Estados Unidos de que, por las buenas o por las malas, más temprano o más tarde, se acabarán quedando por la fuerza de las armas con lo que consideran suyo.

«Kiev y los belicistas europeos deben entender que lo que ha pasado en Kúpiansk se repetirá inevitablemente en otras áreas clave del frente. Quizás no tan rápido como nos gustaría, pero se repetirá inevitablemente», ha declarado recientemente Putin.

Según el Centro Sociológico Levada, que Occidente considera independiente y Rusia ha declarado agente extranjero, la aprobación de Vladímir Putin por parte de la ciudadanía se mantiene en el 85 %. Son datos de octubre de este año y, por lo tanto, anteriores a este último capítulo del largo culebrón de las negociaciones Rusia-Ucrania marcadas por los vaivenes de Donald Trump.