Cada noticia por separado es de amplio alcance, porque son dos de los grandes entrenadores del baloncesto europeo; pero la dimisión de ambos, y su posible adiós definitivo a los banquillos, con menos de 48 horas de diferencia multiplica el impacto en uno de esos giros del destino en el deporte que no se ve venir y que dice mucho y simboliza más. El final de una era, quizá un cambio de paradigma.
El pasado miércoles, Zelimir Obradovic, el mítico Zeljko, que cumplirá 66 años en marzo, comunicó su renuncia voluntaria a seguir como entrenador del Partizán de Belgrado. Lo hizo horas después de caer con estrépito frente al Panathinaikos en el OAKA por 91-69, en la que fue su casa durante 13 temporadas y donde conquistó cinco de sus nueve Euroligas con el club del trébol. Un choque frontal y duro entre un pasado glorioso y un presente complejo, el de una situación difícil de reconducir. Un salida que, pese a varias reuniones y a la multitudinaria demostración de apoyo de la hinchada al técnico, se confirmó oficialmente el sábado.
Y el lunes 24 de noviembre había presentado su dimisión Ettore Messina, que en septiembre celebró su 66 cumpleaños. «La razón es simple: me fui dando cuenta de que me había convertido en un factor de división y, precisamente por eso, en una distracción». Otro arranque de curso intrincado y con cierta tensión en el Olimpia Milán determinó su renuncia, aunque seguirá en labores directivas en la entidad lombarda, esa que tanto respaldo le ha brindado en las últimas seis temporadas, en especial, su propietario Giorgio Armani, que falleció el pasado septiembre con 91 años.
Poeta, el sucesor de Messina
El técnico italiano ha dejado sucesor, al que preparaba ya como relevo, aunque la realidad ha atropellado los plazos. Es Giuseppe Poeta, exjugador de 40 años que pasó por el Baskonia y el Manresa. El nuevo, hasta ahora técnico asistente, se estrenó este miércoles con una gran victoria ante el Maccabi por 88-102. Messina venía de comunicar su renuncia después de haber encadenado tres derrotas ante el Trapani, el Hapoel y el Trieste (la primera y la tercera en la Lega), justo en su vuelta al banquillo tras una baja por enfermedad que había coincidido con dos victorias en la Euroliga con Poeta como entrenador jefe temporal: Asvel y Olympiacos.
De las nueve Euroligas del maestro Obradovic con cinco equipos distintos (Partizán, Joventut, Real Madrid, Panathinaikos y Fenerbahçe), a las cuatro de Messina (Virtus de Bolonia y CSKA de Moscú, dos con cada uno), segundo en el ránking igualado con otros tres gigantes históricos: Pedro Ferrándiz, Alexander Gomelski y Boza Maljkovic, protagonistas aunque en distintas épocas. No como Obradovic y Messina, coetáneos y que se cruzaron en el camino: crecimiento, gloria y una rivalidad en la cumbre y, ahora, quizá una despedida simultánea.
Ettore Messina y Zeljko Obradovic, en la previa de la final de la Euroliga de 2009.Robert Valai
Su pulso en los banquillos ayudó a relanzar la naciente Euroliga, objetos de deseo de los directivos más ambiciosos, los que anhelaban alcanzar el éxito. Chocaron con sus clubes, pero también con sus selecciones, donde el punto álgido fue la final del Eurobasket de España en 1997 que ganó la Yugoslavia de Zeljko a la Italia de Ettore por 61-49. Perdonen el marcador, era la dura década de los noventa. El serbio celebró igualmente un Mundial (1998) y una plata olímpica (1996).
Previamente se habían retado en el playoff de cuartos de la Euroliga 1991-92, la del curso del debut exprés de Obradovic. Un 2-1 para Zeljko con el que obtuvo el billete a la Final Four de Estambul, la del triplazo de Djordjevic in extremis al Joventut que le dio fama inagotable al Partizán de Fuenlabrada, que contaba con otra estrella de gran futuro, Danilovic. Llegar y besar el santo, así fue el estreno de Obradovic en su Partizán, un aterrizaje en el banquillo a la carrera, casi forzado.
El ultimátum de Kicanovic
Porque aún era jugador y se preparaba para el Eurobasket de 1991 cuando Dragan Kicanovic, leyenda yugoslava y entonces directivo del Partizán, le ofreció el cargo. La condición, colgar las botas inmediatamente. Pidió ir al Eurobasket y luego dar el salto y le dijeron que no. En cuestión de horas resolvió: renunciaba a una medalla de oro casi segura con Yugoslavia para comenzar su trayectoria como técnico, que 34 años después puede resumirse como la mejor de siempre del baloncesto continental. Su irrupción fue estruendosa con aquel joven y hambriento club de Belgrado en plena guerra, y su ascenso, meteórico: después de otro curso en su país, se iba a Badalona, al Joventut, a reescribir la historia, un año y una Euroliga conquistada. Y luego tres temporadas en el Real Madrid (una Euroliga en dos Final Four disputadas y una Recopa), dos en la Benetton de Treviso, trece en el Panathinaikos y siete en el Fenerbahçe. Y en 2021, de nuevo el Partizán. En todos sus clubes, menos en Italia, ganó al menos una Euroliga. Nueve con cinco equipos diferentes, una hazaña que se antoja irrepetible.
“De jugador, no; pero de entrenador…”
Y si el estreno de Obradovic resultó abrupto, por lo de la ausencia de transición, el de Messina, más precoz, también tuvo un punto crítico. En una final regional, en Venecia, falló dos tiros libres decisivos y el entrenador del primer equipo, Tonino Zorzi, lo reprendió por su error al día siguiente y le transmitió que no lo veía como jugador de élite, pero sí observaba maneras de entrenador con los chavales. Tenía apenas 17 años y, desde entonces, el de Catania (Sicilia) ha acumulado un bagaje de casi medio siglo al pie del cañón. Más allá de los trofeos, llevó a la Final Four a cuatro clubes distintos (Virtus, Benetton, CSKA y Armani Milán), que serían cinco si contamos al Real Madrid en 2011, del que dimitió en marzo pero al que dejó a un paso de la cita. Labor que culminó su segundo, Lele Molin.
El Real Madrid, el club en común
Tanto Obradovic como Messina pasaron por el club blanco. El primero le dio, con Sabonis y Arlauckas como mascarones de proa, la octava Copa de Europa a la entidad merengue, 15 años después de la Séptima. El club no apostó fuerte por la continuidad del de Cacak después de la tercera campaña, las tres sin títulos en la ACB. Sin Liga y sin Copa. El segundo, en cambio, llegó como una gran figura para reflotar la sección, para recuperar el tiempo perdido, y en un mercado difícil y con la marcha de Ricky Rubio al Barça tras pujar por él, el Madrid no estuvo a la altura de los de Xavi Pascual, que quizá conformaban la mejor plantilla de la historia azulgrana, una que maravilló en Europa. Ni Liga ni Copa, tampoco. Y en la Euroliga, en el primer intento (2009-10), el Barça se cruzó en el playoff de cuartos (3-1 pese al prometedor 1-1 con el que salió del Palau). Y en el segundo (2010-11), los blancos lograron volver a una Final Four 19 años después de la anterior (1996… con Obradovic, sí). Para entonces, en mayo de 2011, Messina hacía dos meses que había dimitido. Incluso así, ese peldaño es parte de su legado (3-2 al Valencia en cuartos con Molin en el banco). Todavía insuficiente, porque el Real sería barrido en semifinales por el Maccabi. Pablo Laso estaba a punto de cambiar la historia moderna del baloncesto madridista. Ese adiós de Messina, decepcionante, si quieren, simbolizó el inicio de tres lustros alejado de la cima absoluta. Vivió la aventura NBA como asistente en los Lakers y en San Antonio Spurs, en medio regresó al CSKA, y desde 2019 se embarcó en el ambicioso proyecto de Milán. Entre 2016 y 2017 estuvo al frente de la Azzurra.
Los ‘nuevos’ jugadores y el mercado de fichajes
Tanto a uno como a otro les estimulaba ver a un equipo unido, que avanzara bajo su firme mando en el día a día hasta alcanzar el máximo nivel competitivo para ganar. Y ganaron mucho. Es posible que la generación de jugadores más reciente entronque menos con su forma de hacer, de ordenar, dirigir y enseñar; quizá también la competitividad actual europea les obligaba (a ellos y a sus clubes) a hilar muy fino en verano, en el mercado de fichajes, una asignatura que se les ha resistido en las últimas campañas. Añadan el factor calendario, las lesiones… Al final, los resultados y la complejidad para gestionar el presente como deseaban los han llevado a echarse a un lado. “No están pensando en los partidos. Entré al vestuario antes del encuentro y todos los jugadores estaban con los móviles. Se comportan de forma anormal —explicaba hace unos días Obradovic—. Y después del partido, volví al vestuario y otra vez igual. No puedo ni expresar lo decepcionado que estoy”.
Los adioses siempre son peliagudos, por eso resulta preferible recordar aquellos tiempos en los que hollaban la cumbre de la vieja Europa, sus pulsos en la primera década de este siglo XXI, cuando todos querían imitarles por estrategia, carisma y ascendencia, y cuando protagonizaron hasta tres finales de la Euroliga en siete años: 2002, Panathinaikos-Virtus; y 2007 y 2009, sendos Panathinaikos-CSKA. Las tres ganadas por Obradovic en duelos de elevada tensión y de una rivalidad que los años han suavizado. Se van de la mano; solo ellos saben si queda un resquicio para un último baile. Si no es así… gracias por tanto.
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