Casa es la primera gran exposición individual de la artista española, que se estrena en la galería Cayón con una selección de piezas centradas en el ámbito familiar hechas a base de textiles, lanas, mobiliario antiguo y luces fluorescentes. El recorrido condensa un universo propio que invita a la introspección (ajena y de uno mismo)

Hay algo extrañamente familiar en las obras de Inés Figaredo (Madrid, 1976). Paños de cocina tuneados, manteles intervenidos, recetas escritas sobre una arpillera, peluches, ollas de carbón, colchones ajados… Como si todo cuanto observásemos fuese el espejo de nuestra propia realidad, solo que traducido en un lenguaje único a través del prisma de la autora. Quizá porque su producción resulta profundamente humana, cercana e intimista.

La artista vive habitualmente recluida en su casa, alejada del ruido mediático. No es casualidad que sea precisamente esta palabra –Casa– la que da nombre a la muestra que ahora presenta en la galería Cayón, donde se estrena abriéndose en canal. Es lo que tiene trabajar con la memoria y el recuerdo. Ella misma confiesa que lo suyo no fue tanto una vocación como un deseo consciente de “ordenar, comprender y estructurar su existencia”.

Inés Figaredo se mueve entre el realismo y el arte conceptual, siempre con un trasfondo detrás. Su obra tiene ese punto de introspección que le hace mirar hacia dentro, para después sacarlo todo hacia fuera. Una de sus primeras piezas de neón, por ejemplo, muestra un gancho de carnicero envuelto en una maraña de tubos multicolores. Una metáfora perfecta del ruido emocional del ser humano.

La materia prima que utiliza no la adquiere en tiendas, porque los productos nuevos carecen de vida y ella necesita que tengan un pasado. “Vivo en esta pequeña porción de tiempo que es mía, pero donde confluyen tantos otros”, comenta. Por eso, a menudo recolecta materiales de su propia familia y de otras que ponen sus tesoros a la venta en subastas o anticuarios, para sumar a esas historias pasadas las suyas propias. Es la idea del objeto usado, olvidado y desechado que luego se recupera para una segunda vida. O una tercera, si hace falta.

Todo ello explica los colchones, columpios, bicis infantiles, cochecitos de bomberos y andamios que se reparten por la exposición, aderezados con luces de neón entre los que encontramos mensajes que la artista ha ido dejando, como pequeños secretos de esta singular yincana. “I want to go out and play”, reza una tela hecha de patchwork que parece una oda a la niña que fue. Más allá, la pieza I resist/You se plantea como una lucha entre el yo y el otro donde ambos se van superponiendo sobre el paño, en un juego de fuerzas casi rítmico que alude al hecho de que a veces hay que claudicar, para poder ganar otras.

“La intencionalidad de mi trabajo es la elaboración de una narrativa coherente y comprensible de vivencias, experiencias y percepciones con las que conviví y convivo”, escribe sobre Yo/Burro. Esta y Recetas de mi abuela remiten a la infancia de Figaredo, aunque inconscientemente todos nos vamos a sentir interpelados. ¡Quién no se ha colado de pequeño en la cocina para descubrir cómo se hacían aquellas deliciosas torrijas o simplemente robar una cuando la cocinera estaba despistada! Con ese acto de inmortalizar las recetas sobre una tela antigua de algodón que ha bordado pacientemente, no solo está visibilizando el trabajo silencioso de las amas de casa del siglo XX, también atrapa ese conocimiento oral pasado boca a boca durante generaciones.

El medio centenar de piezas inéditas que hasta el 9 de enero de 2026 llenan la sala Cayón parten del ámbito doméstico e indagan cuestiones tan íntimas –y universales–, como la identidad, la maternidad o la propia existencia humana. Volvemos así a la casa, hilo conductor de la muestra, que nos guía desde la cocina al dormitorio infantil –impagable ese tiovivo rojo que da vueltas como loco y alude al overthinking–, pasando por el comedor o incluso el sótano.

Inés nos abre así las puertas de su hogar, pero también de su psique (y la nuestra). El recorrido parte de la cocina, donde observamos varios paños –unos pintados con cera, otros bordados a mano–, servilletas y manteles que plantean muchas más preguntas que respuestas. Hay algunos especialmente poéticos, como Domingo 18:30, donde los puntos de óleo obsesivamente pintados sobre las cinco telas que componen la pieza vienen a llenar de horror vacui esos huecos de los manteles italianos de los años 60 intervenidos por Figaredo, que bien podrían remitir a vacíos existenciales.

Pero las obras que exhibe en la primera sala de la galería Cayón no son más que el preámbulo de la gran instalación que presenta en la segunda: Casa. Una inmensa pieza hecha a base de andamios, bordados, piedras, tejidos y carboncillo que recoge toda su imaginería y apabulla al espectador nada más verla. Aunque luego este, superado el primer impacto, se acerca para escudriñar cada una de las habitaciones de esa improvisado edificio cargado de metáforas; desde el candelabro de hierro que un día colgó del hogar de la artista y ahora pende de un somier francés, hasta la guirnalda de luces utilizada como escalera para subir a una cama algo traicionera: porque si el colchón tiene una abertura con una cacerola que simula la panza de un embarazo, el cuchillo que hay sobre la mesa advierte de que no todo es de color de rosas en la maternidad.

La ropa tendida en el exterior juega con el concepto de airear los trapos sucios. Y un enorme saco de cemento y arcilla para fabricar pilares donde se puede leer “sal” parece sinónimo del sostén fundamental de la familia. Son tantas las llamadas de atención y los mensajes que esconde la instalación que, de repente, esa primera percepción de gran casa de muñecas multicolor se convierte en un potente alegato. Si hay que ponerle un pero a esta última instalación es el hecho de que no se pueda contemplar toda su magnitud desde el suelo, habría estado bien que el espectador pudiera haberse subido a, por ejemplo, una escalera para ver los pisos superiores.

La casa es la experiencia fundamental de la existencia humana, el espacio originario y sensorial de identificación. Su pérdida significa la pérdida del mundo”, explica la artista. No se me ocurre mejor defensa de uno de nuestros derechos fundamentales, precisamente con los problemas de vivienda actual.